Bruja mala nunca muere

Se aferró a su cajita de cartón y me miró fijamente. El aire de la noche era fresco para estar a finales de primavera y tuve que acurrucarme aun más en la bata de Ivy.

 

—A Denon lo mordió un no muerto, por eso tiene el virus vampírico —continuó Ivy—. Eso le permite hacer algún truco y resultar más atractivo, e imagino que puede llegar a dar bastante miedo si dejas que te intimide, pero es el lacayo de alguien, Rachel. No es más que un juguete y siempre lo será.

 

Algo crujió cuando se estiró para colocar la cajita en la mesita de café.

 

—Incluso si se muere y alguien se toma la molestia de convertirlo en no muerto, seguirá siendo de segunda clase —continuó diciendo—. Míralo a los ojos la próxima vez que lo veas. Tiene miedo. Cada vez que deja que un vampiro se alimente de él tiene que fiarse de que lo convertirá en no muerto si pierde el control y accidentalmente lo mata. —Tomó aire profundamente—. No me extra?a que tenga miedo.

 

El curri rojo se quedó insípido. Me latía fuerte el corazón y la miré a los ojos rezando por encontrar allí únicamente a Ivy. Sus ojos seguían estando marrones, pero había algo en ellos. Algo antiguo que yo no comprendía. Se me cerró el estómago y de pronto me sentía insegura.

 

—No tengas miedo de un gul como Denon —me susurró. Pensé que su intención era calmarme, pero se me tensaron los nervios—. Hay cosas mucho más peligrosas a las que temer.

 

?Tú, por ejemplo?, pensé pero no lo dije en voz alta. Su repentino aire de depredador reprimido desató todas las alarmas de mi cabeza. Pensé que era momento de levantarme e irme, sacar mi culo de bruja de allí y volver a la cocina, donde debería estar. Pero Ivy había vuelto a recostarse en el sillón con su cena y no quería que se diese cuenta de que me estaba asustando. No era la primera vez que la veía actuar como la vampiresa que era, pero nunca antes la había visto después de media noche, en su salita y sola.

 

—?Cosas como tu madre, por ejemplo? —dije deseando no haberme pasado.

 

—Cosas como mi madre —repitió susurrando—. Por eso voy a vivir en una iglesia.

 

Me acordé de mi diminuta cruz colgada de mi nueva pulsera junto al resto de amuletos. Nunca dejaba de impresionarme que algo tan peque?o pudiese detener a una fuerza tan poderosa. No servía de nada contra un vampiro vivo, solo servía con los no muertos, pero no escatimaría en cualquier protección que pudiese encontrar.

 

Ivy apoyó los tacones de sus botas en la mesita.

 

—Mi madre lleva siendo una verdadera no muerta los últimos diez a?os, más o menos —dijo sacándome de mis oscuros pensamientos—. La odio.

 

Sorprendida no pude evitar preguntar:

 

—?Por qué?

 

Apartó su cena en lo que obviamente era un gesto de desazón. Su expresión se quedó aterradoramente vacía y evitaba mi mirada.

 

—Yo tenía dieciocho cuando mi madre murió —dijo en un susurro. Su voz sonaba lejana como si no fuese consciente de estar hablándole a alguien—. Perdió algo, Rachel. Cuando no puedes caminar bajo el sol, pierdes algo tan nebuloso que no puedes decir con seguridad qué es, pero lo pierdes. Es como si estuviese atrapada en un modelo de conducta pero no pudiese recordar por qué. Aún me quiere, pero no recuerda por qué me quiere. Lo único que le devuelve algo de vida es beber sangre y es terriblemente salvaje haciéndolo. Cuando está saciada casi puedo reconocer en lo que queda de ella a mi madre, pero no le dura mucho. Nunca es suficiente.

 

Ivy me miró sombríamente.

 

—Tienes un crucifijo, ?no?

 

—Aquí mismo —dije con forzada vivacidad. No dejaría que supiese que me estaba poniendo los nervios de punta, no se?or. Levantando la mano sacudí el brazo para que bajase la manga de la bata hasta el codo y dejase ver mi nueva pulsera con mis amuletos.

 

Ivy puso las botas en el suelo. Me relajé frente a la postura menos provocativa que adoptaba hasta que se apoyó sobre la mesita. Alargó la mano con increíble rapidez y atrapó mi mu?eca antes de que yo supiese que se había movido. Me paralicé, advirtiendo la calidez de sus dedos. Estudió el amuleto de madera con incrustaciones de metal con interés mientras yo reprimía el instinto por soltarme.

 

—?Está bendecido? —preguntó.

 

Pálida, asentí y me soltó, retirándose de nuevo con espeluznante lentitud. Aún podía sentir su mano aferrada a mi mu?eca con una firmeza que no aumentaría a menos que intentase soltarme.

 

—El mío también —dijo sacando su cruz de debajo de la blusa.

 

Impresionada de nuevo por su crucifijo, dejé a un lado mi cena y me incliné hacia delante sin poder evitar alargar la mano para tocarla. La plata repujada me suplicaba que la acariciase y ella se inclinó sobre la mesa para acercármela. La cruz tenía antiguas runas gravadas junto a bendiciones más tradicionales. Era preciosa y me pregunté si sería muy antigua.