Bruja mala nunca muere

Sonó un pitido al cortar la comunicación. Edden se reclinó en su silla y pasó su brazo bueno sobre el cabestrillo. Su sonrisa era de satisfacción.

 

—Es una bruja libre, se?orita Morgan. ?Cómo se siente al volver de entre los muertos?

 

Mi pelo cayó sobre mi cara cuando incliné la cabeza para mirarme. Cada ara?azo, cada cardenal requería mi atención. El brazo en el cabestrillo me producía un dolor sordo y la cara me dolía toda entera.

 

—Estupendamente —dije, manteniendo la sonrisa—. Me siento genial.

 

Se había acabado. Podía volver a casa y esconderme bajo las mantas. Nick se levantó y me puso la mano en el hombro.

 

—Vamos, Rachel —dijo en voz baja—. Te llevo a casa. —Levantó sus ojos oscuros para mirar a Edden un instante—. ?Puede hacer todo el papeleo ma?ana?

 

—Claro. —Edden se levantó y cogió el vial cuidadosamente con dos dedos para metérselo en el bolsillo de la camisa—. Me gustaría que estuviese en el interrogatorio del se?or Percy, si es posible. ?Tiene un amuleto detector de mentiras? Tengo curiosidad por compararlo con nuestros aparatos electrónicos.

 

Asentí exageradamente e intenté encontrar las fuerzas para levantarme. No quise contarle a Edden lo complicado que era fabricar esas cosas, y no iba a salir a comprar hechizos al menos en un mes para dar tiempo a que los hechizos dirigidos a mí saliesen del mercado. Quizá dos meses. Pensé en el amuleto que había estado sobre la mesa y me estremecí. Quizá nunca.

 

Una explosión amortiguada agitó el aire e hizo temblar el suelo. Hubo un instante de silencio absoluto y luego el lejano sonido de gente gritando se filtró a través de las gruesas paredes. Miré a Edden.

 

—Eso ha sido una explosión —dijo en un susurro.

 

Cien pensamientos se atrepellaban en su cabeza, pero a mí solo me vino uno a la cabeza: Trent. La puerta de la sala de descanso se abrió de golpe chocando contra la pared. Briston entró tambaleante en la habitación y se agarró a la silla que poco antes había ocupado Francis.

 

—?Capitán Edden! —dijo jadeante—. ?Clayton! ?Dios mío, Clayton!

 

—Quédate con las pruebas —dijo y salió disparado de la sala casi tan rápido como un vampiro. El sonido de la gente gritando se colaba por la puerta hasta que esta se cerró majestuosamente. Briston se quedó allí de pie con su vestido rojo y los nudillos blancos apretando las manos contra el respaldo de la silla. Tenía la cabeza gacha pero pude ver sus ojos llenándose de los que parecían lágrimas de dolor y frustración.

 

—Rachel —dijo Jenks pinchándome en la oreja—, levántate. Quiero ver qué ha pasado.

 

—Lo que ha pasado es Trent —mascullé a la vez que se me retorcían las tripas. Francis.

 

—?Levántate! —gritó Jenks, tirando como si pudiese levantarme por la oreja—. ?Rachel, levántate!

 

Sintiéndome como una mula en el arado, me levanté. El estómago me dio un vuelco y con la ayuda de Nick salí renqueando hacia el ruido y la confusión. Me encogí bajo mi manta y me apreté el brazo lastimado contra mí. Sabía qué era lo que iba a encontrar. Había visto a Trent matar a un hombre por menos. Esperar que se sentase sin hacer nada mientras se cernía sobre su cuello el peso de la ley era ridículo. Pero ?cómo había podido actuar tan rápido?

 

El vestíbulo era un confuso desastre de cristales rotos y gente corriendo. El aire fresco de la noche entraba por los enormes agujeros en la pared donde antes había cristales. Había uniformes azules y amarillos de la AFI por todas partes, aunque no fuesen de mucha ayuda. La peste a plástico quemado se me pegó a la garganta. Las llamaradas naranjas y negras de un fuego llamaron mi atención hacia el aparcamiento, donde la furgoneta de la AFI ardía. Las luces rojas y azules se reflejaban en las paredes.

 

—Jenks —le dije en un suspiro cuando volvió a tirar de mi oreja para meterme prisa—, si sigues haciendo eso te aplasto con mis propias manos.

 

—?Pues entonces mueve tu culo de bruja y sal ahí fuera! —exclamó frustrado—. No veo ni torta desde aquí.

 

Nick rehusó los esfuerzos bienintencionados de los buenos samaritanos que pensaban que yo había resultado herida en la explosión, pero no logró que nos dejasen en paz hasta que encontró un sombrero de la AFI y me lo puso en la cabeza. Agarrándome por la cintura y sujetándome avanzamos a trompicones sobre los cristales rotos, nos apartamos de las luces amarillas de la estación de autobuses y nos adentramos entre las discordantes, inciertas e intermitentes luces de los vehículos de la AFI.