Bruja mala nunca muere

Fruncí el ce?o todo lo que un visón podía hacerlo. Ella decía que hacía tres a?os. Debía de haber sido muy, muy intenso. Estupendo.

 

Miré hacia el reloj de la sala. Se nos hacía tarde. Impaciente, me volví hacia el escaso archivo de Trenton. Según la SI, vivía y trabajaba en una finca enorme fuera de la ciudad. Criaba caballos de carreras, pero la mayoría de sus ingresos provenían de los cultivos de naranjas y nueces de pecan en el sur, fresas en la costa, y trigo en el Medio Oeste. Incluso tenía una isla en la Costa Este en la que cultivaba té. Yo ya sabía todo esto, había salido muchas veces en los periódicos.

 

Trent era hijo único y había perdido a su madre cuando tenía diez a?os y a su padre en su primer a?o de universidad. Sus padres habían tenido anteriormente otros dos hijos que no habían sobrevivido a la infancia. El médico de la familia no quiso entregar los informes sin una orden judicial y poco después de la petición su oficina se quemó hasta los cimientos. Trágicamente el doctor había estado trabajando hasta tarde y no logró salir con vida. Los Kalamack, pensé fríamente, sabían mantener sus secretos.

 

Me aparté de los papeles y rechiné los dientes. Aquí no había nada que me sirviese. Tenía la corazonada de que los archivos de la AFI, si por algún milagro pudiese verlos, serían incluso de menos ayuda. Alguien se había tomado muchas molestias para asegurarse de que se supiera muy poco de los Kalamack.

 

—Lo siento —dijo Jenks—, sé que contabas con encontrar algo aquí.

 

Me encogí de hombros empujando y metiendo de nuevo los papeles en la papelera. No iba a ser capaz de poner la papelera derecha, pero al menos parecería que se había caído y no que la habían inspeccionado.

 

—?Quieres ir con Francis a su entrevista sobre la muerte de la secretaria? —preguntó Jenks—. Es este lunes a las doce.

 

Las doce, qué hora tan segura. No era ridículamente temprano para la mayoría de los inframundanos, y era una hora perfectamente normal para los humanos. Quizá debería unirme a Francis y ayudarle. Noté cómo mis labios de roedor se retraían formando una sonrisa. A Francis no le importaría. Quizá fuese mi única oportunidad para descubrir algo sobre Trenton. Si demostraba que traficaba con azufre lograría pagar mi contrato.

 

Jenks voló hasta colocarse en el borde de la papelera moviendo las alas habilidosamente para mantener el equilibrio.

 

—?Te importa que vaya contigo para olfatear a Trent? Apuesto a que averiguo qué es.

 

Mis bigotes acariciaron el aire mientras me lo pensaba. Sería agradable contar con un par de ojos extra. Yo podría ir en el coche con Francis, pero no como un visón. Probablemente gritaría como una ni?ita y me tiraría cosas si me encontraba escondida en el asiento trasero.

 

—Hablamos luego —deletreé—. En casa.

 

La sonrisa de Jenks se volvió maliciosa.

 

—Antes de irnos, ?no te gustaría ver tu expediente?

 

Negué ostentosamente. Ya había visto mi expediente veces.

 

—No —deletreé—, quiero destruirlo.

 

 

 

 

 

Capítulo 12

 

 

—Tengo que buscarme un coche —susurré al bajar dando tumbos por los escalones del autobús. Liberé mi abrigo de las puertas que se cerraban y contuve la respiración hasta que el motor diesel se alejó rugiendo—. Y pronto —a?adí apretando el bolso contra mí.

 

Hacía días que no dormía bien. La sal seca se me había quedado pegada a la piel y picaba por todas partes. No pasaban cinco minutos sin que me golpease accidentalmente la ampolla de la nuca y Jenks estaba irritado tras pasársele el subidón de azúcar del caramelo que le había comprado. En resumen, éramos una compa?ía excelente.

 

Un falso amanecer iluminaba el cielo occidental, produciendo una preciosa traslucidez. Los pájaros piaban con fuerza y las calles estaban aún silenciosas. Me alegré de llevar mi abrigo por el aire fresco que soplaba. Diría que el sol tardaría solo una hora en salir. Las cuatro de la ma?ana en junio era una hora dorada en la que los vampiros buenos estaban ya en la cama y los humanos razonables no habían asomado aún la nariz para buscar su periódico de la ma?ana.

 

—Estoy deseando meterme en la cama —murmuré.

 

—Buenas noches, se?orita Morgan —dijo una voz grave, y di un respingo, poniéndome en posición defensiva.

 

Jenks soltó una carcajada sarcástica desde mi pendiente.

 

—Es el vecino —dijo con ironía—. Jesús, Rachel, confía un poco en mí.

 

Con el corazón en la boca, me incorporé lentamente sintiéndome tan mayor como la edad que se suponía que aparentaba bajo mi disfraz. ?Por qué no estaba este hombre en su cama?

 

—Buenos días, más bien —dije acercándome a la verja de Keasley. Estaba inmóvil en su mecedora, con la cara en sombras y oculta.

 

—?Has ido de compras? —dijo contoneando un pie para indicarme que se había fijado en mis botas nuevas.

 

Cansada, me apoyé en la cadena de la valla.

 

—?Le apetece un bombón? —le pregunté y me hizo se?as para que entrase.

 

Jenks zumbaba preocupado.