De pronto noté el cálido aliento de Ivy en mi mejilla. Me retiré con la cruz aún en la mano. Sus ojos estaban oscuros y su cara impávida. No trasmitía nada. Asustada, desvié la mirada hacia la cruz. No podía soltarla sin más, le golpearía en el pecho, pero tampoco podía colocársela delicadamente.
—Toma —dije terriblemente incómoda ante su inexpresiva mirada—. Cógela. —Ivy alargó la mano rozando con sus finos dedos los míos al coger la antigua joya. Tragando saliva, me volví a acurrucar en el sillón estirando la bata de Ivy hasta cubrirme las piernas.
Moviéndose con provocativa lentitud, Ivy se quitó la cruz. La cadena de plata se enganchó con su brillante y negra cabellera. Ella se desenganchó el pelo, dejándolo caer en cascada. Dejó la cruz en la mesa entre ambas. El sonido del metal contra la madera rompió el silencio. Sin parpadear, se acurrucó en su sillón frente al mío con los pies bajo su cuerpo y se quedó mirándome. Dios santo, pensé en un ataque de pánico al comprenderlo todo. Está ligando conmigo. Eso era exactamente lo que sucedía, ?cómo podía haber estado tan ciega? Mi mandíbula se tensó mientras mi mente se afanaba por encontrar una salida. Yo era hetero, nunca lo había dudado. Me gustaban los hombres más altos que yo y no demasiado fuertes, para poder dejarlos clavados al suelo en un arrebato de pasión si me apetecía.
—Mmm, Ivy —comencé a decir.
—Yo nací siendo vampiro —dijo ella en voz baja.
Su voz profunda me produjo un escalofrío por la espalda, bloqueándome la garganta. Conteniendo la respiración, la miré a los negros ojos. No dije nada por miedo a provocar en ella algún movimiento y no quería que se moviese en absoluto. Algo había cambiado y ya no estaba segura de hacia dónde iba la situación.
—Mis padres son ambos vampiros —continuó Ivy y aunque no se movió, noté que la tensión en la habitación aumentaba de tal manera que ya ni oía a los grillos—. Yo fui concebida y nací antes de que mi madre se convirtiera en una verdadera no muerta. ?Sabes lo que eso significa, Rachel? —Sus palabras eran lentas y precisas. Caían de sus labios con la suave cadencia de susurrantes salmos.
—No —dije casi sin respiración.
Ivy inclinó la cabeza de forma que su pelo formó una onda color obsidiana brillante bajo la tenue luz. Me miró a través de ella.
—El virus no tuvo que esperar a que estuviese muerta para moldearme —dijo—. Me fue dando forma mientras crecía en el útero de mi madre, proporcionándome un poco de ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos.
Entreabrió los labios y me estremecí ante la visión de sus afilados dientes. No era mi intención. Rompí a sudar por la espalda y a modo de respuesta Ivy inspiró profundamente, conteniendo la respiración.
—Me resulta fácil proyectar mi aura —dijo exhalando el aire—. En realidad, lo difícil es mantenerla bajo control.
Se estiró en su sillón y no pude evitar hacer un ruido con la nariz al respirar. Ivy hizo un movimiento brusco ante el ruido. Lenta y metódica, volvió a poner las botas en el suelo.
—Y aunque mis reflejos y mi fuerza no son tan buenos como los de un verdadero no muerto, son mucho mejores que los tuyos —dijo.
Yo ya sabía todo esto y la pregunta de por qué me lo contaba incrementaba mi miedo. Luchando por no dejar entrever mi ansiedad, me negué a achicarme cuando apoyó las manos en la mesa a ambos lados de la cruz y se inclinó hacia mí.
—Además, tengo asegurado convertirme en una no muerta, aunque muera en un campo sola y conservando hasta la última gota de sangre en mi cuerpo. No hay por qué preocuparse, Rachel, ya soy eterna. La muerte únicamente me hará más fuerte.
El corazón me saltaba en el pecho. No podía apartar la vista de sus ojos. Maldita sea. Eso era más de lo que quería saber.
—?Y sabes lo mejor? —preguntó.
Negué con la cabeza por miedo a que no me saliese la voz. Estaba pendiente de un hilo, quería saber en qué clase de mundo vivía, pero me resistía a entrar en él.
Sus ojos cobraron vida. Sin mover el torso levantó una de sus rodillas hasta la mesita y luego la otra. Dios mío, se iba a lanzar sobre mí.
—Los vampiros vivos pueden seducir a la gente, si ellos lo desean —susurró. La suavidad de su voz me acarició la piel hasta hacerme cosquillas. Doble maldición.
—?De qué te sirve si solo funciona con los que se dejan? —pregunté con voz áspera en comparación con la líquida esencia de la suya.
Ivy entreabrió los labios dejando ver el borde de sus dientes. No podía apartar la mirada.
—Sirve para tener un sexo fantástico, Rachel.
—Ah —fue lo único que pude balbucear. Sus ojos estaban inundados por la lujuria.
—Y tengo el gusto por la sangre de mi madre —dijo arrodillándose sobre la mesa—. Es como el ansia de azúcar que tienen algunos. No es una buena comparación pero es la mejor que he podido encontrar, a menos que quieras… probar.