Bruja mala nunca muere

—Cuarenta y nueve —repitió bajando el tono de su voz—. Nunca volverás a ser la misma.

 

Nerviosa, miré la página que me indicaba. Oh, Dios mío, el libro de Ivy tenía ilustraciones. Pero entonces me quedé extra?ada y entorné los ojos algo confusa. ?Había tres personas en la ilustración? ?Y qué rayos era eso que colgaba de la pared?

 

—Así —dijo el hombre alargando su brazo y girando el libro que yo sujetaba en la mano. Su colonia olía a madera y al limpio. Era agradable notar su tono suave y su mano rozándose intencionadamente con la mía. Era el típico lacayo de vampiro: buena presencia, vestido de negro y con una imperiosa necesidad de gustar a todo el mundo. Por no mencionar su falta de preocupación por el espacio personal.

 

Aparté la mirada cuando le dio unos golpecitos al libro.

 

—Oh —dije al verlo claro—. ?Oh! —exclamé poniéndome colorada y cerrando de golpe el libro. Había dos personas. Tres si contamos al de… lo que fuera aquello.

 

Elevé la mirada hasta encontrar la suya.

 

—?Tú sobreviviste a eso? —le pregunté sin estar segura de si avergonzarme, horrorizarme o impresionarme.

 

Su mirada se tornó casi reverente.

 

—Sí. No pude mover las piernas durante dos semanas, pero mereció la pena.

 

Con el corazón saltándome en el pecho, guardé el libro en mi bolso. El se irguió con una encantadora sonrisa y se dirigió tranquilamente a la salida. No pude evitar fijarme en que cojeaba. Me sorprendía que pudiese andar. Me observó mientras bajaba los escalones sin apartar sus profundos ojos de los míos.

 

Tragué saliva e hice un esfuerzo por apartar la mirada, curiosidad sacaba lo mejor de mí e incluso antes de que la última persona se bajase del autobús ya había vuelto a sacar el libro de Ivy. Tenía los dedos fríos al abrirlo de nuevo. Ignoré la ilustración y leí la letra peque?a bajo el alentador título ?Cómo hacerlo? sobre las instrucciones. Me quedé pálida y se me hizo un nudo en el estómago.

 

Contenía una advertencia en la que se indicaba que no debías dejarte convencer por tu amante vampiro para hacer esto hasta que te hubiese mordido al menos tres veces. De lo contrario puede que no hubiese suficiente saliva de vampiro en tu organismo para bloquear los receptores del dolor y hacer creer a tu cerebro que el dolor era placer. Incluso había instrucciones de cómo evitar desmayarse si efectivamente no tenías suficiente saliva de vampiro y el dolor era agónico. Aparentemente si la presión sanguínea descendía, también lo hacía el disfrute del vampiro. Sin embargo, no había ningún truco para hacer que parase.

 

Con los ojos cerrados dejé caer la cabeza contra la ventana. La charla de los pasajeros que entraban me hizo abrir los ojos y parpadear echando un vistazo a la acera. El hombre estaba allí, de pie, mirándome. Me froté un brazo con la otra mano, helada. Me sonreía como si su ingle no hubiese sido delicadamente perforada y le hubiesen extraído la sangre para consumirla como en comunión. Lo había disfrutado, o al menos eso creía él. Levantó tres dedos como en el saludo de los exploradores y se los llevó a los labios para lanzarme un beso. El autobús reanudó bruscamente su marcha haciendo ondear el borde de su abrigo.

 

Me quedé mirando fijamente por la ventana y sentí náuseas. ?Habría participado Ivy alguna vez en algo así? Quizá hubiese matado a alguien accidentalmente. Quizá por eso ya no era practicante. Quizá debería preguntarle. Quizá debería mantener la boca cerrada para poder dormir por las noches.

 

Cerré el libro y lo apretujé en el fondo del bolso. Me sobresalté al ver deslizarse entre las páginas un trozo de papel con un número de teléfono. Lo arrugué y lo eché en el bolso junto al libro. Levanté la vista para ver a Jenks revoloteando de vuelta tras hablar con el conductor.

 

Aterrizó en el respaldo del asiento de delante. Aparte de un chillón cinturón amarillo, iba vestido de negro de pies a cabeza. Era su uniforme de trabajo.

 

—Los nuevos viajeros no llevan ninguna maldición para ti —dijo alegremente—. ?Qué quería ese tío?

 

—Nada. —Aparté el recuerdo de la ilustración de mi mente. ?Dónde se había metido Jenks la noche anterior, cuando Ivy me atacó? Eso era lo que me gustaría saber. Le hubiera preguntado, pero temía que me dijese que había sido culpa mía.

 

—En serio —insistió Jenks—. ?Qué quería?

 

Lo miré a la cara.

 

—Nada, de verdad, déjalo ya —le dije agradeciendo llevar ya el amuleto de disfraz. No quería que el se?or Página Cuarenta y Nueve me reconociese en la calle o en una futura cita.