—Por supuesto que han trasladado los cuerpos —seguía diciendo Jenks revoloteando ahora dentro de la iglesia. Me apostaba cualquier cosa a que iba directo al jardín a investigarlo.
—?Ivy? —grité intentando dar un portazo tras de mí—. Ivy, ?estás ahí? —El eco de mi voz rebotó en el santuario con un sonido amortiguado por las vidrieras. Lo más cerca que había estado de una iglesia desde que murió mi padre había sido para leer las frases cursis que todas ponen en esos carteles iluminados en sus jardines delanteros. El vestíbulo estaba oscuro al no tener ventanas y estar forrado de paneles de madera oscura. Estaba en calma y era cálido, cargado con la presencia de las antiguas liturgias. Dejé la caja en el suelo de madera y escuché el silencio verde y ámbar que se desprendía del santuario.
—?Voy enseguida! —me llegó la voz de Ivy en la distancia. Sonaba casi contenta, pero ?dónde diablos se había metido? Su voz provenía de todas partes y de ninguna.
Se oyó el suave sonido metálico de un pestillo e Ivy apareció de detrás de un panel. Una estrecha escalera de caracol se abría tras ella.
—He instalado a mis buhos en el campanario —dijo. Sus ojos marrones estaban más vivos de lo que los había visto nunca—. Es un sitio perfecto como almacén. Hay un montón de estanterías y rejillas de secado. Pero alguien se ha dejado sus cosas allí, ?quieres que las revisemos juntas luego?
—Es una iglesia, Ivy.
Ivy se quedó quieta en el sitio, se cruzó de brazos y su mirada se volvió inexpresiva de repente.
—Hay gente muerta en el jardín trasero —a?adí. Ivy se descruzó de brazos y se adentró en el santuario—. Se ven las lápidas desde la calle —a?adí siguiéndola.
Habían quitado los bancos y también el altar, dejando únicamente un espacio vacío y una tarima ligeramente elevada. De la misma madera negra, había un friso bajo las ventanas con vidrieras que no se abrían. Una marca en la pared recordaba la enorme cruz que una vez había colgado sobre el altar. El techo tenía la altura de tres pisos y observé toda la carpintería abierta pensando lo difícil que sería mantener aquello caliente en invierno. No era más que un espacio abierto despojado de todo… pero esa misma desnudez contribuía a la sensación de paz.
—?Cuánto nos va a costar esto? —pregunté recordando que se suponía que estaba enfadada.
—Setecientos al mes, gastos… mmm… incluidos —dijo Ivy en voz baja.
—?Setecientos? —repetí sorprendida. Eso eran trescientos cincuenta por mi parte. Estaba pagando cuatrocientos cincuenta en el centro por mi palacio de una habitación. No estaba mal, nada mal, especialmente si tenía un buen jardín. No, me corregí, recordando mi enfado, es un cementerio.
—?A dónde vas? —le pregunté a Ivy mientras se alejaba—. Te estoy hablando.
—A por una taza de café, ?quieres? —desapareció por la puerta al fondo de la tarima.
—Vale, el alquiler es barato y eso fue lo único que te pedí, pero ?es una iglesia! No se puede llevar un negocio desde una iglesia —refunfu?é.
Echando chispas la seguí, pasando por delante de los servicios para se?oras y caballeros. Después había una puerta a la derecha. Me asomé para descubrir una habitación grande y vacía, con el suelo y las paredes lisas que me devolvieron el eco de mi propia respiración. Una vidriera con santos se mantenía abierta sujeta con un palo para airear la habitación, y podía oír a los gorriones discutir fuera. La habitación parecía haber sido antes una oficina para luego transformarse en la sala de siesta para los ni?os. El suelo tenía una capa de polvo, pero la madera, salvo por unos leves ara?azos, estaba bien conservada.
Satisfecha, eché un vistazo a la habitación al otro lado del pasillo. Allí había una cama y cajas abiertas. Antes de que pudiera fijarme en nada más, Ivy se me adelantó y cerró la puerta de golpe.
—Esas son tus cosas —dije mirándola perpleja.
El rostro de Ivy era impenetrable, dejándome más helada que si hubiese intentado proyectar su aura sobre mí.
—Voy a tener que quedarme aquí hasta que pueda alquilar una habitación en otro sitio —dijo dubitativa colocándose su pelo negro detrás de la oreja—. No es un problema, ?verdad?
—No —dije suavemente, cerrando los ojos en un largo parpadeo. Por el amor de santa Filomena. Iba a tener que vivir en la oficina hasta que me organizase. Abrí los ojos y me sorprendí ante la mirada extra?ada de Ivy, entre miedo y ?anticipación?
—Yo voy a tener que quedarme aquí también —dije, sin hacerme ninguna gracia la idea, pero no tenía otra opción—. Mi casera me ha echado. La caja de la entrada es lo único que tengo hasta que logre disolver la maldición de mis cosas. La SI ha hecho magia negra con todas las cosas de mi apartamento y casi me mata a mí en el autobús. Y gracias a mi casera, nadie más en toda la ciudad me alquilará nada. Denon me quiere ver muerta, exactamente como me advertiste —dije intentando que mi voz no sonase llorosa, pero no lo logré.