Bruja mala nunca muere

—?Ten cuidado! —gritó Jenks—, puede que tenga alguna trampa.

 

Hadas, pensé cruzándome de brazos y observando la desierta calle. Mierda. El resto de crios de Jenks se apelotonaban a su alrededor, todos hablando a la vez e intentando arrastrarlo a la parte trasera.

 

—Jvy está con alguien —dijo Jenks adelantándose—, pero parece inofensivo. ?Te importa si me voy a casa?

 

—Adelante —dije, volviendo a mirar la moto. Entonces no era de Ivy—, y… gracias.

 

Todos se elevaron como un enjambre de luciérnagas. Siguiéndoles a poca distancia iban Jax y sus hermanas, aunando esfuerzos para transportar una catapulta tan peque?a como ellos. Con un sonido de aleteos y gritos todos desaparecieron volando detrás de la iglesia, dejando un pesado silencio en la calle.

 

Me di la vuelta y subí los escalones de piedra. Eché un último vistazo al otro lado de la calle. Vi una cortina moverse en la única ventana iluminada. Se ha terminado el espectáculo, vete a dormir, Keasley, pensé empujando la pesada puerta y colándome dentro. Cerré la puerta con cuidado y corrí el engrasado cerrojo, sintiéndome mejor a pesar de saber que la mayoría de los sicarios de la SI no solían usar las puertas. ?Hadas? Denon debe de estar que echa chispas.

 

Resoplando agotada, me apoyé contra la pesada puerta y dejé fuera la ma?ana que empezaba. Lo único que quería era ducharme y meterme en la cama. Crucé lentamente el santuario vacío y oí proveniente de la salita la suave música de jazz y la voz de Ivy que gritaba enfadada:

 

—?Maldita sea, Kist! —la oí exclamar al entrar en la cocina a oscuras—. Si no mueves el culo de ese sillón ahora mismo te voy a mandar de una patada al sol.

 

—Venga, anímate, Tamwood. No voy a hacer nada —dijo otra voz. Era masculina, grave pero un poco quejumbrosa, como si proviniese de alguien mimado. Me detuve para dejar mis amuletos usados en el recipiente con agua salada junto a la nevera. Aún servían, pero no era buena idea dejar amuletos activos por ahí tirados.

 

La música se detuvo inesperadamente.

 

—Fuera —dijo Ivy en voz baja—, ahora.

 

—?Ivy? —llamé en voz alta, muerta de curiosidad. Jenks me había dicho que quien fuera no era peligroso. Dejé mi bolso en la encimera de la cocina y me dirigí a la salita. Mi cansancio se tornó enfado. No lo habíamos discutido, pero suponía que mientras se ofreciese un precio por mi cabeza intentaríamos pasar desapercibidas.

 

—Oooh —se mofó el invisible Kist—, ha vuelto.

 

—Compórtate —amenazó Ivy cuando entré en la habitación—, o te arranco la piel.

 

—?Me lo prometes?

 

Avancé tres pasos en la salita y me detuve en seco. Mi enfado desapareció, borrado por completo por una oleada de instinto primario. Un vampiro vestido de cuero estaba recostado en el sillón de Ivy, como si estuviese en su casa. Sus inmaculadas botas descansaban sobre la mesita de café e Ivy las apartó con desagrado. Se movió más rápido de lo que la había visto hacerlo jamás. Se alejó dos pasos de él y parecía echar humo. Ladeó la cadera y cruzó los brazos con gesto agresivo. Se oía claramente el tictac del reloj de encima de la chimenea.

 

Kist no podía ser un vampiro muerto. Estaba en terreno consagrado y ya era casi de día; pero que me aspen si no le faltaba poco. Golpeó el suelo con sus botas con exagerada lentitud. La mirada indolente que me dedicó me llegó al alma, cubriéndome como una manta mojada y estrangulándome las entra?as. Y sí, era guapo, peligrosamente guapo. Mis pensamientos volvieron de golpe a la tabla 6.1 y tragué saliva.

 

Tenía una barba de un día lo que le proporcionaba un aspecto de tipo duro. Poniéndose derecho, se apartó el pelo rubio de los ojos en un gesto ladino que seguramente habría tardado a?os en perfeccionar. Llevaba la chaqueta de cuero abierta encima de una camiseta negra de algodón ajustada sobre un musculoso y atractivo torso. Tenía dos peque?os pendientes brillantes en una oreja y en la otra un pendiente y una antigua cicatriz. Aparte de eso no se veía ninguna otra cicatriz. Me preguntaba si podría descubrirlas si le acariciaba el cuello con los dedos.

 

El corazón se me aceleró y miré al suelo, prometiéndome a mí misma no volver a mirarlo. Ivy no me asustaba tanto como él, que se movía por instintos animales, regido por su capricho.

 

—Mmm, es guapa —dijo Kist revolviéndose en el sillón—, tenías que haberme contado que era tan prrrreciosa. —Advertí que respiró hondo, como si paladease la noche—. Huele a ti, Ivy, cari?o. —Su voz bajó de tono—. ?No es encantadora?

 

Sentí un escalofrío, me cerré el cuello del abrigo y retrocedí hasta colocarme en el umbral de la puerta.