Bruja blanca, magia negra

Todos se retiraron asustados excepto la ni?a alta del pijama rojo; ella se limitó a quedarse delante de mí, mirándome la mu?eca y, en lugar de esconderla como solía hacer cuando alguien la se?alaba, giré la mano para que todos pudieran verla.

 

—Me la hice cuando un demonio intentó matarme. —Consciente de que la mayoría de ellos tenía que conseguir la sabiduría de toda una vida en unos pocos a?os y no tenía tiempo para fingir, a pesar de que el fingimiento era lo único que les quedaba—. Tuve que aceptar algo horrible para sobrevivir.

 

Los peque?os asintieron con los ojos muy abiertos, pero el reyezuelo alzó la barbilla y, con los brazos en jarras, me miró con una actitud terriblemente encantadora. Era como una versión regordeta y con mofletes de Jenks.

 

—Eso es malvado —declaró absolutamente convencido de que estaba en posesión de la verdad—. No deberías hacer nunca algo malvado. Si lo haces, te conviertes en una persona maléfica y vas al infierno. Me lo ha dicho mi madre.

 

Me sentí morir cuando la más peque?a, la del suero, se alejó aún más tirando de su amiga para que se apartara con ella.

 

—Lo siento —susurró Ivy poniéndose en pie y agarrando las empu?aduras de la silla de ruedas—. No pensé que fueran a acercársenos. No pueden entenderlo.

 

Pero el caso era que sí lo entendían. En sus ojos se leía la sabiduría del mundo. Lo entendían demasiado bien y, al percibir su miedo, sentí que el corazón se me volvía de color gris.

 

Ivy hizo amago de espantarlos con las manos y los ni?os rompieron el círculo. Todos menos la ni?a flacucha con el pijama rojo. Al ver mi amargura, extendió su minúscula y suave manita y, con el dedo me?ique estirado, me cogió la mu?eca con delicadeza. Acto seguido me la giró y comenzó a pasar el índice por el círculo y la línea.

 

—La amiga de Ivy no es mala por haber hecho algo para sobrevivir que le hace da?o. Tú te tomas un veneno para matar las células malas que hay en ti, Daryl. Igual que yo. Te hace da?o, te cansa y te da ganas de vomitar, pero si no lo hicieras, morirías. La amiga de Ivy aceptó una marca demoníaca para salvar su vida. Es lo mismo.

 

La expresión imperturbable de Daryl flaqueó y comenzó a avanzar hacia mí. No quería parecer cobarde o, peor aún, cruel. Entonces se asomó por encima de la silla de ruedas para verme la cicatriz y alzó la vista. En su peque?o rostro redondeado se dibujó una sonrisa de aceptación. Yo era una de ellos, y lo sabía. Entonces relajé la mandíbula y le devolví la sonrisa.

 

—Lo siento —dijo escalando para sentarse en mi regazo. La respiración se me aceleró por la sorpresa, pero mis manos rodearon su cuerpo con naturalidad para colocarlo de manera que no se cayera. él, por su parte, dio un saltito y se acomodó, colocando su cabecita bajo mi barbilla y dibujando con el dedo las líneas de la cicatriz como si quisiera memorizarlas. Bajo el olor a jabón se percibía un lejano olor a verdes campos. Entonces parpadeé para no derramar las lágrimas que se agolpaban en mis ojos e Ivy me puso una mano en el hombro.

 

La sonrisa de la ni?a del pijama rojo era como la de Ceri, sabia y frágil.

 

—En tu interior no eres mala —dijo dándome golpecitos en la mu?eca—, solo estás herida. Entonces puso una mano sobre el hombro de Daryl y, mirando al vacío, murmuró:— Todo se arreglará. No se debe perder la esperanza, siempre queda una posibilidad.

 

Su comentario se acercaba tanto a cómo me había sentido mientras crecía que me incliné hacia delante y, con Daryl entre medias, le di un abrazo.

 

Daryl se deslizó hacia abajo, contoneándose para zafarse de nosotras, y se hizo a un lado con expresión incómoda, aunque visiblemente complacido por que lo hubiéramos incluido.

 

—Gracias —dije cerrando los ojos mientras la estrechaba entre mis brazos—. Necesitaba que me lo recordaran. Eres muy sabia.

 

—Mi madre dice lo mismo —dijo la ni?a con expresión seria y los ojos muy abiertos—. Me ha contado que los ángeles quieren que vuelva para que les ense?e cosas sobre el amor.

 

En ese momento cerré de nuevo los ojos, pero no sirvió de nada, pues una cálida lágrima empezó a descender por mi mejilla.

 

—Lo siento —me disculpé enjugándomela. Acababa de infringir una de las normas secretas—. Hace mucho que no vengo por aquí.

 

—No pasa nada —dijo ella—. Puedes hacerlo siempre que no haya padres delante.

 

La garganta se me cerró y le agarré la mano. Era lo único que podía hacer. Jenks chasqueó las alas a modo de advertencia y los ni?os suspiraron al unísono y se apartaron cuando aterrizó en mi mano tendida.

 

—Saben dónde estáis —dijo.

 

Ivy, que casi se había olvidado de nuestros perseguidores, dio la vuelta a la silla y, echándola ligeramente hacia atrás, se volvió para mirar a nuestras espaldas.

 

—Tenemos que irnos —comunicó a los ni?os.

 

En lugar de las quejas que cabía esperar, se retiraron respetuosamente, volviéndose en dirección al distante taconeo. El rey se irguió y sugirió:

 

—?Queréis que los entretengamos?