—Rachel —dijo Ivy con tono seco—, este es Kisten, pero ya se iba, ?verdad Kist?
No era una pregunta. Contuve la respiración cuando por fin se levantó con una gracia fluida, felina. Kist se desperezó levantando las manos hacia el techo. Su fibroso cuerpo se movió como una cuerda, mostrando cada gloriosa curva de sus músculos. No podía apartar la vista. Sus brazos bajaron y nuestros ojos se encontraron. Eran marrones. Sus labios se abrieron con una leve sonrisa y supo de inmediato que lo había estado observando. Sus dientes eran afilados como los de Ivy. No era un gul. Era un vampiro vivo. Aparté la vista; aunque sabía que los vampiros vivos no podían dominar la voluntad si uno se resistía.
—?Te gustan los vampiros, brujita? —susurró.
Su voz sonó como el viento sobre el agua y se me aflojaron las rodillas por la provocación con la que habló.
—No puedes tocarme —dije, incapaz de evitar mirarlo mientras intentaba dominarme. Mi voz sonó como si saliese de dentro de mi cabeza—. No he firmado ningún papel.
—?No? —susurró. Arqueó las cejas con seductora confianza. Se acercó sin hacer ruido al andar. Con el corazón en la boca miré al suelo. Alargué la mano a mis espaldas retrocediendo hasta tocar el marco de la puerta. Era más fuerte que yo y más rápido, pero un rodillazo en la entrepierna le dolería como a cualquier hombre.
—A los tribunales no les importará —dijo en voz baja, y se detuvo—. Ya estás muerta de todas formas.
Abrí los ojos de par en par cuando se abalanzó sobre mí. Su perfume me inundó, olía a tierra húmeda y negra. El pulso se me disparó y di un paso hacia delante. Su mano cálida se posó en mi barbilla. Me recorrió una sacudida que me dobló las rodillas. Me agarró por el codo, apoyándome sobre su pecho. Mi sangre se aceleró en anticipación de una promesa desconocida. Me dejé caer sobre él, esperando. Sus labios se abrieron para susurrar unas palabras que no pude entender pero que sonaban bellas y oscuras.
—?Kist! —gritó Ivy, asustándonos a ambos. Una llama de ira cruzó sus ojos y luego desapareció.
Mi voluntad regresó con dolorosa rapidez. Intenté liberarme, pero aún me sujetaba. Olía a sangre.
—Suéltame —dije casi sintiendo pánico cuando no lo hizo—. ?Suéltame!
Dejó caer las manos y se giró hacia Ivy, ignorándome por completo. Me apoyé contra el marco de la puerta, temblando, pero incapaz de marcharme voluntariamente hasta saber que él se había ido.
Kist se colocó frente a Ivy, tranquilo y sereno, todo lo opuesto al nerviosismo de ella.
—Ivy, cari?o —dijo con tono meloso—, ?por qué te torturas? Tiene tu olor, pero su sangre todavía huele pura. ?Cómo puedes aguantar? Lo está pidiendo a gritos. Se resistirá y se quejará la primera vez, pero te lo agradecerá al final.
Con gesto tímido se mordió suavemente el labio. Brotó un hilo carmesí y se lo limpió lenta y deliberadamente con la lengua. Mi respiración sonaba violenta incluso para mí e intenté contenerla.
Ivy se puso furiosa. Sus ojos se convirtieron en dos pozos negros. La tensión no me dejaba respirar. Los grillos en la calle cantaban más rápido. Con una exagerada lentitud Kist se inclinó cautelosamente hacia Ivy.
—Si no quieres iniciarla tú —dijo con voz grave y excitada—, déjamela a mí. Te la devolveré. —Sus labios se entreabrieron para dejar ver sus brillantes caninos—. Palabra de honor.
La respiración de Ivy se tornó un jadeo rápido. Su cara era una mezcla irreal de lujuria y odio. Podía notar su lucha por superar el hambre y observé fascinada como desaparecía para dejar únicamente odio.
—Sal de aquí —dijo con voz ronca y trémula.
Kist suspiró y la tensión se disipó en él al exhalar. Advertí que yo también podía respirar de nuevo. Inspiré varias veces rápida y poco profundamente mientras mis ojos viajaban de uno a otro. Se había terminado. Ivy había ganado. Estaba… ?a salvo?
—Es una estupidez, Tamwood —dijo Kist colocándose bien la chaqueta negra de cuero y demostrando su tranquilidad—. Un despilfarro de oscuridad por algo que no existe.
Con zancadas abruptas, Ivy se dirigió a la puerta trasera. El sudor me caía por la espalda cuando me rozó la brisa que levantó al pasar junto a mí. El aire fresco de la ma?ana entró, desplazando la oscuridad que parecía haber llenado la habitación.
—Es mía —dijo Ivy como si yo no estuviese allí—. Está bajo mi protección. Lo que haga o deje de hacer con ella es cosa mía. Dile a Piscary que si vuelvo a ver a una de sus sombras en mi iglesia, asumiré que buscan lo que tengo. Pregúntale si quiere iniciar una guerra conmigo, Kist, pregúntaselo.