Bruja blanca, magia negra

Descrucé los brazos y volví a cruzarlos al contrario.

 

—?Te refieres al del duende que dejé en libertad para salir de la SI? —Ivy asintió, con la cabeza gacha, y entrecerré los ojos sin entender nada—. ?Le diste tu deseo a una banshee? ?Por qué? ?Podrías haber pedido lo que quisieras!

 

Ivy movió los hombros. Era un tic nervioso que raras veces padecía.

 

—Fue una especie de gesto de agradecimiento. Le debía un gran favor. Conocí a Mia antes que a ti. Mi jefe, Art, me estaba puteando. Las cosas me iban de maravilla, pero no estaba dispuesto a permitir que me ascendieran por encima de él hasta que… —En ese momento se interrumpió y, en su silencio, percibí que había algo que no se atrevía a decir. Su jefe quería probarla antes de que consiguiera un cargo por encima del suyo. En ese momento sentí que me sonrojaba y me alegré de que la habitación estuviera en penumbra.

 

?Intrigas laborales —dijo Ivy curvando los hombros—. Yo no quería entrar en el juego. Me creía demasiado buena para ello y, cuando pillé a Art intentando encubrir un asesinato cometido por una banshee para engordar su cuenta corriente, recurrí a Mia para que averiguara lo que estaba pasando. En aquel momento trabajaba para la SI vigilando a las de su especie. Resumiendo, hice que encarcelaran a Art para no tenerlo como superior. A partir de ese momento, supe que las cosas se pondrían feas para mí en la SI, pero al menos no tenía que tenderle una trampa a mi supervisor para ascender.

 

—Y te degradaron para que me hicieras de canguro —dije, avergonzada.

 

Ivy negó con la cabeza y se inclinó hacia delante colocándose en la franja de luz. No estaba llorando, pero se la veía destrozada.

 

—No. Quiero decir, sí. Pero Rachel, aquella mujer me dijo cosas sobre mí misma que estaba demasiado asustada para admitir. Ya sabes cómo son las banshees. Te dicen verdades como pu?os solo para que te enfades y, así, poder alimentarse de tus emociones. Ella me sacó de quicio diciéndome que me daba miedo ser la persona que quería ser, alguien capaz de amar a otro. Me avergonzó de tal manera que dejó de gustarme la sangre.

 

—?Por el amor de Dios, Ivy! —le dije, sin poder creer todavía que le hubiera dado su deseo nada más y nada menos que a una… banshee—. ?Creíste que renunciar a tu deseo de sangre era una buena cosa? ?Pero si casi te vuelves loca!

 

Sus ojos se volvieron negros en la reducida luz de la medianoche, y reprimí un escalofrío.

 

—No era la falta de sangre lo que me estaba volviendo loca —dijo—. Y sí que fue una buena cosa. La fuerza y la confianza en mí misma que conseguí era todo lo que tenía para enfrentarme a Piscary. Me dio la voluntad que uso día a día. Mia dijo… —De pronto vaciló y, entonces, en un tono de voz más bajo y con una rabia que venía de anta?o, continuó—: Mia me llamó cobarde, diciéndome que ella nunca podría amar a alguien sin acabar con su vida y que yo era una llorica por tener la oportunidad de amar pero carecer del valor para hacerlo. Entonces, cuando te conocí —dijo encogiéndose de hombros—, me di cuenta de que, tal vez, podrías corresponder al amor que yo sentía; que, en cierto modo, podrías hacer que mi vida fuera mejor. —Avergonzada, se frotó las sienes—. Le regalé mi deseo para que también ella tuviera la oportunidad de amar a alguien. Es culpa mía que vaya por ahí matando gente.

 

—Ivy —le dije con voz queda, incapaz de moverme del sitio—, lo siento. Sí que te quiero.

 

—Para. —Alzando una de sus delicadas manos como si quisiera detener mis palabras—. Lo sé. —Entonces se me quedó mirando con la mandíbula apretada y suficiente rabia en sus ojos como para evitar que me moviera—. Piscary tenía razón —a?adió con una amarga carcajada que me dejó helada—. El muy cabrón estuvo en lo cierto desde el primer momento. Pero yo también. Si Mia no hubiera hecho que me sintiera avergonzada, no hubiera reunido el valor suficiente para joder a Art y permitirme a mí misma amarte.

 

—Ivy —?Oh, Dios! Ivy nunca abría su corazón de aquel modo voluntariamente. Había debido de pasar mucho miedo por mí la noche anterior.

 

—Eres como un maestro vampírico, ?sabes? —Ivy se retiró hasta la esquina del sofá y se quedó mirando, con una expresión casi de enfado—. Consigues que sienta pavor, incluso aunque me muera por acurrucarme en tu alma y sentirme segura. Estoy loca al desear algo que me da miedo.

 

—No quiero hacerte da?o —dije, sin saber muy bien adónde nos iba a conducir aquella conversación.