—No me gustas, Morgan —dijo, echándome su húmedo aliento—. Nunca me has gustado. Tus métodos son poco precisos y descuidados, igual que los de tu padre. Que se te escapase aquella leprechaun es incomprensible. —Se quedó con la mirada perdida. Yo aguantaba la respiración mientras sus ojos vidriosos intentaban comprender algo que quedaba fuera de su alcance.
Por favor que funcione, pensé desesperada. ?Funcionaría de verdad mi deseo? Denon se acercó aun más y tuve que clavarme las u?as en la palma de la mano para no desmayarme. Me concentré en respirar.
—Incomprensible —repitió como si intentase encontrar una explicación. Pero luego sacudió la cabeza, fingiendo una terrible consternación.
Resoplé aliviada cuando se apartó. Rompió el contacto visual clavando sus ojos en mi nuca, donde aún notaba el pulso martilleándome. Levanté la mano para cubrírmela y él me sonrió como haría un enamorado. El solo tenía una cicatriz en su bonito cuello. Me pregunté dónde estarían las demás.
—En cuanto salgas a la calle —susurró—, serás un blanco fácil.
La sorpresa se mezcló con mi preocupación en un nauseabundo cóctel. Iba a ponerle precio a mi cabeza.
—No puedes… —balbuceé—. ?Si estabas deseando echarme!
No se movió ni un centímetro y precisamente su inmovilidad acrecentó mi miedo. Abrí los ojos de par en par observando cómo Denon tomaba aire pausadamente y sus labios se volvían más rojos.
—Alguien va a morir por esto, Rachel —susurró. Su forma de pronunciar mi nombre me dejó helada—. No puedo matar a Tamwood, así que tú vas a ser su cabeza de turco. Enhorabuena.
Mi mano cayó desplomada desde la nuca cuando Denon salió de mi cubículo. No era tan sutil como Ivy. Había una gran diferencia entre la clase alta y la baja de los vampiros, los que ya nacían vampiros y aquellos nacidos humanos y eran convertidos después.
Una vez en el pasillo la mirada amenazante de Denon desapareció. Sacó un sobre del bolsillo trasero y lo lanzó sobre mi mesa.
—Disfruta de tu última paga, Morgan —dijo en voz alta, para que todos lo oyesen. Se dio la vuelta y se marchó.
—Pero si tú querías que me largase… —murmuré cuando desaparecía en el ascensor. Las puertas se cerraron. La flechita hacia abajo se iluminó. Tenía que informar a su jefe. Denon debía de estar bromeando. No iba a ponerle precio a mi cabeza por algo tan estúpido como que Ivy se viniese conmigo, ?o sí?
—Muy bien, Rachel.
Giré la cabeza hacia la voz nasal. Me había olvidado de Francis. Se deslizó desde la mesa de Joyce y se apoyó en mi separación. Después de haber visto a Denon hacer el mismo gesto, el efecto era patético. Lentamente me dejé caer en mi silla giratoria.
—Llevo seis meses esperando que te quemes lo suficiente como para largarte —dijo Francis—. Tenía que haber sabido que lo único que necesitabas era emborracharte.
Una ola de rabia disipó el miedo que había pasado y volví a concentrarme en recoger mis cosas. Tenía los dedos fríos e intenté devolverles algo de calor frotándolos. Jenks salió de su escondite y en silencio revoloteó hasta lo más alto de mi planta.
Francis volvió a remangarse la chaqueta hasta los codos. Apartando mi cheque con un dedo se sentó en mi mesa con un pie apoyado en el suelo.
—Has tardado mucho más de lo que imaginaba —se burló—. O eres muy cabezota, o muy estúpida. De cualquiera de las dos formas, date por muerta. —Resopló por la nariz haciendo un ruido áspero.
Cerré un cajón de golpe y casi le pilló los dedos.
—?Intentas decirme algo, Francis?
—Me llamo Frank —dijo intentando aparentar superioridad, pero solo parecía que estaba acatarrado—. No te molestes en borrar los archivos de tu ordenador. Ahora son míos, junto con tu mesa.
Miré a mi monitor con un salvapantallas de una rana de ojos saltones. De vez en cuando se comía una mosca con la cara de Francis.
—?Desde cuándo los estirados de abajo dejan que un hechicero se encargue de un caso? —pregunté recalcando su rango inferior.
Francis no era lo suficientemente bueno como para compararse con una bruja. Podía invocar un hechizo, pero no tenía los conocimientos para crear uno. Yo sí, aunque normalmente me compraba los amuletos. Era más fácil y probablemente más seguro para mí y para mi objetivo. No era culpa mía que miles de a?os de estereotipos clasificaran a las mujeres como brujas y a los hombres como hechiceros.
Aparentemente eso era precisamente lo que quería contarme.
—No eres la única que sabe conjurar, Rachel, chica. Me saqué la licencia la semana pasada. —Inclinándose sacó un lápiz de mi caja y lo volvió a colocar en el cubilete—. Me habría hecho brujo hace mucho tiempo, pero no me apetecía ensuciarme las manos aprendiendo a hacer hechizos. No tendría que haber esperado tanto. Ha sido facilísimo.
—Pues mira qué bien. —Le quité el lápiz y lo metí en mi bolsillo. ?Francis había dado el salto para convertirse en brujo?, pensé. Deben de haber rebajado el nivel.
—Pues sí —dijo Francis, limpiándose bajo las u?as con una de mis dagas de plata—. Me han asignado tu mesa, tus casos y hasta tu coche de empresa.
Arrancándole la daga de la mano, la arrojé a la caja.