—Tabla 6.1 —dijo cuando nuestras miradas se cruzaron—. Tiene todo lo que necesitas saber. —Cerró los ojos y se estremeció de puro placer.
Avergonzada, pasé las páginas hasta el final.
—?La leche! —musité. Era una tabla de accesorios y sus sugerencias de uso. Me puse roja. No soy ninguna mojigata, pero algunas cosas… ?y con un vampiro! Quizá con un brujo, si estaba muy bueno. Sin lo de la sangre… quizá.
Di un respingo cuando la mujer se inclinó en el pasillo. Se acercó demasiado y dejó caer una tarjeta de visita negra en mi libro abierto.
—Por si necesitas a alguien más —susurró, sonriendo con una familiaridad que no comprendía—. Los principiantes brilláis como estrellas, y sacáis lo mejor de ellos. No me importa ser segundo plato tras tu primera noche. Y además podría ayudarte… con lo de después. A veces se olvidan.
Una sombra de miedo cruzó su expresión, rápida pero real.
Boquiabierta no pude decir nada mientras se incorporaba y se alejaba por el pasillo para luego bajar las escaleras.
Jenks revoloteó cerca de mí y cerré el libro de golpe.
—Rachel —dijo al aterrizar en mi pendiente—, ?qué lees? Llevas todo el camino con la nariz pegada a ese libro.
—Nada —dije notando cómo me martilleaba el pulso—. Esa mujer era humana, ?verdad?
—?La que estaba hablando contigo? Sí. Por el olor diría que es lacayo de un vampiro, ?por qué?
—No, por nada —dije guardando el libro en el fondo del bolso. No volvería a leerlo en público. Afortunadamente mi parada era la próxima. Ignorando el interminable interrogatorio de Jenks, entré en la zona de restaurantes del centro comercial. Mi abrigo largo ondeaba a la altura de los tobillos. Me introduje en la multitud que había salido de compras en una noche de sábado. Invoqué mi disfraz de anciana en los servicios con la esperanza de despistar a cualquiera que me hubiese reconocido. Aun así consideré que sería prudente mezclarme con el gentío antes de dirigirme a la SI, matar un poco el tiempo, reunir el valor suficiente, comprar una gorra para reemplazar la de Ivy que había perdido por la ma?ana y comprar jabón para borrar cualquier rastro de su olor que quedase en mí.
Pasé por delante de una tienda de amuletos sin mis titubeos habituales. Ahora podía hacerme el que quisiera. Si alguien me estaba buscando mirarían allí, pero nadie se esperaría encontrarme comprando un par de botas, pensé deteniéndome delante de un escaparate. Las cortinas de cuero y la tenue luz revelaban mejor que el nombre de la tienda que allí se vendían artículos para vampiros.
?Qué demonios?, pensé. Vivo con una vampiresa. La vendedora no puede ser peor que Ivy. Soy lo suficientemente lista como para comprar algo sin dejarme ni una gota de sangre ahí dentro. Así que, ignorando las quejas de Jenks, entré. Mi mente pasó de los recuerdos de la tabla 6.1 al guapo dependiente que había hecho un gesto a su compa?ero para que se fuese tras mirarme con unas gafas de montura de madera. Leí su nombre en su chapa del pecho: ?Valentine?, y devoré toda su atención mientras me ayudaba a elegir un buen par de botas, recorriendo mis medias de seda y acariciando mis pies con sus fuertes y fríos dedos. Jenks me esperó fuera en una maceta, hosco y de mal genio.
Madre mía, ?qué guapo era Valentine! Seguro que era un requisito para ser vampiro, como ir de negro y saber coquetear sin hacer saltar mis alarmas de proximidad. Mirar no hace da?o a nadie, ?no? Podía mirar sin apuntarme al club, ?no?
Pero cuando salí de la tienda con mis nuevas y demasiado caras botas me pregunté a qué venía esta repentina curiosidad. Ivy me había confesado que se guiaba por el olfato. Quizá todos los vampiros liberan feromonas para tranquilizar y atraer a los desprevenidos. Así era mucho más fácil seducir a su presa. Había disfrutado mucho con Valentine, tan relajada como si fuese un viejo amigo. Le había dejado tomarse provocativas libertades con sus manos y sus palabras que normalmente no habría permitido. Descarté el desagradable pensamiento y continué con mis compras.
Quería pasarme por la Gran Cereza para comprar salsa de tomate para la pizza. Los humanos boicoteaban cualquier tienda en la que vendiesen tomates (a pesar de que la variedad T4 ángel hubiese desaparecido hace tiempo), así que en el único sitio en el que se podían encontrar era en una tienda especializada a la que no le importase que la mitad de la población mundial se negase a entrar.