Bruja blanca, magia negra

—A decir verdad, sí. Esa es la razón por la que decidí hacerme cargo de su caso. —A continuación, tras un breve instante de indecisión, a?adió—: Lo siento, se?orita Morgan. Ya no le permiten estar en la planta de los brujos por culpa de sus cicatrices demoníacas. Soy lo único que le queda.

 

Yo me quedé mirándola fijamente. ?Cómo dice? ?No aceptan tratarme por culpa de mis cicatrices? ?Qué tienen que ver las cicatrices con todo esto? Su existencia no indicaba que fuera una bruja negra.

 

—?Y usted sí? —pregunté con acritud.

 

—Hice un juramento para salvar la vida de la gente. La misma creencia que hace que sienta compasión por la banshee es lo que hace que haya aceptado tratarla a usted. Prefiero juzgar a las personas por las razones que les llevan a actuar de una determinada manera en lugar de por sus acciones.

 

Me recosté preguntándome si su respuesta era propia de un sabio o si, en realidad, estaba tratando de rehuir mi pregunta. La doctora se puso en pie y la seguí con la mirada.

 

—Conozco al capitán Edden desde que atacaron a su esposa —dijo—. Fue él quien me explicó las razones de sus cicatrices. He visto lo que queda de su aura y acabo de conocer a sus amigos. Los pixies no otorgan su fidelidad a cualquiera.

 

Fruncí el ce?o cuando se dio la vuelta para marcharse. Entonces se detuvo y dijo:

 

—?Por qué cree que llegó usted aquí semiinconsciente mientras que el se?or Glenn permaneció en coma durante tres días?

 

—No tengo ni idea.

 

Sinceramente, no creía que tuviera nada que ver con las marcas demoníacas. Si así fuera, las banshees no podrían hacerles ningún da?o a las brujas negras y sabía que no era cierto. Tenía que ser porque era… una protodemonio, pero no estaba dispuesta a decírselo.

 

—?Porque sobrevivió al síndrome de Rosewood? —inquirió—. Eso es lo que sostienen mis colegas.

 

Se acercaba mucho a mis sospechas e hice un esfuerzo por mirarla y encogerme de hombros.

 

Ella vaciló un instante y, cuando estuvo segura de que no iba a decirle nada más, se volvió hacia la puerta.

 

—?Oiga! ?Qué hay de la sonda? —le solté deseando volver a ser yo misma, aunque solo fuera un poco.

 

—Ahora mismo le mando a una enfermera —dijo—. Va a quedarse con nosotros varios días más, se?orita Morgan. Espero que pronto se sienta lo bastante cómoda como para hablar conmigo.

 

Me quedé boquiabierta mientras cerraba la puerta con un golpe firme. Así que ese era su juego. No me daría el alta hasta que satisficiera su curiosidad. Pues lo llevaba claro. Yo tenía cosas que hacer.

 

El débil y familiar aleteo de pixie hizo que dirigiera la atención hacia la parte superior del enorme armario.

 

—?Jenks! —exclamé con afecto—. ?Creí que te habías ido!

 

él descendió moviéndose hacia delante y hacia atrás antes de aterrizar en mi rodilla.

 

—Nunca he visto quitar una sonda —sentenció con petulancia.

 

—Ni lo verás. ?Por el amor de Dios! Sal de aquí antes de que llegue la enfermera.

 

No obstante, se limitó a dirigirse hacia las flores y a arrancarles los pétalos mustios.

 

—Te van a tener aquí encerrada hasta que te decidas a hablar, ?verdad? —dijo—. ?Te importa si te tomo prestado el joyero? Matalina y yo necesitamos pasar un poco de tiempo a solas, sin los ni?os.

 

—?Por lo que más quieras, Jenks! —No quería oír lo que tenían pensado hacer—. Voy a salir de aquí en cuanto pueda ponerme de pie —dije mientras intentaba quitarme de la cabeza la imagen de Matalina con los pies entre mis pendientes—. A las seis, como mucho.

 

Entonces, intenté estirar los músculos y sentí una punzada de dolor. De un modo u otro, iba a marcharme. Al me esperaba para nuestras clases, y si no aparecía en la línea luminosa, vendría a buscarme. La aparición de un demonio en el hospital podría hacer maravillas en mi reputación. Aunque, pensándolo bien, era una manera de salir de allí.

 

Jenks se giró con un pétalo de margarita lleno de polen entre sus diestras manos.

 

—?Ah, sí? ?De verdad crees que te van a dejar largarte así como así? La doctora Frankenstein te necesita para su experimento científico.

 

Sonreí, sintiendo que el pulso empezaba a acelerárseme y la emoción hacía que la sangre fluyera con facilidad hasta los dedos de los pies.

 

—Largarme es precisamente lo que pienso hacer. Si de algo me sirvió pasar toda la infancia en el hospital, fue para aprender a escapar sin ser descubierta.

 

Jenks se limitó a sonreír.

 

 

 

 

 

13.