Bruja blanca, magia negra

—Nos vemos en el ascensor, Rachel —exclamó Jenks, saliendo disparado de la habitación justo antes de que la puerta se cerrara de golpe tras Ivy.

 

Una vez sola, me apoyé en la pared, exhausta. Respiraba con dificultad y avanzaba muy lentamente. Pero no pasaba nada. En realidad, había hecho aquello un montón de veces con mi madre, cuando quería irme a casa y todavía no habían tramitado el alta voluntaria.

 

Escaparse del hospital es como montar en bicicleta, pensé mientras escuchaba a Ivy hablar con la enfermera del mostrador. Entonces recordé que, en realidad, no sabía montar en bicicleta.

 

—Al ascensor —susurré fijándomelo como objetivo. Una vez allí, podría descansar. Subir y bajar hasta que me sintiera con fuerzas para salir caminando. Esperé junto a la puerta casi cerrada, escuchando furtivamente. Era casi medianoche y, teniendo en cuenta que me encontraba en la sección humana, no se oía nada. Perfecto.

 

—?Llamen a una enfermera! —gritó alguien e, inmediatamente después, se oyó un ruido metálico, como si algo hubiera chocado contra la pared. Jenks empezó a gritar y me acerqué algo más a la puerta para asomarme por el resquicio. Entonces se oyó el gemido de una voz masculina, y un pesado celador pasó por delante a toda prisa agitando sus rastas.

 

Abrí la puerta con el peso de mi cuerpo estremeciéndome cuando sentí cómo la madera pintada me arrebataba el calor a través del abrigo.

 

Entonces miré hacia la derecha, siguiendo el sonido del revuelo, sonriendo a Glenn, que estaba tirado en el suelo al final del pasillo. Ivy se encontraba con él, acompa?ada de Jenks, dos celadores y una enfermera. El chico que repartía la comida también estaba con ellos.

 

Mientras observaba, Glenn volvió a gemir convincentemente. Lo saludé con dos dedos, haciéndole el gesto de las orejas de conejo, y él me correspondió sacándome el dedo mientras su sonrisa se transformaba en un quejido de dolor. Jenks tenía razón, le debía un gran favor.

 

Con el pulso acelerado, caminé renqueante hacia el ascensor que se encontraba a la vuelta de la esquina. Ni siquiera tenía que pasar por delante del mostrador de las enfermeras. Poco a poco conseguí acelerar un poco el ritmo y erguir la espalda mientras combatía la fatiga y la leve sensación de ir caminando a través de una gruesa capa de nieve, intentando parecer sosegada en vez de sedada.

 

Cuando doblé la esquina, el ruido que había a mis espaldas se debilitó. El pasillo estaba vacío, pero no me atrevía a utilizar la barandilla que estaba a la altura de mi cintura. Además, tenía el ascensor justo delante. Entonces pulsé el botón una y otra vez hasta que se encendió la luz.

 

Las puertas se abrieron casi de inmediato y el corazón me dio un vuelco cuando vi que se bajaba una pareja. Tras mirarme de soslayo, alzaron la vista al oír los gemidos de Glenn. La curiosidad les pudo cuando me acerqué tambaleante a la parte trasera del ascensor y me apoyé en la esquina apretando el bolso contra mi pecho. Cuanto más deprisa me movía, más me dolía, lo que resultaba muy frustrante, teniendo en cuenta que me desplazaba a paso de tortuga.

 

Inspirando de forma superficial, me quedé mirando las espaldas de la pareja mientras las puertas se cerraban. Jenks, ?dónde estás? Habías dicho que nos veríamos aquí.

 

El pixie entró como una flecha en el último momento y estuvo a punto de estrellarse contra el fondo del ascensor.

 

—?Rachel! —exclamó entusiasmado, y el vértigo se apoderó de mí cuando me llevé las manos a los oídos.

 

—?No grites! —dije.

 

él bajó para quedarse suspendido a la altura de mis ojos.

 

—Lo siento —se disculpó, aunque su expresión decía lo contrario. Siguió mi mirada recelosa hacia el panel oscuro, y luego voló hasta él y apretó el botón del piso inferior con los pies. Escuché el ga?ido de la maquinaria poniéndose en marcha y empezamos a descender.

 

?Glenn es muy bueno —dijo mientras se giraba para posarse en mi hombro—. No creo que se den cuenta de que te has ido hasta que consigan a alguien que lo lleve a su habitación.

 

—Genial.

 

En ese momento cerré los ojos para combatir el vértigo. Tenía miedo de que el ascensor se moviera demasiado rápido como para que mi estómago lo soportara, pero no podría bajar por las escaleras ni aunque consiguiera arrastrar el aura conmigo a medida que descendíamos.

 

—?Qué tal vas? —preguntó en un tono seriamente preocupado.

 

—Bien —respondí sin moverme del rincón—. Es solo fatiga —a?adí entrecerrando los ojos para conseguir enfocarlo bien. Entonces sentí como si todo a mi alrededor se recompusiera de golpe cuando el ascensor se detuvo con un ruido metálico y el aura se me recolocó. Inspiré profundamente y expulsé el aire despacio—. Tengo un montón de cosas que hacer. No puedo pasarme el día vagueando en una cama que se mueve arriba y abajo.