Bruja blanca, magia negra

—No —dije esforzándome por sonreír para que no le pidiera a Ivy que parara. Podía oír a los ni?os hablando en voz alta, con la intensidad propia de los peque?os cuando saben que les queda poco tiempo para hacerse oír.

 

Estábamos pasando por delante de la sala de juegos, con las cortinas de sus altas ventanas descorridas para que se viera la nieve, y las luces del techo encendidas haciendo que la estancia estuviera tan iluminada como si fuera mediodía. Era poco después de la medianoche, y solo los ni?os inframundandos estarían despiertos, la mayoría de ellos cenando en su habitación con al menos uno de sus padres, si no los dos. Si podían permitírselo, la mayoría de los padres visitaban a sus hijos en las horas de las comidas para comer con ellos y recrear así una parte de la convivencia familiar, y los ni?os, sin excepción, tenían demasiado corazón como para decirles que lo único que conseguían era que su hogar les pareciera aún más lejano.

 

Lentamente, avanzamos por delante de la iluminada habitación con sus ventanas negras por la oscuridad de la noche. No me sorprendió verla prácticamente vacía, salvo por un pu?ado de ni?os cuyos padres estaban demasiado lejos para pasarse a la hora de comer o tenían otras responsabilidades. Estaban solos y no paraban de hablar. Sonreí cuando nos vieron, pero me quedé estupefacta cuando uno de ellos gritó el nombre de mi amiga.

 

De inmediato, la mesa de la esquina del fondo se quedó vacía, y los miré asombrada cuando, antes de que pudiéramos darnos cuenta, nos encontramos rodeadas de ni?os con pijamas de colores vivos. Una de ellos arrastraba entusiasmada el soporte del suero y tres habían perdido el pelo por culpa de la quimioterapia, que seguía siendo legal después de la Revelación, a diferencia de otros biomedicamentos mucho más efectivos. La mayor de los tres, una ni?a delgaducha con la mandíbula apretada, se quedó atrás con una hastiada determinación. Llevaba un pa?uelo rojo atado al cuello a juego con el pijama que le confería el aspecto de una encantadora chica mala.

 

—?Ivy, Ivy, Ivy! —gritó de nuevo un ni?o de mejillas sonrosadas de unos seis a?os, que me pegó un susto de muerte cuando se lanzó a abrazarse a las piernas de Ivy con entusiasmo. Ivy se puso como un tomate y Jenks se echó a reír, despidiendo una lámina de polvo dorado.

 

—?Has venido a comer con nosotros y a lanzarle guisantes al loro? —preguntó la ni?a con el suero, y yo me giré para ver mejor a Ivy.

 

—?Un pixie, un pixie! —exclamó el ni?o aferrado a las piernas de Ivy, y Jenks salió disparado para escapar de su alcance.

 

—Eh…, voy a echar un vistazo a las enfermeras —dijo nerviosamente, elevándose hasta el techo. Entonces se escuchó un coro de quejas e Ivy se desembarazó del ni?o y se arrodilló haciendo que todos estuviéramos al mismo nivel.

 

—No, Daryl —dijo—. Estoy ayudando a mi amiga a salir de aquí para que se tome un helado, así que bajad la voz antes de que nos descubran.

 

De inmediato los gritos se convirtieron en risitas ahogadas. Uno de los ni?os sin pelo, el del pijama con dibujos de cowboys, echó una carrera hasta el final del pasillo y se asomó a la esquina. En ese momento nos hizo un gesto con los pulgares hacia arriba y todos suspiramos. Eran solo cinco, pero parecía que todos conocían a Ivy, y se arremolinaban a nuestro alrededor como lo que eran, ni?os.

 

—Es una bruja —dijo el ni?o de las mejillas sonrosadas, que había vuelto a aferrarse a las piernas de Ivy, alzando el tono de voz de un modo despótico. Tenía una mano en la cadera y estaba claro que se había autoproclamado rey del lugar—. No puede ser tu amiga. Las vampiresas y las brujas no se llevan bien.

 

—Tiene el aura de color negro —a?adió la ni?a con el suero, mientras reculaba. Sus ojos eran saltones, pero, cuando observé su cuerpo, rellenito y saludable, supe que sobreviviría. Era una de esas peque?as que llegaban y, tras pasar allí una temporada, se marchaban para no volver jamás. Debía de ser muy especial para que la hubieran admitido en la pandilla de los que… no iban a disfrutar de un final feliz.

 

—?Eres una bruja negra? —preguntó la ni?a que había mantenido las distancias. Tenía unos enormes ojos marrones que contrastaban con su demacrado rostro, castigado por la medicación. No se apreciaba ni un atisbo de miedo en su mirada, pero no porque desconociera su realidad, sino porque sabía que se estaba muriendo y que yo no sería la causa. Sentí una gran pena por ella. Anticipaba lo que le esperaba, pero todavía no estaba preparada para marcharse. Otra cosa más de la que ocuparme.

 

Al escuchar la pregunta, Ivy se revolvió nerviosa.

 

—Rachel es mi amiga —dijo con sencillez—. ?Crees que yo tendría amistad con una bruja negra?

 

—?Quién sabe! —sentenció Daryl con altivez. En ese momento alguien le dio un pisotón que le hizo soltar un quejido—. ?Pero si su aura es negra! —protestó—. Y tiene una marca demoníaca. ?Lo ves?