—Unos veinte minutos.
Jenks tenía razón. Para cuando dejamos atrás la sombra de los edificios más altos, atravesamos los suburbios y nos adentramos en el campo, Francis empezó a atar cabos. No podía quedarse quieto. Sus comentarios se hicieron cada vez más desagradables y se rascaba con mayor intensidad, hasta que saqué la cinta americana del bolso y lo amenacé con taparle la boca. Le habían salido verdugones rojos allí donde la ropa le rozaba la piel. Rezumaban un líquido transparente y tenía toda la pinta de haberse rozado con hiedra venenosa. Cuando ya estábamos en medio del campo, se rascaba tanto que le costaba mantener el coche en la carretera. Lo había estado observando con atención y meter las marchas no parecía tan difícil.
—?Tú, bicho! —gru?ó Francis—. Me hiciste lo mismo el sábado, ?verdad?
—?Voy a hechizarlo! —dijo Jenks con voz tan aguda que me rechinaron los oídos.
Cansada de todo el jaleo, me volví hacia Francis.
—Está bien, cielo, para el coche.
Francis parpadeó atónito.
—?Cómo?
Qué idiota, pensé.
—?Cuánto tiempo crees que voy a poder evitar que Jenks te hechice si sigues insultándolo? Para. —Francis miró nervioso a la carretera y a mí. No habíamos visto ningún coche en los últimos ocho kilómetros—. He dicho que pares —le grité y se apartó hacia el polvoriento arcén despidiendo una lluvia de gravilla. Paré el motor y saqué las llaves del contacto. El coche se detuvo con un salto y me golpeé la cabeza con el espejo retrovisor.
—Fuera —dije desbloqueando las puertas.
—?Qué, aquí? —Francis era un chico de ciudad. Seguramente pensó que le obligaría a volver andando. La idea era tentadora, pero no podía correr el riesgo de que lo recogiese alguien o que llegase hasta un teléfono. Se bajó del coche con inesperada rapidez. Entendí por qué cuando comenzó a rascarse.
Abrí el maletero y el delgado rostro de Francis se quedó pálido.
—Ni hablar —dijo levantando sus delgados bracitos—. No me pienso meter ahí.
Me palpé el chichón a punto de salirme en la frente.
—Métete en el maletero o te demostraré cómo te transformo en visón y me hago contigo unas orejeras. —Observé cómo se lo pensaba y se planteaba salir corriendo. Casi desee que lo hiciese. Me sentaría bien placarlo de nuevo, la última vez había sido hacía casi dos días ya. Lo metería en el maletero de una forma u otra.
—Vamos, corre —dijo Jenks volando en círculos sobre su cabeza con el vial de poción—. Vamos, atrévete, apestoso.
Francis pareció desinflarse.
—Ya te gustaría a ti, bicho —dijo con un bufido y se encogió para encajar en el diminuto espacio. Ni siquiera opuso resistencia cuando le até las manos con la cinta adhesiva. Ambos sabíamos que podría desatarse al cabo de un rato. Pero su mirada de superioridad flaqueó al ver que Jenks se posaba en mi mano con el vial.
—Dijiste que no lo harías —tartamudeó—. Dijiste que eso me convertiría en un visón.
—Mentí, las dos veces.
Francis me echó una mirada asesina.
—No olvidaré esto nunca —dijo, apretando la mandíbula y resultando aun más ridículo que con sus náuticos y sus pantalones anchos—. Iré a por ti personalmente.
—Espero que lo hagas. —Sonreí mientras le vertía el contenido del vial sobre la cabeza—. Buenas noches.
Abrió la boca para decir algo más, pero su expresión se relajó en cuanto el aromático líquido lo tocó. Observé fascinada cómo se dormía entre olor a laurel y lilas. Satisfecha, cerré el maletero y di el asunto por zanjado.
Me senté en el asiento del conductor y ajusté la distancia y los espejos a mi altura. Nunca había conducido un coche de cambio manual, pero si Francis podía hacerlo, me apostaba cualquier cosa a que yo también.
—Mete primera —me dijo Jenks sentado en el espejo retrovisor e indicándome con la mano cómo hacerlo—. Luego acelera más de lo que crees que sería necesario mientras levantas el pie del embrague.
Con reservas moví la palanca hacia atrás y arranqué el coche.
—?Y bien? —dijo Jenks desde el espejo—. ?A qué esperas?
Pisé el acelerador y solté el embrague. El coche dio un salto hacia atrás golpeando un árbol. Asustada solté los pedales y el coche se caló. Miré con los ojos como platos a Jenks, que se moría de risa.
—Has metido marcha atrás, bruja —dijo saliendo disparado por la ventana.
Por el espejo retrovisor vi como volaba hacia la parte trasera del coche para evaluar los da?os.
—?Ha sido grave? —le pregunté cuando volvió.
—Está bien —dijo y me sentí aliviada—, en unos meses no se notará dónde fue el golpe. Pero el coche está jodido. Le has roto una luz trasera.
—Oh —dije al darme cuanta de que antes hablaba del árbol y no del coche. Temblaba por los nervios al meter primera y tuve que comprobarlo dos veces antes de volver a arrancar el coche. Respiré hondo y salimos dando tumbos hacia la carretera.
Capítulo 14