Bruja blanca, magia negra

Cormel había elegido una silla e Ivy se había acomodado en el sofá que estaba delante del fuego. Pensando que iban a juzgar el lugar en el que me sentaba, lo hice cuidadosamente junto a Ivy, no demasiado cerca de ella, pero sin que tampoco pareciera que me apretujaba en la esquina.

 

El vampiro no muerto esbozó una sonrisa ladeada e, inclinándose hacia delante, se frotó las manos y alzó las palmas delante del fuego como si tuviera frío. ?Maldición! Era muy bueno.

 

Me sentía fuera de lugar con el abrigo puesto, así que me lo quité y descubrí que la temperatura era muy agradable. Rynn había hecho un gesto a uno de sus empleados para que se acercara e Ivy le estaba dando todos mis datos personales para que solicitara la baja voluntaria. Estaba empezando a notar el calor suficiente para prestar atención cuando Jenks bajó volando por las escaleras despidiendo una estela de polvo dorado que revelaba que se sentía satisfecho.

 

—No tendrás que preocuparte por la policía durante un tiempo —dijo mientras se desenrollaba la ropa invernal y dejaba al descubierto el ajustado traje negro que llevaba debajo—. Tiene a cinco vampiros encargados de la seguridad: los tres que vinieron con nosotros más los dos que estaban aquí. Incluso, por la forma en que lanza los cuchillos, no me extra?aría que la mujer de la cocina también fuera miembro del equipo de seguridad.

 

—Gracias, Jenks —dije, consciente de que no me lo decía solo porque estuviera preocupado por la AFI o por la SI, sino para dar a entender a nuestro anfitrión que no éramos estúpidos y que controlábamos la situación.

 

—Cormel tiene un equipo de seguridad excelente —aseguró, a?adiendo más tela azul con su traje de invierno, Jenks se unió al brazo del sofá—. Profesional. El equipamiento es nuevo y no confundas las sonrisas que ves con compasión en una situación de estrés.

 

—Ya lo he pillado —dije, y luego alcé la vista cuando el asistente de Cormel asintió con la cabeza y se marchó.

 

—Adoro la cinta roja —intervino Cormel reclinándose sobre el respaldo con expresión complacida— atada con un nudo gordiano. —Me quedé mirándolo fijamente y a?adió—: Cualquier nudo puede cortarse con una espada lo bastante grande. Tendrás lo que necesitas en diez minutos.

 

Jenks se alzó unos tres centímetros y descendió de golpe cuando el tipo con el cuello destrozado que nos había traído hasta allí entró con una botella de vino blanco abierta. Tomé mi copa, prometiéndome que no bebería, pero cuando Cormel se puso en pie, supe que iba a hacer un brindis.

 

—?Por la inmortalidad! —exclamó en un tono que casi sonaba desesperado—. Para algunos, una carga; para otros, una alegría. ?Brindo por las largas vidas y los largos amores!

 

Todos nos llevamos las copas a los labios y Jenks murmuró:

 

—Y porque los mujeriegos la tengan aún más larga.

 

Me atraganté, y Jenks se elevó sobre una brillante columna de risas.

 

Ivy lo había oído, y se inclinó hacia atrás con una mirada severa en su rostro, pero Cormel seguía en pie y di un respingo cuando una de sus manos se posó sobre mi hombro y la otra me quitó la copa mientras tosía como una condenada.

 

—?Quieres un vino más suave? —preguntó solícito dejándola sobre la mesa—. Perdóname. Todavía estás convaleciente. Jeff, trae un vino más dulce —dijo, y yo agité la mano a modo de protesta.

 

—No hace falta —acerté a decir—. Se me ha ido por el conducto equivocado. Eso es todo.

 

Ivy descruzó las piernas y bebió otro trago.

 

—?Necesitas esperar en el coche, Jenks?

 

A través de las lágrimas que se acumulaban en mis ojos, vi que el pixie esbozaba una sonrisa burlona. Debía de estar más roja que el almohadón con el que me hubiera gustado pegarle. Siguiendo sus movimientos hasta la cálida repisa y lejos de mi alcance, tomé otro trago para aclararme la garganta. El vino era magnífico, y mi promesa de evitarlo se vio mitigada por la convicción de que probablemente jamás podría permitirme una botella como aquella. Además, una sola copa bebida a peque?os sorbos no me haría da?o…

 

Ivy dejó su copa y se acercó al fuego para arreglarlo, lo que dejó un amplio espacio entre Rynn Cormel y yo.

 

—?Estás segura de que no quieres quedarte a pasar la ma?ana? —preguntó a través del sofá vacío—. Me sobra de todo menos compa?ía.

 

—Solo cenar, Rynn —dijo Ivy. Su silueta contrastaba enormemente con la luz del fuego y, cuando bajó la mano pasando muy cerca de Jenks, este alzó el vuelo mascullando blasfemias—. Has dicho que sabías quién mató a Kisten. ?Se trata de alguien cuya ausencia se notaría? —quiso saber.

 

En realidad, lo que estaba preguntando es si podía reclamar que pagara con su vida, y reprimí un escalofrío al darme cuenta de lo profundo que era su dolor.

 

Cormel dejó escapar un suspiro, aunque no necesitaba respirar, sino hablar.

 

—No es que sepa quién lo mató, sino que sé quién no lo hizo. —Ivy abrió la boca para protestar y el vampiro alzó una mano para que esperara—. Piscary no debía ningún favor a nadie —explicó Cormel—. No había tenido contacto con ningún vampiro de fuera de la ciudad, de manera que debe de tratarse de un nativo de Cincy, y probablemente siga aquí.