Bruja mala nunca muere

—Vive en los Hollows —a?adió Jenks—. Hablaré con él por ti, es que es tímido.

 

Estaba a punto de abrir la puerta cuando me detuve. Pegando la espalda a la pared aparté con cuidado la cortina amarilla raída por el sol para poder mirar por la ventana. El triste jardín estaba tranquilo a esta hora de la tarde, vacío y en calma. El zumbido de un cortacésped y el ruido de los coches al pasar quedaban amorti guados por el cristal. Con los labios apretados decidí quedarme allí hasta oír acercarse el autobús.

 

—Prefiere que le paguen en metálico —dijo Jenks descendiendo y sentándose en el alféizar—. Lo llevaré a la oficina una vez haya echado un ojo a tus cosas.

 

—Te refieres a lo que quede cuando venga —dije, aunque sabía que mis cosas estaban relativamente seguras. Se suponía que las maldiciones, especialmente las de magia negra, estaban dirigidas a una persona en particular, pero nunca se sabe. Nadie se arriesgaría por mis baratijas—. Gracias, Jenks. —Ya era la segunda vez que me salvaba el culo. Me sentía incómoda y un poquito culpable.

 

—Bueno, para eso están los socios —dijo, poniéndomelo aún peor. Sonreí vagamente ante su entusiasmo y dejé mi caja en el suelo mientras esperábamos.

 

 

 

 

 

Capítulo 5

 

 

El autobús estaba casi vacío, ya que la mayoría de la gente salía de los Hollows a esta hora del día. Jenks había salido volando por la ventana poco después de cruzar el río, cuando entrábamos en Kentucky. En su opinión la SI no me atacaría en un autobús con testigos. Yo no estaba tan segura, pero tampoco pensaba pedirle que se quedase conmigo.

 

Le había dicho al chófer la dirección y quedó en avisarme cuando llegásemos allí. Era un humano delgaducho a pesar de las galletas de vainilla que se iba metiendo en la boca como si fuesen gominolas. El uniforme azul desvaído le quedaba muy holgado.

 

La mayoría de los conductores de transportes públicos de Cincinnati se sentían cómodos en presencia de inframundanos, pero no todos. Las reacciones de los humanos hacia nosotros variaban mucho. Algunos sentían miedo, otros no. Algunos deseaban ser como nosotros, otros querían matarnos. Algunos se aprovechaban de la reducción de impuestos y se mudaban a los Hollows, pero la mayoría no se atrevía.

 

Poco después de la Revelación, sucedió una inesperada migración. Casi todos los humanos que se lo podían permitir se fueron al centro de las ciudades. Los psicólogos de la época lo llamaron ?síndrome del nido? y, viéndolo en perspectiva, el fenómeno a escala nacional era algo comprensible. Los inframundanos estaban más que dispuestos a quedarse con las propiedades de los barrios periféricos, atraídos por la perspectiva de poseer un pedazo más de tierra al que llamar suyo, por no mencionar la drástica bajada de los precios de la vivienda en esas zonas.

 

La demografía no había comenzado a equilibrarse hasta hacía poco, cuando los inframundanos adinerados se mudaron de nuevo a las ciudades y los humanos menos afortunados y mejor informa dos preferían vivir en un bonito barrio inframundanos que en un mal barrio humano. En general, sin embargo, aparte de una peque?a zona alrededor de la universidad, los humanos vivían en Cincinnati y los inframundanos al otro lado del río, en los Hollows. No nos importaba que la mayoría de los humanos evitasen nuestros barrios como si fuesen guetos de la época anterior a la Revelación.

 

Los Hollows se había convertido en el bastión de la vida inframundana, un lugar cómodo y despreocupado en apariencia con sus potenciales problemas escondidos cuidadosamente. La mayoría de los humanos se sorprendían de lo normal que parecía los Hollows, algo que, si te parabas a pensar, era muy lógico. Nuestra historia es la misma que la de los humanos. No caímos del cielo en el 66. Nosotros también emigramos a este país y desembarcamos en la isla de Ellis. Luchamos en la Guerra de Secesión, en la Primera y la Segunda Guerra Mundial (algunos incluso en las tres). Sufrimos la Gran Depresión y esperamos, como todos, para saber quién había disparado a J. R. Pero existían peligrosas diferencias y muchos inframundanos mayores de cincuenta pasaron sus primeros a?os ocultándose, una tradición que aún permanece en nuestros días.