—Voy a pasarme por el archivo antes de que cierren para el fin de semana. Esto —dije se?alando el periódico—, no me sirve de nada. Quiero ver qué pasó en realidad.
Ivy dejó su magdalena en la mesa arqueando una de sus finas cejas a modo de pregunta.
—Si demuestro que Trent está traficando con azufre y lo entrego a la SI se olvidarán de lo de mi contrato. Tienen una orden judicial pendiente contra él —le expliqué. Y luego podré marcharme de esta maldita iglesia, a?adí para mis adentros.
—?Demostrar que Trent vende azufre? —se burló Ivy—. Ni siquiera pueden demostrar si es humano o inframundano. Su dinero lo hace más escurridizo que una rana bajo la lluvia. El dinero no puede comprar su inocencia, pero puede comprar el silencio —concluyó, volviendo a coger su magdalena.
Con su bata y su pelo revuelto podría ser cualquiera de mis esporádicas compa?eras de piso de los últimos a?os. Era desconcertante. Todo cambiaba cuando el sol estaba fuera.
—Están muy buenas —dijo Ivy cogiendo otra magdalena—. Te propongo una cosa: yo hago la compra si tú haces la cena. Para el desayuno y el almuerzo puedo arreglármelas sola, pero no me gusta cocinar.
Puse cara de comprensión y aceptación. No era que yo apreciase el fino arte de las habilidades culinarias, pero luego lo pensé mejor. Tendría que dedicarle tiempo, pero no tener que ir a la tienda sonaba genial. Incluso si Ivy se ofrecía únicamente para que no tuviese que arriesgar mi vida en la cola del súper para comprar una lata de judías, me parecía justo. Iba a cocinar de todas formas y hacerlo para dos era más fácil que cocinar para uno solo.
—Claro —dije lentamente—, podemos probar una temporada.
Ivy hizo un ruidito.
—Trato hecho.
Miré mi reloj. Eran las dos menos veinte. Mi silla crujió sobre el linóleo cuando me levanté y cogí una magdalena.
—Bueno, me voy. Tengo que buscarme un coche o algo, esto del autobús es un rollo.
Ivy dejó el periódico encima del desorden que rodeaba el ordenador.
—La SI no te va a dejar entrar sin más.
—Tienen que hacerlo, el archivo es público y no me van a atacar con un montón de testigos a los que tendrían que sobornar. Eso reduce sus beneficios —concluí con tono amargo.
El grado de elevación de las cejas de Ivy expresaba más claramente que sus palabras que no estaba nada convencida.
—Mira —dije cogiendo mi bolso del respaldo de la silla y rebuscando dentro de él—, pienso usar un hechizo de disfraz, ?vale? Y me largo al primer signo de problemas.
El amuleto que blandí en el aire pareció satisfacerla, pero volviendo a sus tiras cómicas susurró:
—?Te llevas a Jenks contigo?
En realidad no estaba preguntando, e hice una mueca.
—Sí, claro.
Sabía que me estaba poniendo una ni?era, pero pensé que sería agradable tener compa?ía, aunque fuese la de un pixie.
Capítulo 8
Me hundí aun más en mi asiento en la esquina del autobús para asegurarme de que nadie pudiera mirar por encima de mi hombro. El autobús estaba atestado y no quería que nadie supiese lo que estaba leyendo.
?Si tu amante vampiro está saciado y no se excita —leí—, prueba a ponerte algo suyo. No hace falta que sea gran cosa, basta con un pa?uelo o una corbata. El olor de tu sudor mezclándose con el suyo es algo que ni el vampiro más comedido podrá resistir?.
Vale. No volveré a ponerme la bata o el camisón de Ivy nunca más.
?A veces el mero hecho de lavar la ropa junta deja el suficiente aroma para recordarle a tu amante que te importa?.
Bien, la colada por separado.
?Si tu amante vampiro se va a un entorno más privado en mitad de la conversación no es que te esté rechazando: es una invitación. Síguelo. Llévate algo de comer o beber para mover la mandíbula y que fluya la saliva. No seas clásico, el vino tinto está pasado de moda. Prueba con una manzana o algo igualmente crujiente?.
Maldición.
?No todos los vampiros son iguales. Averigua si a tu amante le gustan las conversaciones de pareja en la intimidad. Los preliminares pueden adoptar múltiples variantes. Una conversación sobre vínculos del pasado o su linaje seguro que despierta sus sentimientos y estimula su orgullo, a menos que tu amante sea de baja casta?.
Doble maldición. He sido una provocadora. Me he comportado como una calientavampiros.
Con los ojos cerrados dejé caer la cabeza contra el respaldo. Un aliento cálido me rozó la nuca. Me incorporé de un salto, girándome. Mi mano ya estaba en movimiento y golpeó la palma de un atractivo hombre. Se rió de la sonora palmada y levantó la mano apaciguadoramente, aunque fue su mirada especulativa y tranquila lo que me detuvo.
—?Has probado lo de la página cuarenta y nueve? —me preguntó inclinándose hacia delante hasta reposar sus brazos cruzados en el respaldo de mi asiento.
Me quedé mirándolo inexpresiva y su sonrisa se hizo aun más seductora. Era casi demasiado guapo. Sus rasgos suaves poseían un entusiasmo infantil. Sus ojos se?alaron el libro que llevaba en mi mano.