Jenks se rió por lo bajo e Ivy no apartó sus ojos de los míos al levantarse.
—Es broma —dijo sin inmutarse. Yo seguía mirándola con la expresión petrificada—. ?No sabes aceptar una broma? —a?adió dirigiéndose al pasillo—. Dame una hora. Llamaré a Carmen para que se ponga en marcha.
Jenks dio un salto en el aire.
—Genial —dijo haciendo zumbar sus alas—, voy a despedirme de Matalina. —Parecía que brillaba al reflejarse en él un rayo de luz que se coló en la cocina cuando salió volando entre las cortinas.
—?Jenks! —lo llamé cuando se iba—, no nos iremos hasta dentro de por lo menos una hora. No se tarda tanto en decir adiós.
—?Ah, sí? —me llegó su lejana voz—, ?y te piensas que mis ni?os han brotado solos de la tierra?
Con la cara roja, encendí la cafetera. Mis movimientos eran rápidos y ansiosos y una sensación de quemazón se instaló en mis entra?as. Me había pasado la semana planeando hasta el último detalle la excursión que Jenks y yo íbamos a hacer a la guarida de Trent. Tenía un plan. Tenía un plan de emergencia. Tenía tantos planes que me sorprendía que no me saliesen por las orejas cuando me sonaba la nariz.
Entre mi ansiedad y la neurótica adherencia de Ivy a su programación, en exactamente una hora estábamos en la calle. Ambas vestíamos con ropa motera de cuero, lo que nos daba tres metros y cincuenta y cinco centímetros de mala leche entre las dos, la mayor parte de Ivy. Una versión de los amuletos que llevaban los asesinos para controlar si su objetivo estaba vivo colgaba de nuestros cuellos, ocultos a la vista. Era mi plan de seguridad. Si me metía en líos, disolvería mi amuleto y el de Ivy se volvería rojo. Ivy había insistido en llevarlos, junto con un montón de otras cosas que yo creía innecesarias.
Me subí a la moto detrás de Ivy sin otra cosa que el amuleto de seguridad, un vial de agua salada para poder disolverlo, una poción de visón y Jenks. Nick llevaba el resto. Con el pelo recogido bajo el casco y la visera ahumada bajada atravesamos los Hollows y cruzamos el puente hacia Cincinnati. El sol del atardecer calentaba mis hombros y deseé que fuéramos solo dos moteras que iban a la ciudad a pasar una tarde de viernes de compras. En realidad nos dirigíamos a un garaje para encontrarnos con Nick y la amiga de Ivy, Carmen. Ella se haría pasar por mí el resto del día mientras nosotras conducíamos por el campo. En mi opinión era una exage ración, pero si Ivy se quedaba más tranquila lo haríamos así.
Desde el garaje iba a colarme en el jardín de Trent con la ayuda de Nick, que haría de jardinero para acabar con la plaga con la que Jenks había infestado las rosas de competición de Trent el sábado anterior. Una vez dentro, sería fácil. Al menos eso era lo que me repetía a mí misma sin cesar. Había salido de la iglesia tranquila y serena, pero cada manzana que avanzábamos hacia la ciudad, me ponía más tensa. Mi cabeza seguía repasando el plan, encontrando los fallos y los ?y si…?. Todo lo que habíamos pensado parecía infalible desde la seguridad de nuestra cocina, pero dependía en gran parte de Ivy y Nick. Confiaba en ellos, pero aun así estaba preocupada.
—Relájate —dijo Ivy en voz alta cuando salimos de una calle transitada y entramos en el garaje junto a la plaza de la fuente—. Todo va a salir bien. Pasito a pasito. Eres una buena cazarrecompensas, Rachel.
Mi corazón comenzó a latir fuerte y asentí. No había sido capaz de ocultar la preocupación de su voz.
En el garaje hacía fresco. Zigzagueó en la entrada para evitar la máquina de tiques. Iba a entrar directamente como si el garaje fuese una calle más. Me quité el casco al ver una furgoneta blanca decorada con césped verde y cachorritos. No le había preguntado a Ivy de dónde había sacado una furgoneta de jardinero y no pensaba hacerlo ahora.
La puerta trasera se abrió cuando el ronroneo de la moto de Ivy se acercó y una delgada vampiresa vestida como yo saltó fuera alargando la mano para coger mi casco. Yo se lo entregué bajándome de la moto a la vez que ella ocupaba mi lugar. Ivy no aminoró la marcha en ningún momento. Dando un traspié me quedé mirando como Carmen se metía su pelo rubio bajo el casco y se agarraba a la cintura de Ivy. Me pregunté si realmente me parecía a ella. No, yo no estaba tan delgada.
—Nos vemos esta noche, ?vale? —dijo Ivy por encima de su hombro y alejándose de allí.
—?Sube! —dijo Nick en voz baja desde dentro de la furgoneta. Echándoles un último vistazo a Ivy y a Carmen salté dentro de la parte trasera cerrando la puerta cuando Jenks revoloteó hasta su interior.
—?Madre mía! —exclamó Jenks saliendo disparado hacia la parte delantera—. ?Qué te ha pasado?