Alcé la vista para mirar a Ivy, cuya sonrisa había transformado por completo su rostro.
—Si conseguimos escapar, la próxima vez os contaré dos cuentos —les prometió haciendo que se iluminaran sus infantiles rostros.
—Marchaos —dijo la ni?a del pijama rojo, apartando al rey para que nos dejara pasar con las amables manos de la madre que nunca llegaría a ser.
—?Salvemos a la princesa bruja! —gritó el ni?o echando a correr por el pasillo. Los demás se dispersaron como mejor pudieron, algunos desplazándose a toda velocidad y otros despacio, con los vivos colores de la infancia degradados por las cabezas sin pelo y los andares demasiado lentos en comparación con su entusiasmo.
—Se me saltan las lágrimas —dijo Jenks sorbiéndose la nariz mientras volaba hasta Ivy—. ?Joder! ?Voy a llorar!
Mientras los observaba, el rostro de Ivy mostraba una profunda emoción que no había visto jamás, pero se deshizo de ella, apretó los labios y se puso en marcha. Miré hacia donde nos dirigíamos y sus rápidos pasos parecían cargar con la desesperación de no poder hacer nada por salvar a los ni?os.
Jenks se nos adelantó, llamó al ascensor y se situó delante del sensor para retenerlo mientras Ivy me introducía en él y me daba media vuelta. Las puertas se cerraron dejando atrás la trágica sabiduría del ala infantil. Inspiré profundamente y sentí una opresión en la garganta.
—No pensé que fueras a entenderlos —dijo quedamente—. Les has caído muy bien.
—?Entenderlos? —dije con el corazón hecho trizas y sin que se hubiera deshecho todavía el nudo de mi garganta—. Soy una de ellos. —Y, tras un instante de vacilación, le pregunté—: ?Vienes mucho por aquí?
El ascensor se abrió mostrando un vestíbulo más peque?o y acogedor, con un árbol de Navidad y objetos decorativos del solsticio; y más allá, junto a la acera nevada, un enorme Hummer negro con el motor encendido.
—Más o menos, una vez a la semana —dijo empujándome hacia la puerta.
Jenks canturreaba feliz algo sobre un caballo sin nombre mientras la mujer del mostrador estaba al teléfono, sin quitarnos ojo de encima. No obstante, mis miedos se disiparon por completo cuando la vi agitar una mano para indicarle a quienquiera que hablara con ella que no había nadie en el pasillo. Tan solo Dan.
Dan era un chico joven vestido con el uniforme de celador que nos franqueó la puerta con una amplia sonrisa.
—?Deprisa! —nos exhortó mientras Jenks se zambullía en el interior de mi chaqueta y yo me subía la cremallera—. Os están pisando los talones.
Ivy sonrió.
—Gracias, Dan. Te traeré un poco de helado.
—Más te vale —respondió sonriendo de oreja a oreja—. Voy a contarles que me has golpeado.
Ella soltó una carcajada y, con ese agradable sonido en mis oídos, salimos del hospital.
Hacía un frío infernal, pero las puertas del Hummer se abrieron de golpe y dos vampiros vivos saltaron de él.
—?Oye, Ivy! Esa no es Erica —dije cuando vi que se dirigían derechitos hacia nosotros. Iban vestidos con vaqueros negros y camisetas a juego que resultaban intimidantes, y me puse tensa.
—Ha traído ayuda —dijo Ivy mientras Erica salía del asiento trasero. La hermana de Ivy parecía una versión más joven de ella sin su bagaje emocional: vivaracha, jovial y dinámica. Piscary nunca se había fijado en ella porque Ivy se había preocupado de distraer su atención. A diferencia de Ivy, que era cínica y reservada, la joven y dicharachera vampiresa viva era la personificación de la inocencia, y mi amiga habría hecho cualquier cosa por que siguiera siendo así, incluso inmolarse si era necesario.
—?Oh, Dios mío! —chilló la joven—. ?De veras te estás fugando del hospital? Me ha llamado Ivy y le he dicho: ??Oh, Dios mío! Pues claro que iré a recogeros?. Entonces Rynn se ha ofrecido a traerme con su coche y me ha parecido una idea genial. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que vayan a recogerlo en la furgoneta de su madre.
—?Rynn Cormel está aquí? —murmuré, poniéndome nerviosa de repente. Entonces di un respingo cuando los dos fornidos vampiros vivos vestidos con vaqueros negros y camisetas a juego entrelazaron los brazos a mi alrededor y me cogieron en volandas. El frío no parecía afectarles, lo que me pareció muy injusto. Unas cicatrices antiguas convertían el cuello de uno de ellos en una masa informe, pero el otro tenía solo una, y era relativamente vieja.
??Qué le ha pasado al coche de tu madre? —pregunté a Ivy, y Erica se puso a juguetear con el cuello de su abrigo mientras sus botas de punta fina hacían un peque?o agujero en la nieve.
—Se estampó contra un árbol —explicó—. Siniestro total. Pero no fue culpa mía. Fue una ardilla kármica.
?Ardilla kármica?