—Está bien, está bien —dijo saltando hasta mi pendiente. Se puso a tararear Extra?os en la noche y suspiré sabiendo que ahora tendría la canción metida en la cabeza todo el día. Saqué un espejito y fingí arreglarme el pelo, dándole al menos un par de golpes al pendiente donde estaba Jenks.
Ahora era casta?a, con la nariz grande. Llevaba el pelo sujeto con una goma en una coleta alta, aunque seguía siendo largo y rizado. Algunas cosas son más difíciles de hechizar que otras. Me había puesto la chaqueta vaquera del revés para dejar ver el estampado de cachemir del forro. Llevaba puesta una gorra de Harley Davidson de cuero que le devolvería a Ivy con mis disculpas en cuanto la viese y no me pondría nunca más. Con todos los errores que cometí el día anterior no me extra?aba que hubiese perdido el control.
El autobús entró en la sombra de unos edificios altos. Mi parada era la siguiente, recogí mis cosas y me levanté.
—Tengo que buscarme un medio de transporte —le dije a Jenks en cuanto mis botas tocaron la acera y eché un vistazo a la calle—. Quizá una moto —a?adí, esperando a que entrase alguien para no tener que tocar la puerta de cristal del vestíbulo del edificio de archivos de la SI.
Desde mi pendiente me llegó un bufido.
—Yo que tú no lo haría —me aconsejó—. Es muy fácil sabotear una moto. Limítate al transporte público.
—Podría aparcarla dentro —protesté mientras observaba nerviosa a la gente que había en el peque?o vestíbulo.
—Entonces no podrías ir a ninguna parte, Sherlock —dijo sarcásticamente—. Llevas la bota desatada.
Miré hacia abajo. Era mentira.
—Muy gracioso, Jenks.
El pixie murmuró algo que no pude oír.
—Ya —dijo con impaciencia—, quiero decir que finjas que te atas la bota mientras veo si estás segura.
—Oh —murmuré y obedientemente fui hacia una silla en el rincón para atarme la bota. Casi no podía seguir a Jenks, que sobrevolaba por encima de los cazarrecompensas que había por allí, olfateando por si hubiese alguna maldición dirigida a mí. Había elegido el momento perfecto. Era sábado y el archivo estaba abierto solo durante unas pocas horas, como cortesía. Aun así, había algunas personas por allí entregando información, actualizando informes, copiando cosas, intentando causar buena impresión trabajando los fines de semana.
—Huele bien —dijo Jenks a su regreso—. No creo que te esperen por aquí.
—Bien. —Con más confianza ahora de la que debiera, me acerqué al mostrador principal. Estaba de suerte. Estaba trabajando Megan. Le sonreí y sus ojos se abrieron exageradamente. Alargó la mano para alcanzar sus gafas. Las gafas con montura de madera tenían un hechizo para ver a través de casi cualquier cosa. Era un procedimiento normal entre las recepcionistas de la SI. Vi de pronto un remolino frente a mí y me detuve de golpe.
—?Cuidado, Rachel! —gritó Jenks, pero ya era demasiado tarde. Alguien me rozó y únicamente el instinto me mantuvo en equilibrio cuando un pie se deslizó entre los míos para hacerme la zancadilla. Me entró el pánico y me puse en cuclillas. Estaba blanca como la pared, esperando que sucediese cualquier cosa.
Era Francis. ?Qué demonios estaba haciendo aquí?, pensé levantándome mientras lo veía llevarse una mano al estómago y reírse de mí. Debí dejar mi bolso en casa, pero no esperaba encontrarme a alguien que me reconociese bajo mi disfraz.
—Bonita gorra, Rachel —dijo Francis muerto de risa, levantándose el cuello de su chillona camisa. Su tono era una mezcla de bravuconería y ligero miedo al ver que casi le ataco de nuevo—. ?Sabes? He apostado en la porra de la oficina. ?Hay alguna probabilidad de que te mueras ma?ana entre las siete y medianoche?
—?Por qué no me liquidas tú mismo? —le respondí con todo mi desprecio.
Una de dos, o este hombre no tenía vergüenza alguna o no se daba cuenta de lo ridículo que resultaba ahí de pie con uno de sus náuticos desabrochados y con su grasiento pelo escapando fuera de su peinado marcado con un hechizo. ?Y cómo podía tener una barba tan espesa tan temprano? Seguro que se la pintaba con spray.
—Si te liquidase yo mismo, perdería. —Francis adoptó su habitual aire de superioridad, que a mí me traía completamente al fresco—. No tengo tiempo para hablar con una bruja muerta —dijo—. Tengo una cita con el concejal Trenton Kalamack y necesito documentarme un poco. Ya sabes a lo que me refiero, ?no? ?Te has documentado alguna vez? —Resopló a través de su fina nariz—. No, creo que nunca te he visto hacerlo.
—Vete a rellenar tomates, Francis —le dije en voz baja.
Miró por el pasillo que llevaba a la sala del archivo.
—Oooh —dijo, alargando la vocal—. Qué miedo. Será mejor que te largues ahora si quieres tener la oportunidad de volver a tu iglesia con vida. Si Meg no da la alarma y avisa de que estás aquí, lo haré yo.
—Deja de meterte en mi vida —dije—. De verdad que me estás empezando a cabrear.