Exhalé lentamente y mantuve la mirada baja. Se produjo un incómodo silencio y dejé que se mantuviera, negándome a romperlo. Casi me había marchado anoche. Pero la muerte segura que me aguardaba fuera de la protección de Ivy contrarrestó la posible muerte a manos de Ivy. Quizá, solo quizá, en el fondo deseaba saber qué se sentía cuando sus dientes se hundiesen en mí.
Por ahí no era por donde yo quería llevar mis pensamientos. Ivy me había dado un susto de muerte, pero bajo la luz del día parecía humana, inofensiva. Incluso me atrevería a decir que simplemente gru?ona.
—Tengo algo que me gustaría que leyeses —me dijo y yo levanté la vista cuando el fino libro que llevaba en la mano golpeó la mesa entre ambas. No tenía nada escrito en la portada y el forro estaba muy gastado.
—?Qué es? —dije inexpresivamente sin cogerlo.
Ivy bajó la vista y se humedeció los labios.
—Siento lo que pasó anoche —dijo y se me apretó el nudo del estómago—. Probablemente no me creas, pero a mí también me asustó.
—No tanto como me asustaste tú a mí. —Trabajar con ella durante un a?o no me había preparado para lo de anoche. Yo solo había conocido su lado profesional. No había pensado que fuese diferente fuera del trabajo. Levanté los ojos, la miré y aparté la vista. Parecía completamente humana. Buen truco.
—Llevo sin ser un vampiro practicante tres a?os —dijo en voz baja—. No estaba preparada para… no me di cuenta… —Levantó la vista con ojos suplicantes—. Tienes que creerme, Rachel. No quería que pasase, pero es que me estabas enviando todas las se?ales equivocadas. Y entonces te asustaste y te entró el pánico y luego fue a peor.
—?Peor? —dije, decidiendo que la rabia era mejor que el miedo—. ?Si casi me desgarras la garganta!
—Ya lo sé —suplicó—. Lo siento, pero no llegué a hacerlo.
Me esforcé por dejar de temblar mientras recordaba la calidez de su saliva en mi cuello.
Ivy me acercó más el libro.
—Sé que podemos evitar que se repita lo de anoche. Quiero que esto funcione. No hay motivos para que no lo haga. Te debo algo por pedirte uno de tus deseos. Si te vas, no podré protegerte contra los vampiros asesinos. No te recomiendo morir a manos de ellos.
Apreté la mandíbula. No, no quería morir a manos de un vampiro. Especialmente uno que me dijese que lo sentía mientras me mataba.
Busqué su mirada al otro lado de la atestada mesa. Allí estaba ella, sentada con su bata negra y sus pantuflas, tan peligrosa como una esponja. Su necesidad de que yo aceptase sus disculpas era tan sincera y obvia que dolía. Pero yo no podía hacerlo, al menos todavía. Alargué un dedo para acercarme el libro.
—?Qué es?
—Es… esto, ?una guía para ligar? —dijo dubitativa.
Me sobresalté y retiré la mano como si me hubiese picado.
—Ivy, no.
—Espera —dijo—. No es eso lo que quiero decir. Me envías se?ales confusas. Mi cabeza sabe que no lo haces a propósito, pero mis instintos… —Frunció el ce?o—. Resulta embarazoso, pero los vampiros, vivos o muertos, se rigen por instintos principalmente provocados por… los olores —terminó de decir a modo de disculpa—. Solo te pido que leas los gestos provocativos y que no los hagas.
Me pegué al respaldo. Lentamente, me acerqué el libro, apreciando lo antiguo que era por su cubierta. Ella había hablado de instintos, pero yo creía que la palabra más adecuada era hambre. Lo único que impedía que le tirase el libro a la cara era ver lo difícil que le había resultado admitir que podía ser manipulada por algo tan estúpido como el olor. Ivy se enorgullecía de su autocontrol y tener que confesarme semejante debilidad me indicaba mejor que cien disculpas lo arrepentida que estaba.
—Está bien —dije sin entusiasmo y ella me contestó con una mirada de alivio y una leve sonrisa.
Ivy cogió una magdalena y la edición de la tarde del Cincinnati Enquirer que yo había encontrado a su nombre frente a la puerta principal. El ambiente seguía siendo tenso, pero era un comienzo. No quería abandonar la seguridad de la iglesia, pero la protección de Ivy era una navaja de doble filo. Había logrado contener su ansia de sangre durante tres a?os. Si sucumbía de nuevo, podía darme por muerta.
—?El concejal Trenton Kalamack acusa a la SI de negligencia en la muerte de su secretaria? —leyó en un obvio intento por cambiar de tema.
—Sí —dije recelosamente. Puse su libro en el montón de libros de hechizos para leerlo luego. Noté que tenía los dedos sucios y me los limpié en los vaqueros—. ?No es estupendo tener dinero? Hay otra noticia en la que lo absuelven de toda sospecha de traficar con azufre.
Ivy no dijo nada, siguió pasando las hojas entre mordiscos a su magdalena hasta que encontró la noticia.
—Escucha esto —dijo—. Ha declarado: ?fue un gran choque conocer la doble vida de la se?ora Bates. Parecía la empleada perfecta. Por supuesto, me haré cargo de la educación de su hijo?. —Ivy soltó una breve carcajada triste—. Típico. —Pasó la página para leer las tiras cómicas—. Entonces, ?te vas a dedicar hoy a hacer hechizos? —me preguntó.
Negué con la cabeza.