—No.
Las campanitas de la puerta sonaron de nuevo y vi a Ivy entrar con su buho en el brazo clavando sus garras en la gruesa mu?equera que llevaba puesta. Jenks iba sentado en su hombro, lo más alejado del buho que podía. Me puse derecha y fingí mirar un cuadro de bebés disfrazados de fruta. Supongo que la intención era provocar ternura, pero a mí solo me daban hambre.
—Rachel, tengo que hablar contigo.
Esto ya era demasiado para Junior.
—Disculpe, se?ora —dijo con su voz perfecta—. No se permiten animales. El buho debe quedarse fuera.
?Se?ora?, pensé intentando aguantarme la risa.
El chico se quedó pálido cuando Ivy lo miró a los ojos. Tambaleándose, casi se cae al retroceder disimuladamente. Ivy estaba proyectando su aura y eso no era nada bueno.
Ivy se volvió para mirarme. Se me cortó la respiración al echarme hacia atrás en el asiento. Sus ojos negros de predadora me dejaron clavada al respaldo de plástico. Se me encogió el estómago y se me crisparon los dedos. Su tensión era contagiosa. No podía apartar la vista. No se parecía en nada a la suave invitación que el vampiro muerto me había lanzado en el bar. Esto era más bien rabia y dominación. Gracias a Dios no estaba enfadada conmigo sino con Junior, el camarero.
En cuanto advirtió la expresión de mi cara la rabia de sus ojos desapareció. Sus pupilas se contrajeron devolviendo a sus ojos el habitual color marrón. En un segundo el aura de poder había desaparecido, regresando a las profundidades del infierno de donde provenía. No podía venir de otro sitio, esa pura dominación no era producto de un encantamiento. Mi enfado volvió de nuevo, pero, si estaba enfadada ya no podía estar asustada, ?no?
Hacia a?os que Ivy no había proyectado su aura sobre mi. La última vez estábamos discutiendo cómo cazar a un vampiro hambriento sospechoso de incitar a ni?as mediante un inocente juego de cartas. La dejé dormida con un hechizo y luego le pinté la palabra ?idiota? con esmalte rojo en las u?as y la até a una silla antes de despertarla. Había sido la amiga perfecta desde entonces, aunque un poco fría a veces. Creo que apreció el hecho de que no se lo contase a nadie.
Junior logró aclararse la voz.
—Se?ora, esto… no puede quedarse si no pide algo —dijo débilmente.
Tiene agallas, pensé. Debe de ser un inframundano.
—Un zumo de naranja —dijo Ivy en voz alta de pie frente a mí—. Sin grumos.
Sorprendida, no pude evitar mirarla.
—?Zumo de naranja? —pregunté extra?ada. Descrucé los dedos y me puse el bolso lleno de amuletos en el regazo—. Mira, me da igual si León Bairn quedó hecho papilla en la acera. Yo lo dejo y nada de lo que me digas va a hacerme cambiar de idea.
Ivy se balanceaba de un pie a otro. Su nerviosismo disipó el poco enfado que me quedaba. ?Ivy estaba preocupada? Nunca la había visto así.
—Quiero irme contigo —dijo finalmente.
Por un instante me quedé muda mirándola.
—?Qué? —logré decir por fin.
Se sentó frente a mí con un fingido aire de indiferencia y dejó a su buho vigilando a la leprechaun. Se soltó la mu?equera con un fuerte crujido y la dejó en el banco junto a ella. Jenks había saltado a la mesa con los ojos abiertos de par en par y la boca cerrada, para variar. Júnior apareció con la trona y nuestras bebidas. Esperamos en silencio mientras colocaba cada cosa con manos temblorosas y regresaba a esconderse en la trastienda.
Mi taza estaba desconchada y solo llena hasta la mitad. Se me pasó por la cabeza volver para dejar bajo la mesa un hechizo que agriase la leche a dos metros a la redonda, pero decidí que tenía cosas más importantes de las que ocuparme. Como el hecho de que Ivy fuese a tirar su brillante carrera por el váter.
—?Por qué? —pregunté, anonadada—. El jefe te adora. Eliges tus misiones, tuviste vacaciones pagadas el a?o pasado.
Ivy miraba el cuadro fijamente, evitándome.
—?Y?
—?Te fuiste un mes a Alaska, para ver el sol de medianoche!
Sus finas cejas negras se juntaron mientras alargaba la mano para recolocarle las plumas a su buho.
—Me hago cargo de la mitad del alquiler, la mitad de los gastos y la mitad de todo y tú de la otra mitad. Yo me dedico a mis asuntos y tú a los tuyos. Si me necesitas podemos trabajar juntas, como antes.
Me volví a echar hacia atrás, aunque mi gesto de enfado no fue tan evidente como yo hubiese deseado, al quedar amortiguado por la mullida tapicería.
—?Por qué? —pregunté de nuevo.