Bruja blanca, magia negra

—Son sus hijos los que me están sacando de quicio —farfullé.

 

En ese momento el termómetro empezó a pitar y, tras escribir de nuevo en mi historial, la doctora Mape se inclinó para mirar debajo de la cama.

 

—Sus ri?ones parecen funcionar bien —dijo—. Voy a dejarle la vía, pero le quitaré la sonda ahora mismo.

 

Glenn se puso tenso.

 

—Ummm, Rachel —dijo incómodo—. Nos vemos luego, ?de acuerdo? Dame un día antes de echar carreras por los pasillos.

 

Ivy se situó detrás de Glenn y le sujetó el camisón mientras él agarraba el soporte del suero para ponerse en pie.

 

—?Jenks? —dijo mientras se ponían en marcha—. Mueve el culo y espera en el pasillo.

 

él me lanzó una sonrisa ladeada y salió disparado, dibujando círculos alrededor de Ivy y Glenn. La puerta se cerró y su voz se desvaneció.

 

Empecé a hacerme un ovillo para facilitarle la tarea a la doctora, pero me detuve cuando agarró la silla de Glenn y tomó asiento, observándome en silencio. De pronto me sentí intimidada y, como no decía nada, pregunté en tono dubitativo:

 

—Va a quitarme esto, ?verdad?

 

La mujer suspiró y adoptó una postura más cómoda.

 

—Quería hablar con usted, y era la forma más sencilla de conseguir que se marcharan.

 

El tono que utilizó no me gustó en absoluto, y una oleada de miedo me recorrió de arriba abajo dejándome una sensación de inquietud.

 

—Pasé mis primeros a?os de vida yendo de un hospital a otro, doctora Mape —le dije con atrevimiento mientras me sentaba—. Me han dicho que iba a morir más veces que pares de botas tengo en mi armario. Y le aseguro que tengo muchas. Nada de lo que pueda decirme conseguirá asustarme.

 

Era mentira, pero sonaba bien.

 

—Usted sobrevivió al síndrome de Rosewood —dijo hojeando de nuevo mi historial. Yo me puse rígida cuando me tomó la mu?eca y le dio la vuelta para echar un vistazo a mi marca demoníaca—. Tal vez sea esa la razón por la que esa ni?a no acabó con su vida.

 

?Se refiere a mi enfermedad sanguínea o a la marca demoníaca? Incómoda, estiré el brazo para que lo soltara. En cualquier caso, yo era diferente, y no en el buen sentido.

 

—?Cree que mi aura podría saber mal?

 

La doctora me estaba mirando las manos, y yo deseé esconderlas.

 

—No sabría decirle —dijo—. Tengo entendido que las auras no saben a nada. Lo que sí sé es que las crías de banshee tardan mucho en saciarse, y eso es más que suficiente para matar a una persona. Tanto usted como el se?or Glenn tienen mucha suerte de seguir con vida. La se?ora Harbor se preocupa de que su hija esté bien alimentada.

 

?Bien alimentada? ?No te jode! ?Estuvo a punto de matarme!

 

Recostándose sobre el respaldo, la doctora Mape miró por la ventana en dirección a la otra ala.

 

—Debería reconocérsele el mérito de criar a una hija hasta que alcance la madurez, en lugar de perseguirla como a un animal cuando se produce un accidente. ?Sabía usted que hasta que no cumplen los cinco a?os, cualquiera que la toque a excepción de su madre viene a ser considerada una fuente de alimentación? Incluido su padre humano.

 

—?Ah, sí? —dije pensando en que Remus la había tenido en brazos sin que le succionara ni una pizca de su aura mientras que todos los que se encontraban a su alrededor estaban siendo exprimidos lentamente—. Disculpe si no me muestro todo lo comprensiva que cabría esperar con sus problemas. Esa mujer me entregó a su hija a sabiendas de que me mataría. Y esa misma ni?a estuvo a punto de acabar con la vida de Glenn. Es más, la propia Mia ha matado a gente, solo que todavía no han conseguido encontrar pruebas que la impliquen en los asesinatos. Yo también hago todo lo que está en mi mano para mantenerme con vida, pero no por ello me dedico a matar gente.

 

La doctora Mape me miró con gesto impasible.

 

—Comprendo perfectamente cómo se sienten tanto usted como su amigo Glenn, pero, en la mayoría de las situaciones, las banshees solo se apropian de la escoria de la sociedad. He visto comportamientos de humano a humano mucho más da?inos, y lo que hizo Mia fue solo para sobrevivir.

 

—?En opinión de quién? —le espeté con descaro. A continuación me obligué a relajarme. Aquella era la persona que tenía que darme el justificante de enfermedad.

 

Una vez más, la doctora Mape se mostró imperturbable y se inclinó para apoyar uno de sus codos sobre la rodilla a fin de estudiarme con detenimiento.

 

—La cuestión es por qué sufrió usted un da?o significativamente menor que el se?or Glenn. Las auras de los humanos y de los brujos tienen una fuerza similar.

 

—Lo sabe todo sobre nosotros, ?verdad? —dije, y me tuve que morder la lengua. Ella no es el enemigo. Ella no es el enemigo.