—Prefiero morir enfrentándome a mis enemigos que hacerlo mientras duermo inocentemente junto a ellos —repliqué, pensando que era lo más estúpido que había dicho jamás. Ni siquiera tenía sentido. Me detuve cuando Ivy se deslizó frente a mí y cerró el armario—. Quítate de en medio —amenacé con voz grave, para que no notase que temblaba. Tenía la mirada cargada de consternación y el ce?o fruncido. Parecía tan humana que me hizo morirme de miedo. Justo cuando creía que la entendía, iba y hacía algo así.
Con mis amuletos y mi aguja digital fuera de mi alcance, estaba indefensa. Ivy podía lanzarme al otro lado de la cocina y partirme el cráneo en el horno. Podía romperme las piernas para que no pudiese correr. Podía atarme a una silla y desangrarme. Pero lo que hizo fue plantarse frente a mí con unos ojos cargados de dolor y frustración en su pálida y perfectamente ovalada cara.
—Te lo puedo explicar —dijo en voz baja.
Reprimí mis temblores y la miré a los ojos.
—?Qué quieres de mí? —susurré.
—No te he mentido —dijo sin contestar a mi pregunta—. Kist es el delfín de Piscary. La mayor parte del tiempo, Kist es simplemente Kist, pero Piscary puede… —titubeó. La miré y cada músculo de mi cuerpo me pedía que huyese, pero si me movía ella también lo haría—. Piscary es más antiguo que las piedras —dijo llanamente—. Tiene suficiente poder como para usar a Kist para ir a sitios a los que él ya no puede trasladarse.
—Es un criado —escupí—. Es el maldito lacayo de un vampiro muerto. Le hace las compras diurnas y le lleva a papá Piscary los humanos para su aperitivo.
Ivy se estremeció. La tensión la abandonaba poco a poco y adoptó una postura más relajada, pero sin moverse de entre mis amuletos y yo.
—Es un gran honor que te elijan heredero de un vampiro como Piscary. Y no todo son ventajas para Piscary. Kist tiene más poder que cualquier otro vampiro vivo. Por eso ha sido capaz de dominarte. Pero Rachel —dijo atropelladamente al emitir yo una queja de impaciencia—, yo no le habría dejado.
?Y tenía que alegrarme por eso? ?Por que no quiere compartirme? Mi pulso se había calmado y me derrumbé en una silla. No creía que mis rodillas pudiesen aguantarme ni un minuto más. Me preguntaba qué porcentaje de mi debilidad se debía a la adrenalina gastada y cuánto se debía a las feromonas relajantes que Ivy liberaba en el ambiente. ?Maldita fuera mil veces! Esto me superaba, especialmente si Piscary estaba implicado.
Se decía que Piscary era uno de los vampiros más ancianos de Cincinnati. No causaba ningún problema y mantenía a su reducido grupo a raya. Se adaptaba al sistema para todo lo necesario, cumplimentaba todo el papeleo y se aseguraba que cada captura que hacía su gente fuese legal. Era mucho más que el simple propietario de un restaurante que pretendía ser. La SI hacía la vista gorda con el se?or de los vampiros. Era uno de los que se movía entre las luchas de poder de la cara oculta de Cincinnati, pero mientras pagase sus impuestos y renovara su licencia para despachar alcohol, no había nada que se pudiese o que quisiesen hacer al respecto. Pero si un vampiro parecía inofensivo, eso solo quería decir que era más listo que los demás.
Volví a mirar a Ivy, que permanecía de pie con los brazos rodeando su cuerpo como si estuviese disgustada. ?Ay, Dios! ?Qué hacía yo allí?
—?Qué tiene que ver Piscary contigo? —le pregunté notando que me temblaba la voz.
—Nada —contestó y no pude evitar resoplar con incredulidad—. De verdad —insistió—, es un amigo de la familia.
—El tío Piscary, ?no? —dije con acritud.
—En realidad —dijo lentamente—, eso es más acertado de lo que imaginas. Piscary inició la estirpe de vampiros vivos de mi madre a principios del siglo XVIII.
—Y os ha estado desangrando lentamente desde entonces —dije con tono amargo.
—Las cosas no son así —dijo ella con tono herido—. Piscary nunca me ha tocado. Es como un segundo padre.
—Quizá está dejando que la sangre madure en su botella.
Ivy se pasó la mano por el pelo en un gesto de preocupación poco habitual en ella.
—No es así, de verdad.
—Estupendo. —Me incliné para apoyar los codos en la mesa. ?Ahora tenía que preocuparme por el delfín de Piscary, que invadía mi iglesia con la fuerza de su se?or? ?Por qué no me había contado todo esto antes? No quería jugar a esto si las malditas reglas cambiaban constantemente.
—?Qué quieres de mí? —volví a preguntar temerosa de que me contestase y tuviese que irme.
—Nada.
—Mentirosa —dije, pero cuando levanté la vista de la mesa había desaparecido.
Mi respiración volvió a agitarse y el corazón a dar saltos. Me levanté de golpe abrazándome a mí misma y me quedé contemplando la encimera vacía y las paredes silenciosas. Odiaba cuando hacía eso. El se?or Pez seguía en el alféizar, contoneándose y retorciéndose como si a él tampoco le gustase.
Lenta y reticentemente guardé mis amuletos. Mis pensamientos volvieron al ataque de las hadas en la puerta de la iglesia, a las bolas de líquido de los hombres lobo apiladas en el porche trasero y luego recordé las palabras de Kist acerca de los vampiros que esperaban a que abandonase la protección de Ivy. Estaba atrapada e Ivy lo sabía.
Capítulo 13