Bruja mala nunca muere

Una extra?a luminosidad seguía brillando en los ojos de Ivy y me preguntaba si me habría mentido al decir que era un vampiro no practicante.

 

—Puedes quedarte en la habitación vacía —dijo con el tono de voz forzadamente neutro.

 

Asentí lacónicamente. Vale, pensé respirando profundamente. Vivo en una iglesia con cadáveres en el jardín, una amenaza de muerte de la SI pende sobre mí y una vampiresa es mi compa?era de piso. Me preguntaba si se daría cuenta si ponía un pestillo por dentro de mi puerta. Me preguntaba si serviría de algo.

 

—La cocina está por aquí —dijo Ivy. La seguí a ella y el olor a café. Volví a quedarme boquiabierta al traspasar el arco de entrada y de nuevo olvidé lo enfadada que estaba.

 

La cocina ocupaba la mitad del santuario y estaba tan bien equipada y era tan moderna como medieval y vacío resultaba el santuario. Era todo de brillante metal, con relucientes cromados y luminosos fluorescentes. La nevera era enorme. Había un hornillo de gas con horno al fondo, y al otro lado, una placa eléctrica. En el centro había una isla de acero inoxidable con estantes vacíos debajo. La rejilla que tenía colgada encima estaba cargada de utensilios metálicos como sartenes y cazos. Era la cocina de los sue?os de una bruja: no tendría que cocinar mis hechizos y la cena en el mismo fogón.

 

Aparte de la usada mesa de madera y las sillas que había en un rincón, la cocina se parecía a la que uno se encontraría en un programa de la tele. Un lado de la mesa estaba ocupado por un ordenador. El monitor de pantalla plana parpadeaba furiosamente revisando las líneas abiertas en busca del mejor enlace a la red. Era un programa caro que me hizo arquear las cejas.

 

Ivy se aclaró la garganta y abrió un armario junto al fregadero. Allí, al fondo de la repisa, había tres tazas diferentes. Aparte de eso, estaba vacío.

 

—Pusieron la cocina nueva hace cinco a?os a petición del departamento de Sanidad —dijo, atrayendo mi atención de nuevo hacia ella—. La congregación no era muy grande, así que cuando terminaron todo no se lo podían permitir y por eso lo alquilan, para pagar la deuda al banco.

 

El sonido del café al verterse en las tazas llenó la habitación, mientras yo acariciaba con el dedo la lisa superficie metálica de la encimera de la isla. La pobre no había llegado a ver nunca un pastel de manzana o unas galletitas para los domingos.

 

—Quieren recuperar la iglesia —continuó Ivy. Parecía muy delgada apoyada en la encimera con su taza aferrada entre sus pálidas manos—. Pero se está muriendo. La congregación, me refiero —a?adió cuando la miré a los ojos—. No hay nuevos miembros. Es triste en el fondo. La salita está por aquí.

 

No sabía qué decir, así que mantuve la boca cerrada y la seguí por el vestíbulo y a través de una estrecha puerta al final del pasillo. La salita era acogedora y estaba amueblada con tanto gusto que no tenía ninguna duda de que se trataba de las cosas de Ivy. Era el primer signo de calidez y dulzura que había visto en toda la iglesia; aunque todo fuese en tonos grises y las ventanas estuviesen desnudas. Divino. Noté que me liberaba de toda la tensión. Ivy alcanzó un mando a distancia y se escuchó música de jazz. Puede que esto no estuviese tan mal.

 

—?Dices que casi te matan? —preguntó Ivy a la vez que tiraba el mando en la mesita de café y se acomodaba en uno de los voluptuosos sillones de ante gris junto a la chimenea apagada—. ?Estás bien?

 

—Sí —admití agriamente. Parecía que fuese a hundirme hasta los tobillos en la espesa alfombra—. ?Son todas estas tus cosas? Un tipo chocó conmigo y me colocó un amuleto que no se invocaría hasta que no hubiese ningún testigo o víctima a su alrededor, aparte de mí, claro. No puedo creer que Denon vaya en serio con esto. Tenías toda la razón. —Hice un gran esfuerzo por mantener un tono relajado para que Ivy no se diese cuenta de lo afectada que estaba. ?Joder!, ni yo misma quería saber lo temblorosa que estaba. Conseguiría el dinero para pagar mi contrato como fuese—. Ha sido una suerte que el anciano de enfrente me lo quitase. —Alcancé una foto de Ivy con un golden retriever. Sonreía y se le veían los dientes. Intenté reprimir un escalofrío.

 

—?Qué anciano? —dijo cortante Ivy.

 

—Al otro lado de la calle. Te ha estado observando. —Dejé el marco de metal en su sitio y coloqué bien el cojín del sillón frente al suyo antes de sentarme. Muebles coordinados, que bonito. Un reloj antiguo hacía tictac sobre la chimenea, suave y tranquilizador. Había una tele de pantalla plana con cd incorporado en una esquina. El aparato de música tenía todos los botones necesarios. Ivy entendía de electrónica.

 

—Me traeré mis cosas cuando les hayan echado la disolución —dije, arrepintiéndome al pensar en lo baratas que parecerían mis cosas junto a las suyas—. Lo que sobreviva a la inmersión —a?adí.

 

?Lo que sobreviva a la inmersión?, repetí mentalmente cerrando los ojos y rascándome la frente.