—?Excelente! —dijo Cormel dedicándonos una sincera sonrisa con los labios cerrados—. Jeff, ?te importaría llamar para asegurarte de que nos dejan algo de cenar? Y cerciórate de que preparen dos sitios más en la mesa y de que guarden algo para Jenks.
El vampiro vivo sentado junto a Ivy sacó su móvil y apretó un único número. Jeff era el que solo mostraba una cicatriz, pero habría apostado cualquier cosa a que tenía otras bajo la camiseta. Su agradable voz grave apenas se oía por el ruido de la calefacción, que había subido para Jenks o, posiblemente, para mí. Cormel e Ivy hablaban de cosas superficiales mientras las tripas se me cerraron aún más hasta que Cormel abrió una rendija de la ventana para librarse de la tensión que yo despedía. Creía que mi entusiasmo se debía a que iba a enterarme de lo que había averiguado Cormel sobre la muerte de Kisten, pero apenas divisamos el puerto, me di cuenta de dónde provenía realmente la adrenalina.
Apenas las ruedas entraron en la calle menos transitada, un antiguo miedo empezó a abrirse paso a través de mí, prendiendo un recuerdo. Nos dirigíamos al Piscary’s.
Al bajar la vista, descubrí que tenía las manos agarradas con fuerza y me obligué a separarlas cuando redujimos la marcha. El lugar tenía más o menos el mismo aspecto, una apacible taberna de dos pisos rodeada por quince centímetros de nieve intacta. Las luces del piso superior estaban encendidas y alguien corría las cortinas en ese momento. Habían eliminado parte del aparcamiento y unos árboles jóvenes se erguían donde antiguamente se veían oxidados coches de dos puertas. Un peque?o muro en construcción debía de servir de valla a un jardín que todavía no existía, a la espera de la primavera y sus temperaturas más cálidas. No había ninguna embarcación atracada.
—?Te encuentras bien, Rachel? —preguntó Jenks.
Exhalé al mismo tiempo que me esforzaba por separar de nuevo las manos.
—Sí —respondí quedamente—. Es que no había estado aquí desde la muerte de Kisten.
—Yo tampoco —dijo él, aunque en realidad no había estado allí en su pu?etera vida. Excepto cuando yo estaba aquí metiéndome en líos.
Lancé una mirada a Ivy mientras nos desplazábamos lentamente hacia la entrada lateral donde anta?o los camiones descargaban productos provenientes del mundo entero. Tenía buen aspecto, pero había estado allí con la suficiente frecuencia como para que el dolor se hubiera disipado. Todo el mundo estaba en silencio cuando nos detuvimos delante de la puerta cerrada que conducía a la zona de carga. Un vampiro se bajó para abrirla, y las alas de Jenks me hicieron cosquillas en el cuello cuando se acurrucó para protegerse del frío.
—Rachel, ?preferirías que fuéramos a un restaurante? —preguntó Cormel solícito mientras se elevaba la puerta automática—. No se me había ocurrido que mi casa podía traerte malos recuerdos. He hecho algunos cambios —a?adió, intentando engatusarme—. No es la misma.
Ivy me observaba como si pensara que era una miedica y yo lo miré fijamente a los ojos, casi negros en la tenue luz.
—Son solo recuerdos —dije.
—Espero que además de los malos, haya alguno bueno —dijo mientras el coche entraba en la fría, seca y oscura zona de carga. Sentí un leve hormigueo en mi cicatriz cuando la oscuridad nos rodeó. Ofendida, me quedé mirándolo hasta que el hormigueo desapareció. ?Acaso estaba intentando conquistarme? Si me ataba a él, haría todo lo que él quisiera, convencida de que había sido idea mía. Y cuando el vampiro cerró de nuevo la puerta automática sumiéndonos en la más absoluta oscuridad excepto por los faros, me di cuenta de lo vulnerable que era. Mierda.
—Entremos. Así podrás ver los cambios que he hecho —dijo Cormel afablemente y, mientras el pulso se me aceleraba, las puertas del Hummer empezaron a abrirse.
Me deslicé por el largo asiento en dirección a la puerta con el bolso en la mano y, cuando todos empezaron a moverse de un lado a otro para acercarse lentamente a los escalones de cemento que conducían a la puerta trasera, fingí que me arreglaba el abrigo antes de bajar. Aquella podía ser la última ocasión que tenía de hablar a solas con Jenks hasta que llegáramos a casa.
—?Cómo está mi aura? —le pregunté.
él respondió con un suspiro del tama?o de un pixie.
—Delgada, pero sin agujeros. Creo que los sentimientos que los ni?os han despertado en ti han contribuido a reforzarla.
—?Así que se debe a los sentimientos? —murmuré, decidiendo en el último momento dejar el bolso en el Hummer mientras cogía la mano del vampiro que me sujetaba la puerta y me deslizaba cuidadosamente hasta el suelo de cemento.