—Ahora —dije apretando los dientes y abriéndome camino cuidadosamente entre las espinas.
Con Jenks volando delante, caminamos sigilosamente desde los arbustos bien podados hasta los majestuosos árboles y nos colamos por una puerta trasera en la despensa. Desde allí fue fácil llegar hasta el vestíbulo principal. A nuestro paso Jenks iba colocando todas las cámaras en un bucle de quince minutos.
La nueva cerradura en la puerta del despacho de Trent nos dio algunos problemas. Con el pulso acelerado paseé nerviosa delante de la puerta mientras Jenks tardaba, increíblemente, cinco minutos de reloj en forzarla. Maldiciendo como un cosaco, finalmente me pidió ayuda para sujetarle un clip sin doblar contra el interruptor. No se molestó en decirme que estaba cerrando un circuito hasta después de que una corriente eléctrica me sacudiese.
—?Idiota! —bufé desde el suelo retorciéndome la mano en lugar de su cuello como me hubiese gustado—. ?Qué demonios te crees que estás haciendo?
—No lo habrías hecho si te lo hubiese dicho —dijo desde la seguridad del techo.
Entornando los ojos ignoré sus sarcásticas y poco convincentes excusas y abrí la puerta empujándola. Casi esperaba que Trent estuviese allí aguardándome y respiré aliviada al encontrar la habitación vacía e iluminada por la tenue luz de la pecera detrás de la mesa. Encogida por la expectación, me dirigí directamente al cajón de abajo y esperé hasta que Jenks me confirmó que no había sido manipulado. Contuve la respiración y lo abrí para descubrir que… no había nada.
No me sorprendió y levanté la vista hacia Jenks y me encogí de hombros.
—Plan B —dijimos simultáneamente. Saqué un pa?uelo del bolsillo y lo limpié todo—. A su oficina privada.
Jenks revoloteó saliendo del despacho para entrar de nuevo.
—Nos quedan cinco minutos en el bucle. Hay que darse prisa.
Asentí y eché un último vistazo a la oficina de Trent antes de seguir a Jenks, que zumbaba por el pasillo delante de mí a la altura del pecho. Con el corazón latiéndome con fuerza lo seguí a una distancia prudencial a través del edificio vacío sin hacer ruido sobre la moqueta. El amuleto de seguridad en mi cuello brillaba con un tranquilizador color verde.
Se me aceleró el pulso y sonreí al ver a Jenks en la puerta de la oficina secundaria de Trent. Esto era lo que echaba de menos, por lo que había dejado la SI: la emoción, la intriga de sortear las dificultades; demostrar que era más lista que los malos. En esta ocasión lograría mi objetivo.
—?Cuánto tiempo nos queda? —susurré deteniéndome y sacándome un mechón de pelo de la boca.
—Tres minutos. —Revoloteó hasta el techo y luego bajó—. No hay cámaras en su oficina privada. No está dentro, ya lo he comprobado.
Satisfecha me deslicé dentro cerrando la puerta cuando Jenks entró tras de mí.
El olor del jardín era como un bálsamo. La luz de la luna llena iluminaba la habitación como si estuviese amaneciendo. Me acerqué hasta el escritorio con una sonrisa sarcástica al comprobar por el desorden que ahora sí se usaba. Tardé un momento en encontrar el maletín junto a la mesa. Jenks forzó la cerradura y lo abrí dejando escapar un suspiro al encontrar los discos ordenados en fila.
—?Segura que son estos? —musitó Jenks desde mi hombro cuando elegí uno y me lo metí en el bolsillo.
Sabía que lo eran, pero al abrir la boca para contestarle una ramita chasqueó en el jardín.
Con el pulso acelerado hice con el pulgar el gesto para esconde se. Silenciosamente revoloteó hasta las luces del techo. Conteniendo la respiración me agazapé detrás del escritorio. Mi esperanza de que se tratase de un animal se esfumó. Las suaves y casi inaudibles pisadas se fueron acercando. Una sombra alargada se adentró con confiada rapidez desde el camino hasta el porche. Dio tres pasos hacia nosotros, moviéndose tranquilo y alegre. Se me doblaron las rodillas al reconocer la voz de Trent. Iba tarareando una canción que yo no reconocí y sus pies se movían siguiendo el ritmo. Mierda, pensé, intentando encogerme aun más detrás del escritorio.
Trent me dio la espalda y rebuscó algo en un armario. Un incómodo silencio sustituyó su tarareo cuando se sentó en el borde de una silla entre el porche y yo para ponerse lo que parecían botas de montar. La luna hacía que su camisa blanca brillase incluso a través de su chaqueta ajustada. Era difícil adivinarlo en la tenue luz, pero parecía que su equipo de equitación inglés fuese verde y no rojo. Trent cría caballos, pensé, y ?los monta de noche?