Jonathan abrió los ojos de par en par.
—Sa'han —dijo precipitadamente—, acepte mis disculpas. El guarda de la garita dijo… —Sus palabras se perdieron y vi cómo se ponía firme ante lo que parecía una reprimenda—. Sí, Sa'han —dijo inclinando la cabeza en un gesto inconsciente de deferencia—. En la recepción.
El hombre pareció recomponerse para dirigirse de nuevo hacia mí. Le dediqué una deslumbrante sonrisa. En sus ojos azules no había expresión alguna al mirarme como si fuese el regalito que hubiese dejado un cachorro sobre la alfombra nueva.
—?Puede regresar por ahí? —dijo se?alando y con un tono imparcial.
Sintiéndome más como una prisionera que como una invitada, acaté la sutil orden de Jonathan y deshicimos el camino hasta la recepción. Yo iba delante. El se mantuvo detrás todo el tiempo. No me gustó nada. Tampoco ayudaba el hecho de sentirme bajita a su lado ni que mis pasos fuesen los únicos que se oían. Lentamente, los suaves colores y texturas dieron paso a las paredes corporativas y a la bulliciosa eficacia.
Manteniéndose siempre tres pasos por detrás de mí, Jonathan me dirigió hacia un peque?o pasillo justo junto al vestíbulo. Había puertas de cristal mate a cada lado. La mayoría estaban abiertas y había gente trabajando dentro, pero Jonathan me indicó que fuese a la oficina del fondo, con puertas de madera, y casi pareció dudar antes de adelantarme para abrirla.
—Si no le importa esperar aquí —dijo con un leve tono de amenaza en su precisa forma de hablar—. El se?or Kalamack estará con usted en breve. Estaré en el despacho de su secretaria por si necesita algo.
Apuntó hacia un escritorio visiblemente vacío encajado en un hueco del pasillo. Me acordé de Yolin Bates, muerta en el calabozo de la SI hacía tres días. Mi sonrisa se volvió más forzada.
—Gracias, Jon —dije alegremente—. Ha sido muy amable.
—Me llamo Jonathan. —Cerró la puerta pero no oí ningún pestillo o llave.
Me giré para curiosear la oficina del se?or Kalamack. Parecía bastante normal, dentro de un estilo de ejecutivo asquerosamente rico, claro. Había un panel de equipos electrónicos encastrados en la pared junto a la mesa, con tantos botones e interruptores que podría pasar por un estudio de grabación. En la pared opuesta había una ventana enorme por la que entraba el sol para iluminar la suave moqueta. Sabía que estaba en una zona demasiado interior del edificio como para que la ventana y sus rayos de sol fuesen reales, pero eran lo suficientemente buenos como para hacerme dudar.
Dejé mi bolso junto a la silla frente a la mesa y me acerqué a la ?ventana?. Con las manos en las caderas observé la foto de unos potros retozando. Elevé las cejas sorprendida. Los ingenieros habían metido la pata. Era mediodía y el sol no estaba lo suficientemente bajo como para que sus rayos llegasen tan inclinados.
Satisfecha tras descubrir su error, centré mi atención en el acuario colgado de la pared tras la mesa. Estrellas de mar, damiselas azules, cirujanos amarillos e incluso caballitos de mar coexistían pacíficamente, aparentemente ajenos a que el océano estaba a ochocientos kilómetros al este de allí. Me acordé de mi se?or Pez, nadando feliz en su peque?a pecera de cristal. Fruncí el ce?o, no por envidia, pero sí molesta por la volubilidad de la suerte en el mundo.
El escritorio de Trent tenía la parafernalia habitual completa, incluso había una peque?a fuente de piedra negra por la que repicaba el agua. El salvapantallas de su ordenador era una línea ondulante con tres números: veinte, cinco, uno. Un mensaje bastante enigmático. En la esquina, pegada al techo, había una cámara cuya luz roja intermitente me apuntaba. Me vigilaban.
Recordé la conversación de Jonathan con el misterioso Sa'han. Obviamente mi historia acerca de Francine se había descubierto, pero si quisieran arrestarme, ya lo habrían hecho. Daba la impresión de que yo tenía algo que el se?or Kalamack quería, ?mi silencio? Debía averiguarlo.