Bruja blanca, magia negra

Jenks se cruzó de brazos y frunció el ce?o, mientras que Ivy dejó la jirafa y me miró también.

 

—Vale, lo que tú digas —musité, aunque mis pensamientos se dirigieron a Mia de pie en la oscuridad con su hija lloriqueando y abrazada a ella diciéndome que nunca podría amar a alguien sin acabar con su vida—. Se merece a alguien mejor que yo. Sé muy bien cómo acaban siempre mis relaciones.

 

Ivy se agitó inquieta y, deshaciéndome de mis pensamientos infelices, me volví hacia Glenn. El detective era todo un experto en leer los pensamientos de la gente, y aquello resultaba muy embarazoso.

 

—Bueno, ?qué tal está el pudín? —pregunté estirándole el brazo y tendiéndole el tomate.

 

Por lo general los humanos detestaban los tomates, pues había sido una de sus variedades lo que había acabado con una buena parte de su especie apenas cuarenta a?os antes. Glenn, sin embargo, había aprendido a disfrutar de las virtudes de esta hortaliza de color rojo, y estaba totalmente enganchado. Después de hacer malabarismos nerviosamente para evitar que cayera al suelo, se lo colocó con cuidado en el pliegue del brazo, como si estuviera acunando un bebé.

 

—Asqueroso —respondió, contento de que hubiera cambiado de tema—. No lleva azúcar. Y gracias. No es fácil conseguir uno de estos.

 

—Es una tradición inframundana —le expliqué, preguntándome si me había perdido el desayuno y me tocaría esperar otras seis horas. Todavía no había visto ningún menú, pero, antes o después, tendrían que darme algo de comer.

 

Ivy se sentó a los pies de la cama, mucho más relajada una vez que éramos menos en la habitación.

 

—?Trent te ha mandado flores? —preguntó tendiéndome la tarjeta con las cejas arqueadas.

 

Sorprendida, eché un vistazo a las margaritas y la cogí.

 

—Ha sido Ceri —dije al reconocer su diminuta letra—. Probablemente ni siquiera ha puesto su nombre.

 

Jenks aterrizó en mis rodillas.

 

—Apuesto lo que quieras a que sí —dijo con una risotada.

 

Justo entonces todas nuestras miradas, guiadas por un delicado golpeteo, se dirigieron a la puerta y a la mujer vestida de calle que entró inmediatamente.

 

—Se?orita Morgan —dijo mientras se acercaba con decisión—. Soy la doctora Mape, ?cómo se encuentra hoy?

 

Siempre hacían la misma pregunta y esbocé una sonrisa neutra. Por la ausencia de olor a secuoya pude comprobar que ni siquiera los antisépticos más potentes eran capaces de ocultar que no era una bruja. No era muy habitual que permitieran que un humano tratara a una bruja con sus medicamentos, pero, si me habían golpeado con lo mismo que a Glenn, probablemente me habían asignado a su misma doctora. Mis sospechas parecieron confirmarse cuando Glenn se encogió en la silla con expresión culpable. El tomate, por su parte, estaba escondido en alguna parte y, sinceramente, prefería no saber dónde.

 

—Mucho mejor —respondí de manera insulsa—. ?Qué es lo que me dieron para tenerme atontada?

 

La doctora Mape cogió el tensiómetro de la pared y saqué el brazo obedientemente.

 

—Ahora mismo no lo recuerdo —respondió con voz preocupada mientras me apretaba el brazo con la presión del aire—, pero si quiere, puedo consultar su historial.

 

—No se moleste. —Al fin y al cabo, entendía de amuletos, no de medicinas—. Una cosa, ?podrían darme un justificante por enfermedad?

 

La doctora no respondió, y cuando despegó de golpe el cierre del tensiómetro, Glenn dio un respingo.

 

—Se?or Glenn —lo interpeló en un tono muy significativo, y habría jurado que él contuvo la respiración—, todavía no está preparado para recorrer distancias tan largas.

 

—Sí, se?ora —gru?ó él.

 

Sonreí intentando que no me vieran.

 

—?Tengo que restringirle las salidas? —preguntó.

 

él negó con la cabeza.

 

—No, se?ora.

 

—Espéreme fuera —dijo con severidad—. Le llevaré a su habitación.

 

Ivy se revolvió en la esquina. ?Vaya! Ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido hasta allí.

 

—Ya lo acompa?o yo —se ofreció.

 

La rápida negativa de la mujer se desvaneció cuando cayó en la cuenta de quién era.

 

—?Es usted Ivy Tamwood? —preguntó justo antes de anotar los valores de mi tensión en el historial—. Gracias. Es muy amable por su parte. Su aura no es tan gruesa como para que ande paseándose por ahí.

 

Jenks se alzó de entre las flores, esta vez cubierto de polen.

 

—?Ah! Somos todos amigos suyos —dijo el pixie sacudiéndose en el aire y creando una nube de polvo.

 

La doctora Mape dio un respingo.

 

—?Qué hace que no está hibernando? —preguntó, sorprendida.

 

Me aclaré la garganta con sequedad.

 

—Esto… está viviendo en mi escritorio —expliqué.

 

En ese momento la doctora me puso un termómetro en la boca obligándome a cerrarla.

 

—Apuesto a que debe ser muy divertido —masculló la mujer mientras esperaba a que el instrumento funcionara.

 

Me lo cambié al otro lado de la boca.