Bruja mala nunca muere

El agua salada gorgoteó ruidosamente en el cuenco y guardé la botella vacía. El tapón de rosca del vial acabó rebotando en el contenedor. Hice una mueca al estrujarme el dedo para extraer otras tres gotas de sangre. Pero mi sufrimiento desapareció al tocar mi sangre el líquido y elevarse de este un cálido aroma a pradera.

 

Se me hizo un nudo en el estómago al mezclar la poción, dándole golpecitos con el dedo. Nerviosa, me sequé una mano en los vaqueros y miré a Jenks. Hacer un hechizo era fácil. Confiar en haberlo hecho bien era la parte difícil. Cuando llegaba la hora, el valor era lo único que diferenciaba a una bruja de un hechicero. Soy una bruja, me dije a mí misma, notando como se me quedaban los pies cada vez más fríos. Lo he hecho bien. Voy a ser un ratón y volveré a mi forma con un ba?o de agua salada.

 

—?Me prometes que no se lo dirás a Ivy si no funciona? —le pregunté a Jenks, quien respondió con una mueca y se echó pícaramente la gorra sobre los ojos.

 

—?Qué me das si lo hago?

 

—No pondré veneno para hormigas en tu tronco.

 

Suspiró.

 

—Venga, hazlo —me animó—. Me gustaría volver a casa antes de que salga el sol. Los pixies dormimos de noche, sabes.

 

Me humedecí los labios, demasiado ansiosa para replicarle. Nunca me había transformado antes. Había asistido a clase, pero la matrícula no cubría los costes de un hechizo profesional y el seguro de responsabilidad civil no permitía que los estudiantes probasen sus propias pociones. En fin, aseguradoras.

 

Apreté con los dedos el vial y se me aceleró el pulso. Esto me iba a doler mucho. Con un impulso repentino cerré los ojos y me lo bebí. Estaba amargo y me lo tragué de golpe, intentando no pensar en los tres pelos de ratón, puaj.

 

Noté retortijones en el estómago y me doblé por la mitad. Boqueé y perdí el equilibrio. El cemento húmedo se acercaba con gran velocidad, estiré el brazo para detener mi caída. Todo se volvió negro y borroso. ?Funciona!, pensé con alegría y miedo. Esto no era tan malo.

 

Entonces una punzada me rasgó la espalda. Como una llama azul me recorrió desde el cráneo hasta el final de la columna vertebral. Chillé aterrada al oír un grito gutural rasgando mis oídos. Hielo caliente me recorría las venas.

 

Me convulsioné agonizante y sin respiración. Me entró el pánico al nublárseme la vista. Ciega, alargué el brazo y no oí más que un horrible rechinar.

 

—?No! —chillé. El dolor aumentó, abarcándolo todo, engulléndome.

 

 

 

 

 

Capítulo 11

 

 

—?Rachel? Rachel, despierta. ?Estás bien? —Una cálida y suave voz desconocida me guió de vuelta a la consciencia. Me estiré, notando que funcionaban unos músculos diferentes. Abrí los ojos para ver sombras grises. Jenks estaba frente a mí con los brazos en jarras y las piernas separadas. Parecía que medía un metro ochenta.

 

—?Mierda! —exclamé, oyendo que de mí salía un áspero chillido. Era un ratón, ?era un maldito ratón!

 

Me estremecí de miedo al recordar el dolor de la transformación. Tendría que volver a pasar por lo mismo para recuperar mi forma. No me extra?a que la transformación fuese un arte en vías de extinción: dolía una barbaridad.

 

Me fui tranquilizando y me escurrí de entre mis ropas. Mi corazón latía increíblemente rápido. El horroroso perfume de lavanda apestaba en mi ropa y me ahogaba. Arrugué la nariz y reprimí una arcada al notar que podía percibir el alcohol usado para fijar la fragancia floral. Bajo ese olor identifiqué el aroma a ceniza de incienso de Ivy y me pregunté si el olfato de un vampiro sería tan sensible como el de un ratón.

 

Bamboleándome sobre cuatro patas me agazapé y miré el mundo a través de mis nuevos ojos. El callejón era del tama?o de un almacén, el cielo negro parecía amenazador. Todo estaba en blanco y tonos grises. No percibía los colores. El sonido del tráfico lejano sonaba fuerte y el hedor del callejón era abrumador. Jenks tenía razón: alguien estaba loco por los burritos.

 

Ahora que estaba en el suelo, la noche parecía más fría. Dando vueltas entre el montón de mi ropa intenté esconder mis joyas. La próxima vez lo dejaría todo menos mi cuchillo en casa. Me volví hacia Jenks, sobresaltándome por la sorpresa. ?Madre mía! Jenks era un cachas con alas. Tenía los hombros fuertes y bien definidos para apoyar su capacidad de vuelo. Tenía una cintura de avispa y un físico musculoso. Su mata de pelo fino caía graciosamente sobre su frente, dándole un aire de chico malo. Una telara?a brillante cubría sus alas. Viéndolo desde esta perspectiva entendía por qué Jenks tenía más ni?os que tres parejas de conejos.

 

Y su ropa… aún en blanco y negro su ropa era asombrosa. El dobladillo y el cuello de su camisa estaban bordados con flores de dedalera y helechos. Su pa?uelo negro, que antes veía rojo, estaba bordado con diminutas lentejuelas que formaban un dibujo fascinante.