Bruja blanca, magia negra

—Luego te lo explico —dijo Ivy inclinándose hacia mí. La embriagadora mezcla de incienso vampírico y calor masculino me rodeó y casi me llevé una decepción cuando los dos hombres me dejaron en el asiento trasero y se largaron. No los había visto en mi vida; no pertenecían a la antigua camarilla de Piscary.

 

—?Estás bien? —pregunté a Erica mientras se acercaba a mí deslizándose por el asiento.

 

—?Oh, sí! Pero mi madre casi se muere por segunda vez.

 

Ivy se había subido al asiento delantero y, con una expresión excepcionalmente relajada, se asomó a la parte posterior.

 

—La única persona que estuvo a punto de morir dos veces fuiste tú —le dijo a su hermana, que se puso a jugar con las delgadas tiras de cuero negro que le colgaban de las orejas. Seguía vistiéndose al estilo gótico, con el cuello cubierto con un atrevido encaje, y un collar con unos tomatitos intercalados con la calavera y los huesos cruzados. Me pregunté qué estaba haciendo con Rynn Cormel, demasiado sofisticado para ella, pero Ivy no parecía preocupada y a Erica se la veía más feliz que nunca.

 

Sobre el asiento había un periódico doblado; mi suspiro al ver la fotografía del centro comercial se tornó en un gesto de desagrado cuando leí: ?Bruja huye del Circle, ?causa de la trifulca??. ?Qué guay!

 

—?Estamos todos? —preguntó una voz con un herrumbroso acento neoyorquino desde mi izquierda, y yo di un respingo. No me había dado cuenta de que Rynn Cormel estaba en la esquina. ?Joder! El atractivo y madurito político retirado estaba justo a mi lado y, ?Dios!, olía de maravilla. Su corbata de vivos colores estaba aflojada e iba algo despeinado, como si Erica hubiera estado toqueteándole el pelo. Con su sonrisa universalmente conocida, capaz de cambiar el mundo, y que mostraba tan solo un ligero asomo de sus colmillos, dobló el periódico y lo escondió. Dirigió la vista hacia el espejo retrovisor e hizo un gesto a la conductora para que nos fuéramos de allí.

 

La puerta de la derecha se cerró con un portazo obligándome a acercarme aún más al vampiro muerto y provocando que se me acelerara el pulso. Ivy se desplazó hasta el centro del asiento delantero y el otro vampiro se acomodó a su lado. Con el ruido de la puerta al cerrarse, la inquietud se apoderó de mí. Estaba en un coche con un vampiro muerto y cinco vivos. Empezaba a oler increíblemente bien allí dentro y, si a mí me gustaba cómo olían, a ellos también les gustaría el olor que percibían; es decir, el mío.

 

—Oh, oh —mascullé en el mismo momento en que empezábamos a movernos y Rynn se echó a reír con la diplomacia de un veterano en la materia.

 

—No debe tenerme ningún miedo, se?orita Morgan —dijo con los ojos de un tranquilizador marrón bajo la luz de las farolas—. Tengo otros planes para usted.

 

Sus palabras podrían haberse interpretado como una amenaza, pero sabía de sobra cuáles eran sus planes, y no incluían que sus dientes se clavaran en mi cuello. Más bien lo contrario.

 

—Lo sé, pero… —protesté cuando Erica me empujó aún más hacia él y, a juzgar por las risitas y los botes que daba, se lo estaba pasando en grande. Llevaba mallas negras y minifalda y no parecía tener ni pizca de frío.

 

—Reduce un poco —pidió Ivy—. Si vas demasiado rápido, se marea.

 

En aquel momento me quedé con la mirada perdida y, de pronto, me di cuenta de que apenas me quedaba un remoto vestigio de vértigo, a pesar de que nos movíamos a mucha más velocidad que en el ascensor.

 

—Estoy bien —dije quedamente.

 

Ivy se volvió para mirarme con cara de sorpresa justo en el momento en que pasábamos lentamente bajo una farola. Asentí con la cabeza y se volvió de nuevo.

 

—Gracias, Ivy. Y gracias también a ti, Jenks —dije en el momento en que la conductora aminoraba la marcha para entrar en la carretera.

 

—Para eso estamos, ?no? —respondió la voz amortiguada del pixie—. Y ahora, ?qué te parece si me dejas respirar un poco?

 

Me bajé la cremallera del abrigo hasta que me gritó que ya era suficiente. Entonces recordé a los ni?os y me incliné para echar un vistazo al enorme edificio que se erguía a nuestras espaldas, sabiendo exactamente hacia dónde mirar. Api?ados junto al enorme ventanal de cristal blindado, había cinco rostros pegados al vidrio. Los saludé con la mano y uno de ellos me devolvió el saludo. Satisfecha, me acomodé en el asiento del coche de Rynn Cormel prometiéndome a mí misma que volvería y les traería mi antiguo juego de café. O quizás los mu?ecos de peluche. Y helado.

 

—Gracias por venir a recogernos, se?or Cormel —dije.

 

El vampiro inspiró profundamente y el sonido, casi inaudible, pareció penetrar hasta lo más profundo de mi ser y arrancar un largo y silencioso acorde. Un calor me invadió y me descubrí mirando al vacío, relajada del todo, deleitándome en el atisbo de promesa que despedía. No se parecía en nada al patético sondeo del joven vampiro no muerto del centro comercial y el cuello de Ivy se puso rígido.

 

Rynn Cormel se inclinó hacia delante para tocarle el hombro.