Bruja mala nunca muere

Kist pasó entre ambas, deteniéndose en la puerta.

 

—No podrás ocultar tu hambre para siempre —dijo Kist. Ivy apretó los labios—. En cuanto lo vea, huirá y será presa fácil. —En un segundo su expresión cambió con una mirada de chico malo que suavizó sus facciones—. Vuelve —suplicó con seductora inocencia—. He venido a decirte que puedes volver a tu casa con peque?as concesiones. Es solo una bruja, ni siquiera sabes si…

 

—Fuera —dijo Ivy, apuntando a la ma?ana.

 

Kist salió por la puerta.

 

—Una oferta rechazada crea serios enemigos.

 

—Una oferta que en realidad no lo es resulta una vergüenza para quien la brinda.

 

Encogiéndose de hombros Kist se sacó una gorra de cuero del bolsillo trasero y se la puso. Me miró con ojos hambrientos.

 

—Adiós, amor —susurró y yo me estremecí como si hubiese pasado la mano por mi mejilla. No supe decir si fue por repugnancia o por deseo. Y ya no estaba allí.

 

Ivy cerró de un portazo. Moviéndose con la misma espeluznante gracia, atravesó la habitación y se dejó caer en el sillón. Su rostro estaba sombrío por el enfado y me quedé mirándola. Dios mío. Estoy viviendo con una vampiresa. Fuese practicante o no, era una vampiresa. ?Qué había dicho Kist? ?Que Ivy estaba malgastando su tiempo? ?Que yo huiría cuando descubriese su hambre? ?Que yo era suya? Mierda.

 

Despacio empecé a salir de espaldas de la habitación. Ivy levantó la vista y me quedé quieta. La rabia de su cara se disipó con una expresión de preocupación al ver mi recelo. Lentamente parpadeé. Tenía la garganta bloqueada. Le di la espalda y me dirigí al pasillo.

 

—Rachel, espera —me llamó con voz suplicante—. Siento lo de Kist. Yo no le invité. Se presentó aquí.

 

Avancé por el pasillo lista para explotar si me ponía una mano encima. ?Por esto era por lo que Ivy había dimitido a la vez que yo? No podía darme caza legalmente, pero como había dicho Kist, a los tribunales no les interesaba.

 

—Rachel…

 

Estaba justo detrás de mí y me giré. Mi estómago se hizo un nudo. Ivy dio tres pasos atrás tan rápido que era difícil apreciar que se hubiese movido. Levantó las manos con gesto tranquilizador. Tenía la frente arrugada con gesto preocupado. El pulso me martilleaba la sien provocándome dolor de cabeza.

 

—?Qué quieres? —le pregunté esperando que me mintiese y me dijese que todo había sido un error. De la calle llegó el ruido de la moto de Kist. La miré a la cara hasta que el ruido se alejó.

 

—Nada —contestó con los ojos fervientemente clavados en los míos—. No hagas caso a Kist. Solo te estaba tomando el pelo. Le gusta flirtear con quien no puede tener.

 

—?Eso es! —grité para no empezar a temblar—. ?Yo soy tuya! Eso es lo que dijiste, que soy tuya. ?Yo no soy de nadie, Ivy! Apártate de mí.

 

Abrió la boca sorprendida.

 

—?Lo has oído?

 

—Pues claro que lo he oído —grité. La rabia superó al miedo y di un paso adelante—. ?Así es como eres en realidad? —le grité apuntando a la salita—. Como ese… animal, ?no? ?Me estás cazando, Ivy? ?Todo esto es para llenarte el estómago con mi sangre? ?Acaso sabe mejor cuando traicionas a tu víctima?

 

—?No! —exclamó angustiada—. Rachel, yo…

 

—?Me mentiste! —grité—. Kist me dominó. Me dijiste que un vampiro vivo no podía hacerlo a menos que yo quisiese y te aseguro que no quería.

 

No dijo nada, se quedó callada con su alargada sombra enmarcada por el pasillo. Oía su respiración y olía el aroma agridulce a ceniza y secuoya. Nuestros olores se mezclaban peligrosamente. Su postura era tensa y su mera inmovilidad me conmocionaba. Con la boca seca retrocedí al darme cuenta que le estaba gritando a un vampiro. Se me agotó la adrenalina y sentí náuseas y frío.

 

—Me mentiste —murmuré retirándome a la cocina. Me había mentido. Mi padre tenía razón. No debía confiar en nadie. Recogería mis cosas y me largaría.

 

Los pasos de Ivy sonaron exageradamente fuertes tras de mí. Era obvio que estaba haciendo un esfuerzo por pisar fuerte para hacer ruido, pero yo estaba demasiado enfadada como para que me importase.

 

—?Qué haces? —me preguntó al verme abrir el armario y descolgar un pu?ado de amuletos del gancho para ponerlos en mi bolso.

 

—Me voy.

 

—No puedes irte. Ya has oído a Kist, ?te están esperando!