Durante un momento no fui capaz de reaccionar. El asfalto estaba templado y si me levantaba tendría que moverme. Denon no había enviado al demonio a por mí, había sido Trent.
Capítulo 33
Me incliné para recoger el periódico que había en el último escalón de la entrada de la iglesia. El olor a césped recién cortado y a humedad era casi un bálsamo que inundaba mis sentidos. Algo se movió rápidamente por la acera. Con el pulso acelerado me puse en cuclillas en posición defensiva. La risita de una ni?a peque?a subida a su bicicleta rosa haciendo sonar el timbre resultó algo embarazosa. Sus talones volaban al pedalear como si la persiguiese el diablo. Con una mueca sacudí el periódico en la palma de mi mano al verla desaparecer por la esquina. Juraría que me esperaba cada tarde.
Había pasado una semana desde que se anuló oficialmente la amenaza de muerte de la Si contra mí y aún seguía viendo asesinos por todas partes. Pero la verdad es que era posible que alguien más aparte de la SI quisiera verme muerta. Resoplé con fuerza e intenté eliminar la adrenalina de mi organismo cerrando de un golpe la puerta de la iglesia tras de mí. El reconfortante crujir de las hojas impresas hacía eco en las gruesas vigas de madera y en las desnudas paredes del santuario al hojear yo el periódico buscando la sección de clasificados. Me metí el resto del periódico bajo el brazo y me dirigí a la cocina, recorriendo con los ojos la sección de anuncios personales.
—Ya era hora de que te levantases, Rachel —dijo Jenks batiendo sus alas y revoloteando en molestos círculos a mi alrededor por el estrecho pasillo. Olía a jardín. Vestía su ?ropa de faena? y parecía un Peter Pan con alas en miniatura—. ?Vamos a por ese disco o qué?
—Hola, Jenks —dije notando una creciente punzada de ansiedad y anticipación—, sí, llamaron a un exterminador ayer.
Dejé el periódico en la mesa de la cocina, apartando los rotuladores de colores y los mapas de Ivy para hacer sitio.
—Mira —dije se?alando—, tengo otro más.
—Déjame ver —exigió el pixie. Aterrizó directamente sobre el periódico con las manos en las caderas.
Se?alando con el dedo el texto leí en voz alta:
—?T. K. desea reanudar la comunicación con R. M. con respecto a un posible negocio.? —No había número de teléfono, pero era obvio quién lo había escrito. Trent Kalamack.
Una sensación desagradable me urgió a sentarme junto a la mesa y a mirar más allá de la nueva pecera del se?or Pez, hacia el jardín. Aunque había pagado mi contrato y estaba razonablemente a salvo de la SI, aún tenía que lidiar con Trent. Sabía que estaba fabricando biofármacos. Era una amenaza para él. Por ahora estaba siendo paciente, pero si no accedía a entrar en su equipo, me metería bajo tierra.
A estas alturas ya no quería la cabeza de Trent, solo quería que me dejase tranquila. El chantaje era completamente aceptable y sin duda mucho más seguro que intentar librarme de Trent a través de los tribunales. Era un hombre de negocios por encima de todo y el deseo de evitar un juicio era probablemente mayor que el de tenerme trabajando para él o muerta. Pero necesitaba algo más que una página de su agenda. Y hoy iba a conseguirlo.
—Bonitas medias, Jenks —dijo Ivy con voz ronca desde el pasillo.
Sobresaltada, di un respingo y enseguida transformé el movimiento para atusarme un rizo del pelo. Ivy estaba apoyada en el quicio de la puerta y parecía una imagen apática de la muerte con su bata negra. Arrastrando los pies fue hasta la ventana para cerrar las cortinas y apoyarse contra la encimera en la penumbra. Mi silla crujió al recostarme en el respaldo.
—Te has levantado temprano hoy.
Ivy se sirvió una taza de café frío del día anterior y se dejó caer en la silla frente a mí. Tenía los ojos rojos y la bata atada descuidadamente en la cintura. Desganadamente manoseó el periódico por donde Jenks había dejado sus huellas sucias.
—Hay luna llena esta noche. ?Lo hacemos?
Di un breve suspiro y me latió con fuerza el corazón. Me levanté para tirar el café y hacer más antes de que Ivy se bebiese el resto. Hasta yo era más exigente.
—Sí —respondí notando la tensión en la piel.
—?Seguro que te sientes con fuerzas? —preguntó con los ojos fijos en mi cuello.
No fue más que mi imaginación, pero creí sentir una punzada justo donde se posaban sus ojos.
—Estoy bien —dije haciendo un esfuerzo por no taparme la cicatriz con la mano—. Mejor que bien, estoy genial.
Los insípidos pastelitos de Ivy me hacían sentirme alternativamente náuseas y hambre, pero había recuperado mi vigor sorprendentemente en tan solo tres días en lugar de en tres meses. Matalina ya me había quitado los puntos del cuello y no había quedado apenas cicatriz. Que hubiese sanado tan rápido era preocupante. Me preguntaba si lo pagaría más adelante. Y cómo.
—?Ivy? —dij e sacando el café de la nevera—, ?qué había en esos pastelitos?
—Azufre.
Di un salto, conmocionada.
—?Qué? —exclamé.