Francis se puso tenso. Oí el peque?o grito ahogado de Megan al aparecer por el arco de las oficinas. Más gente se asomó a su alrededor, cuchicheando en voz alta. Los miré notando un pellizco de pánico. Había demasiada gente. Demasiadas oportunidades de que algo saliese mal.
Me sentí mejor cuando el zorro relajó su postura y guardó el arma. Colocó los brazos a ambos lados de su cuerpo, con las palmas de las manos hacia fuera en un fingido gesto de aceptación. Liquidarme ante tantos testigos saldría caro. Estábamos en tablas.
Mantuve a Francis pegado a mí a modo de escudo a la fuerza. Hubo un murmullo cuando los otros dos zorros aparecieron como sombras de la zona de oficinas. Se apoyaban en la negra pared de la recepción de Megan. Uno llevaba un arma en la mano. Estudió la situación y la volvió a enfundar.
—Vale, Francis —dije—, es hora de tu paseíto vespertino. Despacio y con cuidado.
—?Que te den, Rachel! —dijo con la voz temblorosa y sudor en la frente.
Salimos del mostrador trabajosamente, ya que tenía que mantener a Francis en pie cada vez que se resbalaba con los bolígrafos del suelo. El zorro de la puerta se apartó servicialmente. Su actitud estaba bastante clara. No tenían prisa. Tenían tiempo. Bajo su atenta mirada Francis y yo le dimos la espalda a la puerta y salimos a la calle.
—?Deja que me vaya! —dijo Francis comenzando a revolverse. Los peatones se apartaban y los coches que pasaban se paraban a mirar. Odio a los curiosos, pero quizá me viniesen bien—. ?Vamos, echa a correr! —me exhortó Francis—. Es lo que mejor sabes hacer.
Lo apreté con fuerza hasta que gru?ó de dolor.
—En eso tienes razón, soy más rápida de lo que serás tú jamás. —La gente que nos rodeaba comenzaba a dispersarse advirtiendo que esto era algo más que una ri?a de pareja—. Quizá tú también debas echar a correr —dije con la esperanza de a?adir más confusión a la escena.
—?Qué co?o dices? —Su sudor comenzaba a apestar por encima de su colonia.
Arrastré a Francis hasta el otro lado de la calle, parando con la mano a los coches. Los tres zorros habían salido a vigilarnos. Estaban allí de pie en un tenso estado de alerta junto a la puerta con sus gafas de sol y sus trajes negros.
—Seguro que piensan que me estás ayudando. Lo digo en serio —dije para provocarlo—. Un brujo alto y fuerte como tú y ?no es capaz de librarse de una débil chica como yo? —Noté que se le aceleraba la respiración al comprender la situación—. Buen chico —dije—, ahora, ?corre!
Con un tráfico denso entre los zorros y yo, solté a Francis y salí corriendo, perdiéndome entre los peatones. Francis salió disparado en la dirección contraria. Sabía que si lograba poner suficiente distancia entre nosotros no me seguirían. Los hombres zorro eran supersticiosos y no se atreverían a violar un santuario en terreno consagrado. Estaría a salvo… hasta que Denon enviase a alguien más a por mí.
Capítulo 9
—Tiene que haber algo más —musitaba, pasando una página quebradiza que olía a gardenia y a éter. Un hechizo para pasar desapercibida sería estupendo, pero requería semillas de helecho y no solo no tenía tiempo para reunir las suficientes, sino que además no estábamos en la época adecuada. En el mercado de Findlay tendrían, pero no tenía tiempo.
—Sé realista, Rachel —suspiré, cerrando el libro y enderezando mi dolorida espalda—. No eres capaz de conjurar algo tan complicado.
Ivy estaba sentada frente a mí en la mesa de la cocina, rellenando los impresos de cambio de dirección que había recogido y mordisqueando un trozo de apio mojado en salsa. Era lo único que había tenido tiempo de cocinar para la cena. No pareció importarle. Quizá pensara salir luego a tomar algo. Ma?ana, si sobrevivía para verlo, prepararía una buena cena. Quizá pizza. La cocina no invitaba a elaborar comida hoy.
Estaba conjurando hechizos y la cocina era un desastre. Había plantas medio troceadas, tierra, cuencos manchados de verde, cocciones enfriándose y cacerolas de cobre sucias amontonadas en el fregadero. Parecía una mezcla entre la cocina de Yoda y un chef de la televisión. Pero ya tenía mis amuletos de detección, para hacer dormir e incluso algunos amuletos nuevos de disfraz que me hacían parecer más vieja en lugar de más joven. No podía evitar un sentimiento de satisfacción por haberlos hecho yo misma. En cuanto encontrase un hechizo lo suficientemente potente como para entrar en la sala de archivos de la SI, Jenks y yo saldríamos de nuevo.