—Ya te veré luego, Rachel, mona. Quizá en la página de necrológicas. —Su risa era demasiado aguda.
Le lancé una mirada fulminante y se giró para firmar con una floritura el libro de registro de Megan. Se volvió hacia mí y me dijo: ?Corre, bruja. Corre?. Sacó su teléfono móvil, pulsó unas cuantas teclas y se fue pavoneándose por el pasillo, pasando por delante de las oscuras oficinas vip hacia la sala.
Megan hizo una mueca de disculpa y pulsó el botón para abrirle la reja.
Cerré los ojos en un largo parpadeo. Cuando los abrí, le hice un gesto con la mano a Megan para pedirle un minuto y me senté en una de las sillas del vestíbulo para revolver en mi bolso como si buscase algo. Jenks aterrizó en mi pendiente.
—Vayámonos —dijo con tono preocupado—. Ya volveremos esta noche.
—Sí —coincidí. Que Denon hubiese maldecido mi apartamento había sido un acto de acoso. Enviar a un equipo de asesinos sería demasiado caro. Yo no merecía tanto. Pero ?por qué arriesgarse?
—Jenks —susurré—. ?Puedes entrar en la sala sin que te vean las cámaras?
—Por supuesto que puedo, mujer. Entrar a hurtadillas es lo que mejor hacen los pixies. ?Me estás preguntando si puedo burlar las cámaras? ?Quién te crees que les hace el mantenimiento técnico? Los pixies. ?Y acaso alguna vez nos reconocen le mérito? Noooo. Se lo lleva todo el tarugo del técnico, que lo único que hace es posar su culo gordo al pie de la escalera, conducir la furgoneta, abrir la caja de herramientas y zamparse los donuts, ?pero hace algo útil? Noooo.
—Me parece muy bien, Jenks pero calla y escucha. —Miré hacia Megan—. Averigua qué archivos quiere mirar Francis. Te esperaré todo el tiempo que pueda, pero si hay alguna se?al de amenaza, me largo. Puedes llegar solo hasta casa desde aquí, ?no?
Las alas de Jenks levantaron una brisilla, moviendo un mechón de pelo que me hizo cosquillas en el cuello.
—Sí, claro que puedo. ?Quieres que además le provoque unos picores, ya que estoy allí?
Arqueé una ceja.
—?Picores? ?Sabes hacer eso? Creía que no eran más que… mmm, cuentos de hadas.
Revoloteó delante de mi cara, con gesto engreído.
—Se va a enterar. Es la segunda cosa que hacemos mejor los pixies —dudó un instante y sonrió pícaramente—, bueno, la tercera.
—?Por qué no? —dije soltando un suspiro y entonces se elevó con sus alas de libélula silenciosamente, estudiando las cámaras. Se quedó suspendido en el aire durante un instante para calcular el tiempo que tardaban en girar. Salió disparado hacia el techo para luego girar por el largo pasillo, pasó por encima de las oficinas y se dirigió a la puerta de la sala. Si no lo hubiera estado observando no lo habría visto marcharse.
Saqué un boli de mi bolso, lo volví a cerrar y me dirigí hacia Megan. El enorme mostrador de caoba separaba por completo el vestíbulo de las oficinas ocultas tras él. Era el último bastión entre el público y el meollo de los trabajadores que mantenían el archivo en orden. El sonido de una risa femenina se coló por el arco de entrada detrás de Megan. Nadie trabajaba mucho los sábados.
—Hola, Meg —dije acercándome más.
—Buenas tardes, se?orita Morgan —dijo demasiado alto, ajustándose las gafas. Su mirada estaba fija en un punto por encima de mi hombro y tuve que esforzarme para no girarme. ?Se?orita Morgan?, pensé. ?Desde cuando era yo la se?orita Morgan?
—?Qué pasa, Meg? —dije mirando hacia atrás por encima de mi hombro al vestíbulo vacío.
Megan siguió muy derecha en su silla.
—Gracias a Dios que sigues viva —susurró entre dientes forzando una sonrisa—. ?Qué haces aquí? Deberías estar escondida en un sótano. —Antes de que pudiese contestar ladeó la cabeza como un cocker, sonriendo como la rubia que desearía ser—. ?Qué puedo hacer por usted, se?orita Morgan?
Puse cara rara y Megan se?aló con los ojos por encima de mi hombro. Hizo un gesto crispado.
—La cámara, tonta —murmuró—, la cámara.
Solté el aire, aliviada. Estaba más preocupada por la llamada de teléfono de Francis que por la cámara. Nadie miraba las cintas a no ser que pasase algo, pero para entonces ya era demasiado tarde.
—Estamos todos apostando por ti —musitó Megan—. Las apuestas van doscientos a uno a que sobrevives esta semana. Personalmente he apostado cien a uno por ti.
Me entraron náuseas. Su mirada se posó detrás de mí y se puso rígida.
—Hay alguien detrás de mí, ?verdad? —dije y ella hizo una mueca. Yo suspiré, y me eché el bolso a la espalda para que no molestase antes de girarme sobre los talones lentamente.