Bruja mala nunca muere

—Madre mía —dije entre dientes mientras bajaba el volumen. Mis labios hicieron una mueca de asco al tocar el grasiento botón. Me miré los dedos y me los limpié con los amuletos que aún estaban en mi regazo. Ya no valían para nada más. La sal del frecuente manoseo del taxista los había arruinado. Echándole una mirada de reproche arrojé los amuletos al desportillado portavasos.

 

Me volví hacia Ivy, desparramada en el asiento trasero. Con una mano intentaba evitar que su buho se cayese de la bandeja trasera con los tumbos, la otra la llevaba en la nuca. Los coches con los que nos cruzábamos y las pocas farolas que funcionaban iluminaban brevemente su negra silueta. Oscuros y abiertos, sus ojos se encontraron con los míos para luego virar hacia la ventana y la noche. Se me puso la piel de gallina por el aire de tragedia griega que emanaba. No era una pose forzada, Ivy siempre era así, pero seguía dándome yuyu. ?Es que esta mujer no sonreía nunca?

 

Mi presa se había arrinconado al otro extremo, lo más lejos de Ivy que podía. Las botas verdes de la leprechaun apenas llegaban al borde del asiento y parecía una de esas mu?ecas que venden por la tele. ?Tan solo tres peque?os plazos de cuarenta y nueve dólares con noventa y cinco para conseguir esta detallada reproducción de Becky, la camarera. Otras mu?ecas similares han triplicado e incluso cuadriplicado su valor?. Pero esta mu?eca tenía un brillo taimado en los ojos. Le hice un sigiloso gesto con la cabeza e Ivy me lanzó una mirada de sospecha.

 

El buho ululó de dolor al golpearse la cabeza y abrió las alas para mantener el equilibrio tras un gran bache, pero ese fue el último. Acabábamos de cruzar el río y estábamos de vuelta en Ohio. La carretera ahora era lisa como el cristal y el taxista redujo la velocidad como si se acabase de acordar de para qué servían las se?ales de tráfico.

 

Ivy soltó al buho y se pasó los dedos por su largo pelo.

 

—He dicho que es la primera vez que compartimos viaje, ?qué pasa?

 

—Ah, sí —dije apoyando el brazo en el respaldo—, ?sabes dónde puedo alquilar un piso barato en los Hollows?

 

Ivy me miró de frente dejándome ver su perfecto óvalo facial, pálido bajo la luz de las farolas. Aquí había luz en cada esquina y parecía casi de día. Estos humanos están paranoicos, aunque es comprensible.

 

—?Te mudas a los Hollows? —me preguntó con expresión extra?ada.

 

No pude evitar una sonrisa al verla.

 

—No, voy a dejar la SI.

 

Eso sí que llamó su atención, se notó por la forma de parpadear. Jenks dejó de bailar con la diminuta figurita del salpicadero y se me quedó mirando.

 

—No puedes romper tu contrato con la SI —dijo Ivy. Miró a la leprechaun, que a su vez no le quitaba ojo—. No estarás pensando…

 

—?Yo?, ?quebrantar la ley? —la corté enseguida—. Soy demasiado buena para incumplir la ley. Pero no puedo hacer nada si resulta que esta no es la leprechaun que buscaba —a?adí sin una pizca de remordimiento. La SI había dejado más que claro que ya no requería mis servicios. ?Qué debía hacer yo? ?ponerme patas arriba exponiendo la barriga y lamer el… hocico de alguien?

 

—Papeleo —dijo el taxista suavizando de pronto su acento, adaptando su voz y actitud para obtener y mantener su tarifa en este lado del río—. Extravía el papeleo. Pasa mucho. Creo que tengo la confesión de Rynn Cormel por ahí de cuando mi padre hacía los traslados de la cuarentena hasta los juzgados durante la Revelación.

 

—Sí, bueno —le contesté con una sonrisa—, un nombre erróneo en los papeles equivocados. Lo que he dicho.

 

Ivy seguía sin parpadear.

 

—Rachel, León Bairn no explotó espontáneamente.

 

Resoplé. No creía en esas historias. No eran más que eso, historias para evitar que el grueso de los cazarrecompensas de la SI rompiese su contrato una vez hubiesen aprendido todo lo que podían ense?arles.

 

—Eso fue hace más de diez a?os —dije—, y la SI no tuvo nada que ver. No van a matarme por romper mi contrato cuando quieren echarme —a?adí frunciendo el ce?o—. Además, puede que sufrir una persecución sea más divertido que lo que estoy haciendo ahora.

 

Ivy se inclinó hacia delante y yo me resistí a retirarme.

 

—Dicen que tardaron tres días en recuperar lo suficiente de él como para llenar una caja de zapatos —me dijo—. Tuvieron que raspar los últimos trocitos del techo del porche de su casa.

 

—?Y qué se supone que debo hacer? —dije retirando el brazo del asiento—. No he tenido una misión decente desde hace meses. Mira esta —dije se?alando—, una leprechaun que ha defraudado a Hacienda. Es insultante.

 

La mujercita se puso derecha.

 

—Oiga, usted perdone.

 

Jenks abandonó a su nueva amiga para sentarse en el borde trasero del sombrero del taxista.

 

—Sí, Rachel va a tener que arrastrar una escoba si yo tengo que coger una baja. —Movió lastimosamente su ala torcida y le dediqué una sonrisa compasiva.

 

—?Maitake? —le ofrecí.

 

—Un cuarto —respondió y mentalmente lo aumenté a medio kilo. No estaba mal para ser un pixie.

 

Ivy fruncía el ce?o manoseando la cadena de su crucifijo.