—Rachel, una bola de líquido estaría fuera del alcance de mi olfato.
—Es un pobre anciano solitario —susurré abriendo la puerta de la valla—, solo quiere un bombón. Además, parezco una vieja arpía. Cualquiera que nos vea pensará que soy su cita. —Descorrí el cerrojo sin hacer ruido y me pareció que Keasley ocultaba una risita con un bostezo.
Jenks dejó escapar un diminuto suspiro. Dejé mi bolso en el porche y me senté en el último escalón. Girándome, saqué una bolsa de papel del bolsillo de mi abrigo y se la ofrecí.
—Ah… —dijo fijando la vista en el logotipo del jinete y el caballo—, hay algunas cosas por las que merece la pena arriesgar la vida.
Como imaginaba, eligió uno de chocolate negro. Un perro ladró a lo lejos. Masticando, el anciano miró a la calle silenciosa.
—Has estado en el centro comercial. Me encogí de hombros.
—Entre otros sitios.
Las alas de Jenks me abanicaron el cuello.
—Rachel…
—Relájate, Jenks —dije, molesta. Keasley se levantó con dolorosa lentitud—. No, tiene razón. Es tarde.
Entre los obtusos comentarios de Keasley y los instintos de Jenks lograron inquietarme. El perro volvió a ladrar y me puse en pie de un salto. Mis pensamientos volvieron al montón de bolas de líquido junto a la puerta trasera. Quizá debería haber escalado el muro del cementerio, disfrazada o no.
Keasley se dirigió con lentitud hacia la puerta.
—Ten cuidado, se?orita Morgan. En cuanto descubran que puedes esquivar sus medidas de seguridad, cambiarán de táctica. —Abrió la puerta y entró en la casa. La mosquitera se cerró sin hacer ruido—. Gracias por el bombón.
—De nada —murmuré mientras me marchaba, sabiendo que aún me oía.
—Un anciano inquietante —dijo Jenks balanceándose en mi pendiente mientras cruzaba la calle y me dirigía hacia la moto aparcada frente a la iglesia. El falso amanecer se reflejaba en sus cromados y me pregunté si Ivy habría recogido su moto del taller.
—Quizá me deje usarla —pensé en voz alta observándola al pasar. Era toda negra brillante, con remates dorados y suave cuero, una Nightwing. Preciosa. Pasé la mano con envidia por el asiento, dejando una marca en el rocío.
—?Rachel! —gritó estridentemente Jenks—, ?al suelo!
Me tiré y mis manos golpearon la acera. Entonces oí un silbido de algo que pasaba por encima, justo donde antes estaba yo de pie. La adrenalina empezó a bombear a raudales, provocando que me doliese el corazón. Rodé por el suelo poniendo la moto entre mi cuerpo y la acera contraria.
Contuve la respiración. No se movía nada entre los arbustos y los setos altos. Me puse el bolso delante de la cara y rebusqué con una mano.
—Quédate en el suelo —susurró Jenks. Su voz era tensa y un halo morado bordeaba sus alas.
Me sacudí de pies a cabeza al pincharme el dedo. El amuleto de sue?o se invocaba en cuatro o cinco segundos, era mi mejor marca hasta el momento. No es que me sirviese de mucho si quienquiera que fuese se quedaba entre los arbustos. A lo mejor podía tirárselo. Si la SI pensaba hacer esto todos los días, quizá debiera invertir en una pistola de bolas de líquido. Siempre ha sido mi estilo confrontarlos directamente y dejarlos inconscientes. Esconderse entre los arbustos como un francotirador era de cobardes, pero donde fueres…
Agarré el amuleto por el cordón para que no me afectase a mí y esperé.
—Guárdatelo —dijo Jenks relajándose cuando de pronto nos vimos rodeados por sorpresa por un montón de ni?os pixie que se arremolinaban a nuestro alrededor, hablando tan rápido y agudo que no podía entenderlos—. Se han ido —a?adió Jenks—. Lo siento, sabía que estaban ahí pero…
—?Lo sabías? —exclamé. Me dolió el cuello al girarlo hacia él. Un perro ladró y bajé el tono de voz—. ?En qué estabas pensando?
Forzó una sonrisa.
—Tenía que hacerlas salir de su escondite.
Enfadada me levanté del suelo.
—Estupendo, gracias. Dímelo la próxima vez que haga de cebo.
Me sacudí el abrigo e hice una mueca de fastidio al comprobar que había despachurrado los bombones.
—Vamos, Rachel —dijo poniéndose zalamero y acercándose a mi oído—. Si te lo hubiese dicho, tus reacciones nos hubieran delatado y las hadas simplemente habrían esperado el momento en que no estuviese vigilando.
Me quedé pálida.
—?Hadas? —dije helada. Denon debía de haberse vuelto loco. Las hadas eran muuuy caras. Quizá le hubieran hecho descuento por el incidente de la rana.
—Ya se han ido —dijo Jenks—, pero yo que tú no me quedaría aquí fuera mucho rato. Se rumorea que los zorros quieren la revancha. —Se quitó el pa?uelo rojo y se lo dio a su hijo—. Jax, tú y tus hermanas podéis quedaros con la catapulta de las hadas.
—?Gracias, papá!
El peque?o pixie se elevó un metro por la emoción. Atándose el pa?uelo rojo a la cintura, él y otros seis pixies se separaron del grupo y se lanzaron al otro lado de la calle.