Bruja mala nunca muere

Nick se giró en el asiento del conductor. Sus dientes blancos resaltaban en su cara oscurecida por el maquillaje.

 

—Marisco —dijo dándose una palmadita en su hinchado moflete. Había completado su disfraz sin necesidad de amuletos ti?éndose el pelo de un negro metálico. Con la piel oscura y la cara hinchada no parecía él en absoluto. Era un disfraz fantástico que no haría saltar las alarmas antihechizo.

 

—Hola, Rayray —dijo con ojos brillantes—. ?Cómo te va?

 

—Genial —mentí nerviosa. No debí haberlo involucrado en esto—, ?seguro que quieres hacerlo?

 

Metió marcha atrás.

 

—Tengo una coartada a prueba de bomba. Mi ficha dice que estoy en el trabajo.

 

Lo miré con recelo mientras me quitaba las botas.

 

—?Estás haciendo esto en horas de trabajo?

 

—La verdad es que nadie me controla. Mientras se haga el trabajo, les da igual.

 

Torcí el gesto. Sentada sobre una lata de insecticida, guardé las botas. Nick había encontrado un trabajo limpiando piezas de exposición en el museo de Edén Park. Su adaptabilidad era una sorpresa continua. En una semana había encontrado apartamento, lo había amueblado, se había comprado una camioneta cutre, había conseguido trabajo y habíamos tenido una cita sorprendentemente agradable con un inesperado paseo en helicóptero de diez minutos sobre la ciudad. Me había dicho que su antigua cuenta bancariaa tenía mucho que ver con lo rápido que había recuperado una vida normal. Debían de pagar a los bibliotecarios más de lo que yo creía.

 

—Será mejor que te cambies —dijo casi sin mover los labios mientras pagaba en la barrera automática y salíamos de nuevo a la calle—. Llegaremos en menos de una hora.

 

Estaba tensa por la expectación. Alcancé el petate blanco con el logotipo de la empresa de jardinería. Dentro estaban mis zapatos cómodos, mi amuleto de seguridad en una bolsita y mi nuevo mono ajustado de seda y nailon enrollado en un paquetito que cabía en la palma de la mano. Lo organicé todo para dejar espacio para un visón y un pixie pesado y coloqué un cobertor desechable de papel de Nick encima. Iba a entrar como un visón, pero ni en broma me iba a quedar así.

 

Llamaba la atención la ausencia de mis amuletos habituales. Me sentía desnuda sin ellos, pero si me pillaban, de lo único que la SI podría acusarme sería de allanamiento. Si tenía aunque fuese un solo amuleto que pudiese afectar a otra persona, incluso algo tan banal como un amuleto contra el mal aliento, me podrían acusar de lesiones en grado de tentativa. Y eso era un delito grave. Soy cazarrecompensas, conozco la ley.

 

Mientras Nick entretenía a Jenks en la parte delantera, rápidamente me desvestí del todo y guardé cualquier rastro de mi presencia en la furgoneta dentro de un bidón etiquetado como productos químicos tóxicos. Me bebí la poción de visón con rapidez y apreté los dientes por el dolor de la transformación. Jenks le armó una buena a Nick cuando se dio cuenta de que había estado desnuda en la parte trasera de la furgoneta. No quería ni pensar en el momento de volver a transformarme, tendría que sufrir las chanzas y chistes de Jenks hasta que pudiese enfundarme en mi mono.

 

A partir de ese momento todo fue saliendo como un reloj. Nick entró en la finca sin problemas ya que lo estaban esperando (la verdadera empresa de jardinería había recibido mi llamada para cancelar el servicio esa misma ma?ana). Los jardines estaban vacíos porque era luna llena y cerraban para realizar trabajos de mantenimiento. Convertida en visón, salí correteando entre los espesos rosales. Se suponía que Nick estaría fumigando con un insecticida tóxico, pero en realidad era agua salada para convertirme de nuevo en persona. Los golpes secos producidos al arrojar Nick mis zapatos, mi amuleto y mis ropas en los arbustos fueron más que bienvenidos, especialmente después de los morbosos comentarios de Jenks acerca de las hectáreas de piel de mujer desnuda y pálida mientras se columpiaba encantado en una ramita de rosal. Estaba segura de que el agua salada mataría a las rosas en lugar de a los agresivos insectos con los que Jenks las había infectado, pero eso también formaba parte del plan. Si por casualidad me pillaban, Ivy podría entrar de la misma forma con las nuevas plantas.

 

Jenks y yo nos pasamos la mayor parte de la tarde aplastando bichos, haciendo más que el agua salada para librar a las rosas de Trent de la plaga. Los jardines seguían en silencio y el resto de jardineros se mantuvieron alejados de las banderas de peligro que Nick había clavado alrededor de los rosales. Para cuando salió la luna estaba más nerviosa que una trol virgen en su noche de bodas. Y que hiciese tanto frío tampoco ayudaba.

 

—?Ahora? —preguntó Jenks sarcásticamente, suspendido en el aire delante de mí con sus alas que eran casi invisibles salvo por un brillo plateado en la oscuridad.