Bruja blanca, magia negra

—Pero lo has hecho —repuso con los brazos rodeando sus piernas encogidas y la barbilla alta—. Y lo volverás a hacer. Y lo peor de todo es que no me importa. Por eso digo que estoy enferma. Esa es la razón por la que ya no te toco. Me he vuelto adicta a tus peque?as mentiras piadosas. Quiero amor, pero no podré seguir viviendo conmigo misma si te permito que vuelvas a hacerme da?o. No quiero acabar identificando el dolor con el amor. Se supone que no debe ser así.

 

En ese momento me vino a la mente el momento en que Farcus había jugueteado con mi cicatriz. Demasiado cerca. Se había acercado demasiado. Me había utilizado como una cerilla para encender su propia libido. El dolor se había transformado en placer. ?Era realmente pervertido si resultaba tan placentero?

 

—Lo siento, Ivy. No puedo darte más —susurré.

 

Ivy se giró hacia la ventana y descorrió levemente la cortina para mirar hacia el exterior.

 

—No te estoy pidiendo que lo hagas, miedica —dijo suavemente mientras volvía a cerrar sus emociones—. No te preocupes. Me gusta cómo están las cosas. No te lo he contado para que te culpes, sino porque pensé que debías conocer el motivo por el que el marido de Mia es inmune a los ataques de las banshee. Le regalé el deseo porque se lo debía. Me dio el valor para luchar por lo que quería. Que lo consiguiera o no es lo de menos. La única forma que tenía de agradecérselo era dándole la posibilidad de amar. Y creo que de verdad lo quiere. Al menos, dentro de lo que una banshee es capaz de amar.

 

En ese momento liberé los brazos; los estaba cruzando con tal fuerza que casi me cortaba la circulación.

 

—Está enamorada de un jodido asesino en serie —dije, alegrándome de que la conversación cambiara de rumbo.

 

Ivy esbozó una sonrisa lánguida bajo la luz de las farolas. Su mano soltó la cortina y la sombra volvió a ocultar su rostro.

 

—Eso no lo hace menos verdadero. Holly no es especial. Remus, sí. Lo siento. No debí regalárselo. No tenía ni idea de que lo utilizaría para matar gente. A pesar de su fuerza, es un monstruo. Le debo un favor, pero estoy decidida a apresarla.

 

Poniéndome en pie, estiré el brazo para ayudarla a levantarse. Estaba deseando darle un abrazo para que se liberara de aquella horrible rigidez.

 

—No te preocupes. No sabías que lo utilizaría para hacer el mal.

 

—Sigue siendo culpa mía.

 

Mi mano tocó su hombro, pero la retiré cuando Jenks entró de nuevo por debajo de la puerta dejando tras de sí una estela de polvo dorado y se alzó para ponerse a nuestra altura.

 

—Glenn está en el pasillo —dijo con un inusual brillo en los ojos que se percibió en la habitación en penumbra.

 

—Bien —dije débilmente, mientras alcanzaba el bolso. Tenía la cara ardiendo y me llevé la mano a la mejilla.

 

—?Oh! —exclamó el pixie, revoloteando inseguro en la oscuridad—. ?Me he perdido algo?

 

Ivy me cogió la bolsa, tras tirar con fuerza para que la soltara.

 

—No —dijo girándose hacia mí—. Espera a que te traiga una silla de ruedas.

 

—Ni hablar. —Me había confundido, y en ese momento no sabía cómo evitar que me llevara por ahí como una inválida—. La silla no entraba en los planes.

 

—No consigues estar en pie sin tambalearte —dijo Ivy.

 

Negué con la cabeza. Había tomado una decisión y no pensaba ceder.

 

—No puedo escaparme en una silla de ruedas —dije con los ojos puestos en el suelo hasta que estuve segura de que no iba a perder el equilibrio—. Tengo que caminar. Aunque sea muy, muy despacio.

 

Jenks se situó delante de nosotras. Parecía Lawrence de Arabia con alas.

 

—De ninguna manera, Rachel —me espetó con los ojos gui?ados por la preocupación—. Tienes menos fuerza que la erección de un hado.

 

—Puedo hacerlo —exhalé. Entonces vacilé unos instantes y sacudí la cabeza. Esa ha sido buena, Jenks. Cuando eché a andar hacia la puerta, llevaba la cabeza gacha mientras repasaba mentalmente mi lista de tareas: convencer a Al para que me diera un día de permiso; rehacer el hechizo para resucitar temporalmente a Pierce; recordarle a Marshal que no íbamos a ir más allá en nuestra relación solo porque, uno, había estado a punto de morir, dos, le había dado una buena tunda a Tom, y tres, habíamos disfrutado de una agradable cena con mi familia. También tenía que intentar de nuevo el hechizo localizador, por no hablar de que debía buscar pistas sobre el asesino de Kisten, examinando cuidadosamente los archivos para averiguar los nombres de todo aquel con quien Piscary había compartido sangre o cama durante el periodo que pasó en prisión. Podía hacerlo. Podía hacerlo todo. ?Oh, Dios! ?Cómo voy a hacer todo eso?

 

Jenks volaba de espaldas delante de mí mientras me desplazaba desde el sofá hasta la cama, pasando por el armario, sin duda calibrando mi aura.

 

—?Has avisado a Glenn de que nos vamos? —pregunté dándole un manotazo a Ivy cuando amenazó con ayudarme a avanzar a peque?os pasos.

 

—Sí —respondió Jenks posándose jadeante en mi hombro por culpa del peso constante de su ropa—. Le debes un gran favor, Rachel. Le iban a dar el alta ma?ana.

 

Me aferré al bolso y miré a Ivy, aplastando mis sentimientos de culpa.

 

—Entonces, vámonos.

 

Ivy hizo un gesto de asentimiento y, tras tocarme levemente el hombro, se encaminó hacia el exterior.