—Oh, no —dije muy bajito—. No puedo echar disolución a mis amuletos.
Ivy hizo equilibrios con su taza sobre la rodilla mientras hojeaba una revista.
—?Umm?
—Amuletos —dije lastimosamente—. La SI ha cubierto con magia negra mis amuletos. Si los ba?o en agua salada para deshacer la maldición, los estropearé y no puedo comprar más. —Hice una mueca ante su mirada inexpresiva. Si la SI ha ido a mi apartamento seguro que también han ido a la tienda. Tenía que haber buscado unos cuantos ayer, antes de dimitir, pero no creía que les importase un pimiento que lo hiciese. Ajusté desganadamente la pantalla de la lámpara de mesa. No les había importado nada hasta que Ivy se vino conmigo. Deprimida, eche hacia atrás la cabeza y me quedé mirando al techo.
—Creía que sabías cómo hacer hechizos —dijo Ivy con tono receloso.
—Sí sé, pero es un co?azo, y además, ?de dónde voy a sacar los materiales? —Cerré los ojos hundiéndome en mi miseria. Iba a tener que fabricar yo misma todos mis amuletos.
Oí un murmullo de papeles y levanté la vista para ver a Ivy hojeando la revista. Había una manzana y una Blancanieves en la portada. El corsé de cuero de Blancanieves dejaba ver su ombligo. Una gota de sangre brillaba como una joya en la comisura de sus labios. Le daba un giro completamente diferente al cuento. Walt Disney estaría horrorizado, a menos que él también hubiera sido un inframundano. Eso explicaría muchas cosas.
—?No puedes simplemente ir a comprar lo que necesites? —preguntó Ivy.
Me puse tensa ante el tono sarcástico de su voz.
—Sí, claro, pero tendría que meterlo todo en agua salada para asegurarme de que no está maldito. Sería casi imposible librarse luego de toda la sal y así se estropean las mezclas.
Jenks salió zumbando de la chimenea entre una nube de hollín y un irritante gimoteo. Me preguntaba cuánto tiempo llevaría escuchando en el tiro de la chimenea. Aterrizó en una caja de pa?uelos de papel y se limpió una mota de su ala; parecía una mezcla entre una libélula y un gato en miniatura.
—Madre mía, andamos un poquito obsesionadas, ?no? —dijo contestando a mi pregunta de si había estado escuchando a hurtadillas.
—Cuando tengas a la SI intentando liquidarte con magia negra ya me contarás si te pones o no paranoico. —Nerviosa, di golpecitos a la caja en la que se sentaba hasta que salió volando. Se quedó revoloteando entre Ivy y yo.
—No has visto el jardín todavía, ?a que no, Sherlock?
Le tiré un cojín, que él esquivó con toda facilidad, pero este golpeó la lámpara que estaba junto a Ivy. Ella la cogió en el aire como si nada. Ni siquiera levantó la vista de la revista, ni derramó una gota del café que seguía sobre su rodilla. Se me erizó el pelo de la nuca.
—Tampoco me llames así —dije para disimular mi inquietud. Jenks se pavoneó delante de mí—. ?Qué? —dije insidiosamente—. ?Acaso el jardín tiene algo más que malas hierbas y gente muerta?
—Puede.
—?De verdad? —Esa podría ser la primera cosa buena que me pasaba hoy, así que me levanté para mirar por la puerta de atrás—. ?Vienes? —le pregunté a Ivy accionando el picaporte. Ella miraba enfrascada una página con cortinas de cuero.
—No —dijo, obviamente indiferente a mi invitación.
Así que fue Jenks quien me acompa?ó al jardín trasero. El sol se estaba poniendo haciendo que los aromas fuesen más embriagadores y fuertes al evaporarse la humedad del suelo. Había un serbal de los cazadores en alguna parte. Podía oler su intenso aroma. Y también un abedul y un roble. Oía lo que parecían ser los ni?os de Jenks jugando, cazando una mariposa amarilla por encima de los montículos de vegetación. Había muchas plantas forrando las paredes de la iglesia y rodeando el muro de piedra que cercaba por completo la parcela con una altura de un hombre, aislándola conveniente mente del resto de vecinos.
Otro murete lo suficientemente bajo como para pasar por encima separaba el jardín del peque?o cementerio. Entorné los ojos para distinguir algunas plantas entre la alta hierba y las lápidas, pero solo crecían allí las que se hacían más fuertes entre los muertos. Mientras más me fijaba, más sobrecogida me sentía. Al jardín no le faltaba detalle, ni los menos comunes.
—Es perfecto —musité, pasando la mano por encima de una citronela—. Tiene todo lo que pudiera desear. ?Cómo ha llegado todo esto hasta aquí?
La voz de Ivy sonó justo detrás de mí:
—Según la anciana…
—?Ivy! —dije dándome la vuelta de un salto para verla allí parada y callada en el camino bajo los rayos ámbar del sol poniente—. No hagas eso.
Menudo repelús de vampiro, pensé, voy a tener que colgarle un cascabel. Ivy entornaba los ojos protegiéndoselos con la mano del sol.
—La anciana decía que el último pastor era brujo y plantó este jardín. Nos rebajan cincuenta del alquiler si alguien lo mantiene cómo está.