—Hay motivos de peso por los que nadie rompe su contrato. El último que lo hizo fue tragado por una turbina.
Apretando los dientes me giré para mirar por el parabrisas. Lo recordaba, había sido hacía casi un a?o. Se habría matado si no hubiera estado muerto ya. Volvería a la oficina dentro de poco.
—No te estoy pidiendo permiso —dije—. Te estoy preguntando si conoces a alguien que alquile un sitio barato. —Ivy permaneció en silencio y me volví para mirarla—. Tengo unos ahorrillos. Puedo poner un anuncio y ayudar a gente que lo necesite…
—Vamos, ?por toda la sangre del mundo! —me interrumpió Ivy—. Dejarlo para abrir una tienda de amuletos lo entiendo, pero ?abrir tu propia agencia? —Negó con la cabeza sacudiendo su negra cabellera—. No soy tu madre, pero si lo haces eres bruja muerta. Jenks, dile que es bruja muerta.
Jenks asintió solemnemente y yo me di la vuelta para mirar por la ventana. Me sentía estúpida por haberle pedido ayuda. El taxista asentía también.
—Muerta —decía—, muerta, muerta, muerta.
Esto se ponía cada vez mejor. Entre Jenks y el taxista toda la ciudad se enteraría de que lo dejaba antes de que lo anunciase oficialmente.
—Me da igual. Ya no quiero hablar más contigo de esto —dije entre dientes.
Ivy se agarró al asiento con el brazo.
—?Se te ha ocurrido pensar que pueden estar tendiéndote una trampa? Todo el mundo sabe que los leprechaun intentan lo que sea para librarse. Si te pillan la has cagado.
—Sí —dije—, ya lo había pensado. —En realidad no lo había hecho, pero no pensaba confesarlo—. Mi primer deseo será que no me pillen.
—Siempre piden lo mismo —dijo la leprechaun solapadamente—. ?Ese es tu primer deseo?
En un arrebato de rabia asentí y la leprechaun sonrió mostrando sus hoyuelos. Ya se veía en casa.
—Mira —le dije a Ivy—, no necesito tu ayuda. Gracias por nada. —Rebusque mi monedero en el bolso—. Me bajo aquí —le dije al taxista—. Necesito un café. Jenks, Ivy puede dejarte en la SI, ?no te importa, verdad, Ivy? Por los viejos tiempos.
—Rachel —protestó ella—, no me estás escuchando.
El taxista puso el intermitente y paró.
—Cuídate, guapetona.
Salí del coche, abrí la puerta trasera y agarré a mi leprechaun por el uniforme. Mis esposas habían desecho por completo el hechizo de tama?o y ahora tenía la altura de un fornido ni?o de dos a?os.
—Toma —le dije al taxista soltándole un billete de veinte en el asiento—, eso debería bastar para mi parte.
—?Todavía está lloviendo! —se quejó la leprechaun.
—Cállate. —Las gotas me caían encima estropeándome el mo?o y pegándome los mechones sueltos al cuello. Di un portazo antes de que Ivy pudiera decir algo. No tenía nada que perder. Mi vida era un montón de estiércol mágico y ni siquiera podía sacar abono de él.
—Me estoy mojando —seguía quejándose la leprechaun.
—?Quieres volver al coche? —le dije con tono tranquilo aunque por dentro estaba furiosa—. Podemos olvidarnos de todo si quieres. Estoy segura de que Ivy podría encargarse de tu papeleo. Dos trabajos en una noche, seguro que le dan una prima.
—No —dijo con vocecita sumisa.
Aún enfadada vi al otro lado de la calle el Starbucks que servía a los pijos del centro que necesitaban poder elegir entre sesenta tipos de café, aunque les sacasen defectos a todos. En este lado del río la cafetería estaría vacía a esta hora. Era el lugar perfecto para enfadarse y reconciliarse. Arrastré a la leprechaun hasta la puerta intentando adivinar el precio de un café por la cantidad de cacharros anteriores a la Revelación del escaparate.
—Rachel, espera. —Ivy bajó la ventanilla y se escuchó la música del taxi a todo volumen de nuevo: A thousand years, de Sting. Me dieron ganas de subir otra vez.
Abrí la puerta de la cafetería. Se me escapó una mueca de desprecio al oír las alegres campanitas.
—Café. Solo. Y una trona para ni?os —le grité al chico tras el mostrador dirigiéndome hacia la esquina más oscura arrastrando a mi leprechaun. El chico era la viva imagen de la corrección, con su delantal de rayas rojas y blancas y el pelo perfecto. Probablemente fuese un estudiante universitario. Yo podría haber ido a la universidad en vez de hacer formación superior, al menos un cuatrimestre o dos. Incluso me habían aceptado.
Los bancos tenían cojines blanditos y la mesa tenía un mantel de verdad; además no se me pegaban los pies al suelo. El chico me miraba con superioridad, así que me quité las botas y me senté con las piernas cruzadas para fastidiarle. Seguía pareciendo una fulana con esta ropa. Creo que intentaba decidir si llamaba a la SI o a sus homólogos humanos de la AFI. Eso sería muy divertido.
Mi billete para salir de la SI estaba de pie en el asiento de enfrente, moviéndose nerviosa.
—?Puedo pedir un café con leche? —lloriqueó.