Di un golpecito en la ventanilla del asiento de copiloto del coche de Francis para llamar la atención de Jenks.
—?Qué hora es? —dije en voz baja ya que hasta los susurros tenían eco en el aparcamiento subterráneo. Había cámaras grabándome, pero nadie miraba las cintas a no ser que se denunciase un robo.
Jenks bajó del retrovisor y pulsó el botón para bajar la ventanilla.
—Las once y cuarto —dijo mientras descendía el cristal—. ?Crees que han cambiado la hora de la entrevista con Kalamack?
Negué con la cabeza y miré por encima de los demás coches hasta la puerta del ascensor.
—No, pero si me hace llegar tarde me voy a cabrear.
Me tiré hacia abajo de la falda. Para mi consuelo, el amigo de Jenks había traído mi ropa y mis joyas ayer. Toda mi ropa estaba tendida o doblada en pilas en mi armario. Me sentía mejor viéndola allí. El hombre lobo había hecho un buen trabajo limpiando, secando y doblándolo todo y me pregunté cuánto me cobraría por hacerme la colada cada semana.
Encontrar algo que ponerme que fuese a la vez conservador y provocativo había sido más difícil de lo que pensaba. Finalmente me decidí por una falda roja corta, medias lisas y una blusa blanca cuyos botones podían abrocharse o desabrocharse según el momento. Mis pendientes de aro eran demasiado peque?os para que Jenks se colgase de ellos, por lo que el pixie se había pasado media hora quejándose. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza y unos elegantes zapatos de tacón rojos. Parecía una alegre colegiala. El hechizo de disfraz ayudaba: volvía a ser una morenita de nariz grande y que apestaba a lavanda. Francis me reconocería, pero de eso se trataba.
Nerviosa, me limpiaba debajo de las u?as recordándome a mi misma que tenía que pintármelas de nuevo. El esmalte rojo se había evaporado al convertirme en visón.
—?Estoy bien? —le pregunté a Jenks, colocándome el cuello.
—Sí, bien.
—Ni siquiera me has mirado —me quejé justo cuando el ascensor sonó—. Ese debe de ser él —dije—, ?tienes lista la poción?
—Solo tengo que quitar el tapón y le caerá toda encima.
Jenks volvió a cerrar la ventana y se escondió rápidamente. Había colocado un vial de poción de sue?o entre el techo y el retrovisor. Francis, sin embargo, pensaría que era algo más siniestro. Era un incentivo para que aceptase dejarme ir en su lugar a la entrevista con Kalamack. Secuestrar a un hombre hecho y derecho, por muy nenaza que fuese, era complicado. No podía simplemente noquearlo y meterlo en el maletero. Y si lo dejaba inconsciente donde cualquiera pudiese encontrarlo, me pillarían.
Jenks y yo llevábamos en el aparcamiento una hora más o menos, haciendo peque?as pero significativas modificaciones en el coche deportivo de Francis. Jenks había tardado solo unos segundos en desactivar la alarma y abrir la puerta del conductor. Y mientras yo esperaba fuera a Francis, mi bolso ya estaba colocado bajo el asiento del pasajero.
Francis se había conseguido un cochazo: un descapotable rojo con asientos de cuero. Tenía climatizador y las ventanas podían oscurecerse; lo sabía porque las había probado. Tenía incluso un teléfono móvil incorporado cuya batería estaba ahora en mi bolso. La matrícula personalizada decía: ?Redada?. El bólido tenía tantos accesorios que lo único que necesitaba era permiso para despegar. Y olía a nuevo. ?Un soborno o un regalo para callarle la boca?, me preguntaba muerta de envidia.
La lucecita de encima del ascensor se apagó. Me agaché tras una columna, esperando que fuese Francis. Lo último que deseaba era llegar tarde. Mi pulso volvió a adoptar un ritmo rápido y comencé a sonreír al reconocer los pasos acelerados de Francis. Estaba solo. Oí el ruido de sus llaves y luego un sorprendido ??Eh?? cuando el coche no emitió el esperado pitido al desconectar la alarma. Me temblaban los dedos de expectación. Esto iba a ser muy divertido.
Abrió la puerta del coche y salté de detrás de la columna. Simultáneamente Francis y yo entramos en el vehículo por ambas puertas, cerrándolas a la vez.
—?Pero qué demonios pasa aquí? —exclamó Francis al descubrir que tenía compa?ía. Entornó los ojos mientras se apartaba el pelo—. ?Rachel! —dijo casi rezumando una confianza fuera de lugar—. Eres bruja muerta.
Quiso salir, pero me abalancé sobre él y le agarré por la mu?eca, se?alando hacia Jenks. El pixie le dedicó una exagerada sonrisa. Sus alas eran un torbellino de excitación mientras le daba palmaditas al vial con la poción. Francis se quedó blanco.
—Te pillé —le susurré, soltándole la mu?eca y bloqueando las puertas desde dentro—. Ahora te toca a ti.
—?P-pero qué te crees que estás haciendo? —tartamudeó Francis, pálido bajo su desagradable barba.
—Estoy aceptando tu invitación a la entrevista con Kalamack. Acabas de presentarte voluntario para conducir —le contesté con una sonrisa.