—No te pienses que con esto compras tu seguridad —dijo furioso el jefe. Ya me imaginaba esa vena hinchada de su cuello explotando—. Suceden muchos accidentes a su alrededor, si te acercas demasiado puede que te despiertes muerta.
La puerta de Denon se abrió de pronto e Ivy salió hecha una furia, dando un portazo tan fuerte que las luces temblaron. Su rostro estaba tenso y creo que no llegó a verme al pasar como un rayo junto a mi cubículo. En algún momento desde que me dejó anoche y ahora se había cambiado de ropa para ponerse un guardapolvo de seda hasta la rodilla. Estaba lo suficientemente segura de mis preferencias sexuales como para afirmar que estaba muy guapa. El dobladillo ondeaba tras ella al cruzar toda la planta con grandes zancadas. En su rostro pálido podían verse aún gestos de rabia. La tensión que la rodeaba era tan fuerte que casi se sentía.
No se estaba haciendo la vampiresa, simplemente se enfadaba para soltar la tensión. Aun así, dejó un silencio helador tras ella que ni la luz del sol que entraba por la ventana se atrevía a perturbar. En el hombro llevaba una bolsa de loneta vacía y su deseo colgaba todavía de su cuello. Chica lista, pensé. Ahorrando para el invierno. Ivy bajó por las escaleras y yo cerré los ojos sufriendo con el ruido de la puerta antiincendios al golpear la pared.
Jenks apareció en mi cubículo, zumbando alrededor de mi cabeza como una polilla loca, presumiendo del vendaje que le habían puesto en el ala.
—Hola, Rachel —dijo, insufriblemente contento—. ?Qué se cuece por aquí?
—Habla más bajito —le susurré. Hubiera dado cualquier cosa por una taza de café, pero no creí que mereciera la pena dar los veinte pasos que me separaban de la cafetera. Jenks iba vestido de paisano, con colores chillones que no pegaban entre sí. El morado no iba con el amarillo, ni ahora ni nunca. Dios mío, el vendaje del ala también era morado.
—?Tú no tienes resaca? —logré susurrar.
Hizo una mueca, posándose sobre mi cubilete para bolígrafos.
—No, el metabolismo de los pixies es muy rápido. El alcohol se convierte en azúcar enseguida, ?no es estupendo?
—Maravilloso.
Con cuidado, envolví con un pa?uelo una foto de mi madre y mía y la puse junto a la de Rosalind. Por un momento sopesé la idea de contarle a mi madre que me había quedado sin trabajo, pero decidí no hacerlo por motivos obvios. Esperaría hasta encontrar uno nuevo.
—?Está Ivy bien? —pregunté.
—Ah, sí. Se le pasará. —Jenks revoloteó hasta mi maceta de laurel—. Solo está molesta porque pagar su contrato y salvarse el culo le ha costado todo lo que tenía.
Asentí, contenta de que prefiriesen que me marchara. Las cosas serían mucho más fáciles si no ponían precio a nuestras cabezas.
—?Tú sabías que tenía dinero?
Jenks le quitó el polvo a una hoja y se sentó. Adoptó un aire de superioridad difícil de mantener teniendo en cuenta que solo medía diez centímetros y vestía como una mariposa daltónica.
—Bueno, psse… es el último miembro vivo de su familia. Yo que tú la dejaría sola unos días. Está más cabreada que una avispa mojada. Acaba de perder su casa en el campo, las tierras, las acciones, todo. Lo único que queda es la mansión en el centro junto al río y es de su madre.
Me eché hacia atrás en la silla, desenvolví mi último chicle de canela y me lo metí en la boca. Jenks aterrizó en mi caja con estrépito y comenzó a fisgonear.
—Ah, sí —dijo entre dientes—. Ivy dice que ya ha alquilado un garito. Aquí tengo la dirección.
—Sal de mis cosas. —Lo aparté con un dedo y revoloteó de nuevo hasta el laurel, posándose en la rama más alta para observar a toda la oficina cuchicheando. Me palpitaba la sien al agacharme para vaciar el último cajón. ?Por qué le habría dado Ivy a Denon todo lo que poseía? ?Por qué no había usado su deseo?
—?Levanta la cabeza! —dijo Jenks deslizándose por la planta para esconderse entre las hojas—, que viene el jefe.
Me puse derecha y vi a Denon a medio camino hacia mi mesa. Francis, el pelota lameculos de la oficina se apartó de un grupito de gente para seguirlo. Los ojos de mi ex jefe se clavaron en mí por encima de las separaciones del cubículo. Casi me ahogo al tragarme accidentalmente el chicle.