Los tacones de sus botas hicieron un fuerte sonido cuando se levantó. Se me aceleró la respiración y miré como se ponía de pie. Parecía mucho más alto con los centímetros extra de las botas. La luz se hizo más tenue cuando una nube se interpuso delante de la luna. Casi no me enteré cuando Trent echó mano bajo la silla en la que había estado sentado. Con un suave y grácil movimiento sacó una pistola y la apuntó en mi dirección. Se me cortó la respiración de golpe.
—Te he oído —dijo sin alterarse, con su tono subiendo y bajando como el agua—. Sal de ahí. Ahora.
Me recorrieron escalofríos por los brazos y las piernas, dejándome un hormigueo en las yemas de los dedos. Me acurruqué junto al escritorio sin creer que de verdad me hubiera oído. Pero me estaba apuntando directamente con los pies separados y su sombra era formidable.
—Deja la pistola primero —susurré.
—?Se?orita Morgan? —dijo y su sombra se enderezó. Sonaba sorprendido. Me pregunté a quién esperaba—. ?Por qué iba a hacerlo? —preguntó con su suave voz a pesar de la amenaza.
—Mi socio tiene un hechizo justo encima de tu cabeza —dije marcándome un farol.
La sombra de Trent se movió cuando miró hacia arriba.
—Luces, cuarenta y ocho por ciento —ordenó con tono seco. La habitación se iluminó pero no lo suficiente como para acabar con mi visión nocturna. Las rodillas me flojearon y salí de mi escondite. Intenté aparentar que había planeado todo esto y me levanté para apoyarme contra el escritorio enfundada en mi mono de seda y elastán y crucé los tobillos.
Con la pistola bien sujeta en la mano, Trent me recorrió de arriba abajo con la mirada. Estaba repugnantemente refinado y elegante en su traje de montar verde. Hice un esfuerzo por no mirar el arma que seguía apuntándome y sé me hizo un nudo en las tripas.
—?La pistola? —dije mirando al techo, donde aguardaba Jenks.
—?Déjala en el suelo, Kalamack! —chilló Jenks desde el foco, aleteando con un sonido agresivo.
La compostura de Trent pasó a parecerse a la mía, con una actitud tensa e informal. Con movimientos bruscos y abruptos sacó las balas de la pistola y tiró la pesada arma a mis pies. No la toqué, pero empecé a respirar con más facilidad. Las balas cayeron entrechocando en el bolsillo de su chaqueta. Con la luz más fuerte pude apreciar las heridas que sanaban del ataque del demonio. Un cardenal amarillento decoraba su mejilla, el final de un moratón asomaba debajo del pu?o de su chaqueta. Un ara?azo cicatrizado decoraba su barbilla. Me sorprendí a mí misma pensando que aun así tenía buen aspecto. No era normal que pareciese tan seguro de sí mismo pensando que tenía un hechizo letal colgando sobre su cabeza.
—Solo necesito decir una palabra y Quen estará aquí en tres minutos —dijo tranquilamente.
—?Cuánto tiempo tardas en morir? —volví a decir, de farol.
Su mandíbula se apretó de rabia, haciéndolo parecer más joven.
—?Para eso ha venido?
—Si fuese para eso ya estarías muerto.
Asintió aceptándolo como cierto. Con los músculos tensos vio su maletín abierto.
—?Qué disco ha cogido?
Fingiendo seguridad me aparté un mechón de pelo de los ojos.
—Huntington. Si algo me pasa lo enviaré a tres periódicos y a tres televisiones junto con la página que le falta a tu agenda. —Me aparté del escritorio—. Déjame en paz —dije amenazante.
Tenía los brazos colgando a los lados sin moverse, con el brazo roto haciendo ángulo. Me hormigueaba la piel a pesar de que no había hecho ningún movimiento y mi superficial confianza se esfumó.
—?Magia negra? —dijo burlándose—. Los demonios mataron a su padre. Es una pena ver a la hija ir por el mismo camino. Inspiré con un silbido.
—?Qué sabes de mi padre? —dije sorprendida.
Sus ojos se posaron en mi mu?eca, la que tenía la marca de demonio, y me quedé pálida. Se me hizo un nudo en el estómago al recordar al demonio matándome lentamente.
—Ojalá te doliese —dije sin importarme que temblase la voz. Quizá pensara que era de rabia—. No sé cómo sobreviviste. Yo casi no lo consigo.
La cara de Trent se puso roja y me se?aló con un dedo. Era agradable verlo reaccionar como una persona normal.
—Enviar a un demonio para atacarme fue un error —dijo con tono brusco—. Yo no trato con magia negra, ni dejo que lo hagan mis empleados.
—?Grandísimo mentiroso! —exclamé sin importarme parecer infantil—. Tienes lo que te mereces. Yo no he empezado todo esto, pero te aseguro que pienso terminarlo.
—Yo no soy el que tiene la marca del demonio, se?orita Morgan —dijo con frialdad—. ?También miente? Qué decepción. Estoy considerando seriamente retirar mi oferta de trabajo. Rece por que no lo haga o ya no tendré ningún motivo para tolerar más sus acciones.
Enfadada cogí aire para decirle que era un idiota, pero me detuve. Trent pensaba que yo había invocado al demonio que lo atacó. Mis ojos se abrieron como platos al entenderlo. Alguien había invocado a dos demonios, uno para mí y otro para él y no había sido nadie de la SI. Apostaría mi vida. Con el corazón desbocado, abrí la boca para explicárselo y luego la cerré.
Trent empezó a sospechar.