Bruja blanca, magia negra

Jenks soltó una carcajada y me aparté de la pared cuando las puertas se abrieron. Si todo salía como habíamos previsto, Ivy debía de estar allí esperándonos, y no quería que pensara que era una quejica.

 

Efectivamente, la vampiresa se encontraba justo detrás de las puertas y, tras echarme una mirada de arriba abajo, entró a toda velocidad y apretó el botón para cerrar la puerta.

 

—?Todo bien? —preguntó.

 

—De maravilla.

 

Ivy intercambió una mirada con Jenks y presionó el botón del vestíbulo con una serie de golpecitos tan rápidos que casi no se distinguían entre sí. ?Vaya! Estamos un poquito nerviosos, ?no?

 

Esta vez el descenso fue peor, y cerré los ojos y me apoyé en la esquina mientras el ascensor cogía velocidad y recorría prácticamente toda la altura del edificio.

 

—Rachel, ?te encuentras bien? —preguntó Jenks. Hice un peque?o gesto con los dedos por miedo a lo que pudiera suceder si asentía con la cabeza. El estómago me dolía horrores.

 

—Demasiado rápido —exhalé preocupada por el recorrido en coche hasta mi casa. Si nos veíamos obligados a ir a más de treinta kilómetros por hora, iba a echar hasta el hígado.

 

Empecé a temblar y me aferré de nuevo al bolso, sintiendo cada músculo que había contraído cuando el ascensor se detuvo de golpe. A continuación se abrieron las puertas. Aliviada, abrí los ojos y vi a Jenks suspendido delante del sensor para evitar que las puertas se cerraran. Los leves sonidos de un vestíbulo casi vacío penetraron en el cubículo e Ivy me cogió del brazo. Habría protestado de no ser porque realmente lo necesitaba. Juntas empezamos a salir del ascensor. ?Dios! Me sentía como si tuviera ciento sesenta a?os, con el corazón latiéndome a toda velocidad y las rodillas fallándome.

 

No obstante, el lento desplazamiento empezó a sentarme bien y, cuanto más avanzábamos, más convencida estaba de que hacíamos lo correcto. Miré a mi alrededor, disimulando, intentando distinguir lo que no era en absoluto casual, como habría dicho Jenks. Había algunas personas atravesando el vestíbulo, incluso a medianoche, y las luces de la entrada iluminaban la vegetación cubierta de nieve convirtiéndola en una masa informe. Se podía definir casi como bucólico, con las luces de color ámbar de la grúa.

 

?La grúa?

 

—?Eh! ?Ese es mi coche! —exclamé al verlo aparcado junto al bordillo en la zona reservada para la recepción de pacientes. No obstante, según parecía, no iba a seguir allí mucho tiempo.

 

Al oír mi voz, dos personas miraron desde las ventanas de vidrio laminado. Estaban observando cómo el tipo de la grúa disponía lo necesario para llevarse el vehículo, y entrecerré los ojos al descubrir que se trataba de la doctora Mape y del policía de guardia. Un enorme vampiro de la SI. Genial. Jodidamente genial.

 

—Plan B, Ivy —dijo Jenks metiéndose de nuevo en el ascensor.

 

—?Ese es mi coche! —grité de nuevo. Acto seguido, solté un grito ahogado cuando Ivy me obligó a darme la vuelta y me empujó hacia el interior del ascensor. Mi espalda chocó contra el fondo y me llevé la mano al estómago.

 

—?Quién te ha dado permiso… —pregunté jadeante sintiendo un nuevo ataque de vértigo— …para coger mi coche?

 

Las puertas se cerraron truncando las protestas de la doctora. Me agarré con fuerza a la pared cuando el ascensor empezó a elevarse y luego me obligué a soltarme. ?Maldita sea! No puedo vomitar ahora.

 

—?Quién te ha dado permiso para coger mi coche? —pregunté de nuevo, alzando la voz, como si así pudiera contener el mareo.

 

Las alas de Jenks empezaron a zumbar nerviosamente e Ivy se ruborizó.

 

—?Cómo se suponía que debía venir a recogerte? ?En bicicleta? —farfulló—. Lo había aparcado en una zona permitida. Podía dejarlo treinta minutos.

 

—?La grúa se está llevando mi coche! —grité de nuevo, se?alando con el dedo hacia el exterior.

 

Ella se encogió de hombros.

 

—Yo me encargaré de recogerlo y pagar la fianza.

 

—?Y cómo se supone que nos vamos a ir ahora? —le grité. No me gustaba la sensación de indefensión e Ivy sacó el móvil de un delgado bolsillo de su cinturón. ?Dios! Era del tama?o de una tarjeta de crédito.

 

—Llamaré a Kist… —Su voz se truncó y yo me quedé mirando su rostro, repentinamente desencajado—. Quiero decir, Erica —se corrigió quedamente—. Trabaja cerca de aquí.

 

?Que te den! Mareada y con el corazón roto, me apoyé con fuerza en la esquina del ascensor intentando recobrar el equilibrio.

 

Jenks aterrizó en mi hombro.