Bruja blanca, magia negra

—Relájate, Rachel —dijo Jenks mirando de reojo a Ivy, que estaba encorvada por el dolor, escribiendo un mensaje de texto a la misma velocidad que si se hubiera tratado de un teclado convencional—. No es culpa de Ivy. Esa doctora es una arpía. Sabían que intentarías escapar.

 

Con las manos extendidas, me apoyé en las dos paredes que me rodeaban. Me sentía como si estuviéramos atravesando miles de alfileres de hielo mientras el mundo me golpeaba con crudeza al carecer de la protección de un aura completa. No me encontraba en condiciones de hacer nada, y la doctora Mape habría resultado ser una estúpida si no se hubiera esperado algo así. En mi expediente constaban numerosas fugas. Mi madre me sacaba a escondidas de los hospitales continuamente.

 

—?Adónde vamos? —acerté a decir obligándome a mantener los ojos abiertos a pesar de que se movían por cuenta propia, como si hubiera pasado demasiado tiempo en un tiovivo.

 

—A la terraza.

 

Miré a Ivy de arriba abajo y me incliné para pulsar el botón del tercer piso.

 

—En la tercera planta hay una pasarela que conduce al ala infantil. Saldremos por allí —farfullé justo antes de cerrar los ojos. Solo por un momento. El silencio de Ivy y Jenks me obligó a abrirlos de nuevo.

 

—?Qué pasa? —pregunté—. ?Qué sentido tiene que nos tiremos por el conducto de la ropa sucia hasta el sótano si puedo pasear tranquilamente en una silla de ruedas?

 

Ivy se revolvió inquieta.

 

—?Te sentarás? —preguntó.

 

Mientras no me caiga, ni lo sue?es.

 

—Sí —respondí aceptando el brazo de Ivy cuando el ascensor se detuvo y el mundo volvió a la normalidad como por arte de magia.

 

—Allí hay una silla —dijo.

 

Las puertas se abrieron con una campanada y Jenks salió disparado regresando de improviso antes de que hubiéramos avanzado tres pasos.

 

Me apoyé en la pared junto a una planta de plástico mientras Ivy me sujetaba con una mano para que no me cayera y con la otra tiraba de la silla con tal fuerza que casi la vuelca. Los resortes se colocaron en su sitio por la repentina sacudida al haberla detenido de golpe.

 

—Siéntate —me ordenó, y yo obedecí agradecida. Tenía que irme a casa. Todo iría mucho mejor si conseguía llegar a casa.

 

Ivy se puso en marcha aprovechando que el vestíbulo estaba vacío; y avanzamos a toda velocidad por el pasillo. El mareo me golpeó por todos los flancos, surgiendo de las esquinas en las que las paredes se juntaban con el suelo, persiguiéndome mientras Ivy avanzaba a toda prisa.

 

—Más despacio —susurré. Pero no se detuvo hasta que se dio cuenta de que yo había dejado la cabeza colgando. O eso o los gritos de Jenks:

 

—?Qué demonios estás haciendo?

 

Apreté los dientes esforzándome por no vomitar.

 

—Sacarla de aquí —le espetó ella desde algún lugar lejano.

 

—?No puedes moverla tan deprisa! —vociferó cubriéndome de polvo, como si pudiera proporcionarme un aura falsa—. No va tan despacio porque sienta dolor, sino para no perder el aura. ?Acabas de dejársela en el ascensor!

 

—?Oh, Dios mío! —exclamó Ivy con un hilillo de voz. Entonces sentí el calor de una mano sobre mi hombro—. ?Lo siento, Rachel! ?Estás bien?

 

Me estaba recuperando a una velocidad asombrosa, y el mundo dejó de dar vueltas. Levantando la vista, gui?é los ojos hasta que conseguí enfocarla.

 

—Sí —respondí inspirando con cuidado—. Pero no corras tanto.

 

Mierda. ?Cómo iba a resistir el viaje en coche?

 

Ivy tenía una expresión asustada y alargué el brazo para tocarle la mano, que seguía sobre mi hombro.

 

—Estoy bien —insistí arriesgándome una vez más a inspirar profundamente—. ?Dónde estamos?

 

Ivy se puso en marcha de nuevo, pero esta vez a paso de tortuga. Jenks, que volaba junto a nosotras, asintió con la cabeza.

 

—En el ala infantil —susurró ella.

 

 

 

 

 

14.

 

 

Impaciente, apreté con fuerza las rodillas mientras Ivy me empujaba por el pasillo. Habíamos dejado atrás el largo corredor que pasaba por encima de la entrada de ambulancias y, como bien había dicho Jenks, nos encontrábamos en el ala infantil. Una horrible sensación de temor y de familiaridad se apoderó de mí, haciendo que se me formara un nudo en la garganta.

 

El olor era diferente al del resto del hospital, pues se mezclaba con el aroma a polvo de talco y a ceras de colores. Las paredes estaban pintadas de un tono amarillo mucho más cálido, y las barandillas… en ese momento me quedé mirándolas mientras pasábamos junto a ellas. Además de la habitual, había otra algo más abajo, y su presencia me partió el corazón. La parte inferior estaba decorada con dibujos de cachorritos de perro y gatitos. Y también un arcoíris. Los ni?os no deberían enfermar. Pero lo hacían. De hecho, muchos morían allí, y no era justo.

 

Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas y Jenks se posó en mi hombro.

 

—?Te encuentras bien?

 

?No es justo! ?Maldita sea!