Bruja mala nunca muere

—Esto también es tuyo —dijo—, el mensajero no quiso dejarlo en la puerta esta tarde, así que he firmado por ti.

 

—?No! —gritó Ivy lanzándose por encima de la mesa para interceptarlo. Jenks también se lanzó desde el roble chasqueando las alas. Enfadada, Ivy se lo arrebató de las manos. Keasley le dedicó una mirada oscura y luego se fue a ver cómo iba Nick con la carne.

 

—Ya ha pasado más de una semana —dije con tono de fastidio secándome la mano de las gotas de condensación de la botella de vino—, ?cuándo vas a dejarme abrir mi propio correo?

 

Ivy no dijo nada y se acercó la vela de citronela para leer el remitente en el sobre.

 

—En cuanto Trent deje de enviarte cartas —dijo en voz baja.

 

—?Trent! —exclamé. Preocupada me recogí un mechón de pelo tras la oreja y me acordé de la carpeta que le había dado a Edden hace dos días. Nick apartó su atención de la carne con la preocupación marcada en su alargada cara.

 

—?Qué quiere? —musité deseando que no notasen lo agitada que estaba.

 

Ivy miró a Jenks y el pixie se encogió de hombros.

 

—Está limpio —dijo—, ábrelo.

 

—Por supuesto que está limpio —gru?ó Keasley—, ?crees que le daría una carta hechizada?

 

El sobre no pesaba nada cuando lo cogí de la mano de Ivy. Nerviosa, deslicé una u?a recién pintada bajo la solapa para rasgarla. Había un bulto dentro y sacudí el sobre bocabajo sobre mi palma. Mi anillo para el me?ique cayó en mi mano. Me quedé pasmada.

 

—?Es mi anillo! —dije. El corazón comenzó a latirme con fuerza. Me miré la otra mano y me asusté al no verlo allí. Levanté la vista para comprobar la sorpresa de Nick y la preocupación de Ivy—. ?Cómo…? —balbuceé sin recordar siquiera haberlo perdido—. ?Cuándo…? Jenks, no lo perdí en su oficina, ?verdad?

 

Mi voz sonó aguda y se me hizo un nudo en el estómago cuando negó con la cabeza y sus alas se oscurecieron.

 

—No llevabas ninguna joya esa noche —dijo—. Ha debido de conseguirlo después.

 

—?Hay algo más? —preguntó Ivy con tono cuidadosamente neutral.

 

—Sí. —Tragué saliva y me puse el anillo. Lo noté raro por un instante y luego me sentí cómoda. Con los dedos fríos, saqué un grueso papel que olía a pino y manzana—. ?Se?orita Morgan? —leí lentamente con voz temblorosa—, ?enhorabuena por su nueva independencia. Cuando vea que en realidad es una ilusión, yo le ense?aré la verdadera libertad?.

 

Dejé el papel en la mesa. La sensación de intranquilidad al saber que me había visto dormir se diluyó al saber que eso era lo único que había hecho. Mi chantaje era firme y había funcionado.

 

Tambaleándome apoyé el codo en la mesa y reposé la frente en las manos, aliviada. Trent me había quitado el anillo del dedo mientras dormía únicamente por una razón, para demostrar que podía. Yo me había infiltrado en su ?casa? tres veces, cada vez más íntima y descuidadamente que la anterior. Que pudiese volver a hacerlo cuando quisiera probablemente fuese intolerable para Trent. Había sentido la necesidad de vengarse, demostrar que podía hacer lo mismo. Había logrado afectarle y eso me descargaba en gran medida de mi rabia y mi sentimiento de vulnerabilidad.

 

Jenks se lanzó para sobrevolar la nota.

 

—Maldito saco de babosas —dijo muy enfadado soltando polvo pixie—. ?Ha pasado por delante de mí! ?Ha pasado por delante de mí! ?Cómo demonios lo ha hecho?

 

Con expresión seria cogí el sobre y advertí que el matasellos era del día siguiente al que escapé de sus perros. Este hombre trabajaba rápido, lo reconozco. Me preguntaba si habría sido Quen en persona quien entró. Yo apostaba por el propio Trent.

 

—?Rachel? —dijo Jenks aterrizando en mi hombro probablemente preocupado ante mi silencio—, ?estás bien?

 

Observé la preocupada expresión de Ivy sentada frente a mí y pensé que debía ser capaz de reírme de esta situación.

 

—Voy a acabar con él —dije de farol.

 

Jenks se elevó entrechocando las alas alarmado. Nick se apartó de la barbacoa e Ivy se puso tensa.

 

—Eh, espera un momento —dijo mirando a Jenks de reojo.

 

—?Nadie me hace esto a mí! —a?adí apretando las mandíbulas para no dejar escapar una sonrisa que lo echase todo por tierra.

 

Keasley arrugó la frente y entornó los ojos recostándose en la silla.

 

Ivy se quedó más pálida de lo habitual bajo la luz de la vela.

 

—Tranquila, Rachel —me advirtió—. No ha hecho nada. Solo quería tener la última palabra. Olvídalo.

 

—?Voy a volver! —grité levantándome por si acaso estaba forzando la situación demasiado y se lanzaba contra mí—. Se va a enterar —dije sacudiendo un brazo—. Me colaré y le robaré sus malditas gafas para enviárselas por correo con una maldita felicitación de cumplea?os.

 

Ivy se puso en pie con los ojos negros.

 

—?Si haces eso te matará!