Bruja mala nunca muere

—El círculo está roto. No te acerques. No he terminado todavía —dije sintiéndome a la vez mareada e irreal.

 

Respirando hondo comencé a separarme de la línea. Era una batalla entre el deseo básico de poder y el conocimiento de que acabaría volviéndome loca. Tenía que expulsarla de mí, empujándola fuera de mí desde los pies a la cabeza hasta que el poder volviese a la tierra.

 

Finalmente dejé caer los hombros cuando me abandonó y tuve que apoyarme tambaleante en la encimera.

 

—?Estás bien? —preguntó Ivy, cercana y atenta.

 

Jadeando levante la mirada. Estaba sujetándome por el codo para mantenerme en pie. No la había visto moverse. Me quedé helada. Notaba sus dedos cálidos a través de mi blusa.

 

—He usado demasiada sal. La conexión era demasiado fuerte. Estoy…, estoy bien. Suéltame.

 

La preocupación de su cara se desvaneció. Obviamente ofendida, me soltó. El ruido de la sal crujiendo bajo sus pies sonó con fuerza cuando se dirigió de vuelta a su rincón para sentarse en la silla con aire dolido. No pensaba disculparme. Yo no había hecho nada mal.

 

El silencio pesado e incómodo continuó mientras guardaba todos los viales menos uno en el armario junto con el resto de mis amuletos. Al mirarlos no pude evitar sentirme orgullosa. Los había hecho yo y aunque el seguro que necesitaría para poder venderlos era más de lo que ganaba en un a?o en la SI, podría usarlos para mí.

 

—?Necesitas ayuda para esta noche? —preguntó Ivy—. No me importa cubrirte las espaldas.

 

—No —le solté, quizá demasiado cortante. Ella frunció el ce?o. Sacudí la cabeza suavizando mi negativa con una sonrisa y deseando poder decir ?Sí, por favor?. Pero seguía sin confiar en ella. No quería ponerme en la situación de tener que confiar en nadie. Mi padre había muerto por confiar en alguien para guardarle las espaldas. ?Trabaja sola, Rachel?, me dijo en la cama del hospital y yo le sujeté su temblorosa mano mientras su sangre perdía la capacidad de transportar oxígeno. ?Trabaja siempre sola?.

 

Se me hizo un nudo en la garganta al cruzarme con la mirada de Ivy.

 

—Si no soy capaz de librarme de un par de zorros yo sola, merezco que me pillen —dije evitando el fondo de la cuestión. Puse mi cuenco plegable y una botella de agua salada en mi bolso, a?adiendo uno de mis nuevos amuletos de disfraz que nadie en la SI había visto antes.

 

—?No vas a probarlo antes? —preguntó Ivy cuando estaba claro que me marchaba ya.

 

Nerviosamente me coloqué un mechón de pelo.

 

—Se hace tarde. Seguro que todo sale bien.

 

Ivy no parecía muy convencida.

 

—Si no has vuelto por la ma?ana saldré a buscarte.

 

—Me parece bien. —Si no había regresado por la ma?ana sería que estaba muerta. Cogí mi abrigo de invierno, que colgaba de una silla, y me acurruqué dentro de él. Le dediqué a Ivy una rápida e incómoda sonrisa antes de salir por la puerta de atrás. Atravesaría el cementerio para coger el autobús en la otra calle.

 

El aire de la noche primaveral era frío y me estremecí al cerrar la puerta. El montón de bolas cargadas en el suelo era un recordatorio que no me hizo ninguna gracia. Sintiéndome vulnerable, me adentré en la sombra de un roble para esperar a que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad de una noche sin luna. Acababa de ser luna nueva y no saldría hasta casi el alba. Gracias, Dios.

 

—?Eh, se?orita Rachel! —oí a lo lejos y me giré pensando por un momento que era Jenks. Pero era Jax, su hijo mayor. El pixie preadolescente me había hecho compa?ía durante toda la larde. Casi lo corto por la mitad más de una vez cuando su curiosidad y sentido del ?deber? lo acercaban peligrosamente a mis tijeras mientras su padre dormía.

 

—Hola, Jax, ?está tu padre despierto? —le pregunté, ofreciéndole la mano para que se posase.

 

—Se?orita Rachel —dijo con la respiración acelerada—. La están esperando.

 

Me corazón dio un vuelco.

 

—?Cuántos? ?Dónde?

 

—Tres. —Brillaba con un verde pálido por la excitación—. Delante. Tipos grandes. De su tama?o. Apestan a zorro. Los he visto cuando el viejo Keasley los echó de su acera. Se lo habría dicho antes —dijo nervioso—, pero no habían cruzado la calle y ya les habíamos robado el resto de las bolas. Papá nos dijo que no la molestásemos a menos que alguien saltase el muro.

 

—Está bien. Has hecho lo correcto. —Jax echó a volar de nuevo cuando empecé a moverme—. Pensaba atajar por el jardín y coger el autobús en la otra manzana de todas formas.

 

Entorné los ojos en la penumbra y le di al tronco de Jenks un golpecito.

 

—Jenks —llamé bajito y sonreí al oír el gru?ido irritado que surgía del tronco del viejo fresno—. Vamos a trabajar.

 

 

 

 

 

Capítulo 10

 

 

La atractiva mujer que se sentaba frente a mí en el autobús se levantó para bajarse. Se detuvo de pie, demasiado cerca de mí, lo que me hizo sentirme incómoda y levanté la vista del libro de Ivy.